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Cuaderno de Bitácora | Capitán Salmón, 4 de diciembre

A este viaje le estaba faltando algo. Hasta ayer por la mañana.

Pasadas las 11, por la aleta de estribor avistamos un frente de chubasco que surcaba, más rápido, el mismo mar que nosotros.

El cielo se oscureció, el agua se embraveció y, de repente, todo se enfureció.

Cómo si el destino hubiese escuchado mi burla a la zona de confort, nos interpelaba con unas cuantas horas de navegación nada confortable. ¿Realmente creíais que ibais a cruzar el Atlántico escuchando música todo el tiempo?

El viento sopló encima de 30knt, con rachas de 35. Las olas, se tornaron anárquicas e impredecibles, aumentaron su altura y acortaron su longitud. Y llovía como si fuera a acabarse el mundo. 

Como lo vimos venir, tuvimos tiempo de una última inspección. Por fuera, amarinamos el barco, revisamos la jarcia, achicamos el trapo reemplazando el código 0 y por la génova, y despejamos la bañera. 

Dentro, trincamos todo lo que sabíamos que podía salir volando y aseguramos bien los portillos.

Cada tres horas, dos de nosotros salíamos a la guardia, vestidos para la fiesta, mientras los demás nos protegíamos en el interior, cerrando tambuchos y escotilla para que el casco del Amibola fuese una cáscara hermética.

Y así nos encontró la noche que hace todo un poco más duro. Fue peor, sobre todo porque no ves venir la ola. Aunque fue mejor, sobre todo porque tras todo el día en esa condición, tu cabeza también acaba amarinándose.

En todo caso la idea del mal tiempo es muy relativa navegando. Lo que una noche sin luna te parece mal tiempo, cuando amanece puede ser divertido. O lo que te parece una condición límite en un momento, dos días después puede resultar simplemente emocionante. 

La tormenta volvió a hacernos conscientes de dónde estamos y lo que estamos haciendo. Y así se lo agradecimos. 

Un abrazo desde 17º 49.007N · 51º 44.440O. El mejor lugar del mundo para estar hoy. 

Capitán Salmón

Socio-cofundador de la agencia de marketing Ernest