Nunca he sido un hacha en las matemáticas, aunque tampoco un zoquete. No las disfrutaba demasiado, pero las aprobaba sin problemas. Bueno, problemas sí que había, que era lo suyo, pero no contratiempos. Sin alardes y con poco interés llegué a realizar fórmulas complejas, endemoniadas raíces, senos, cosenos, trigonometría y esas cosas que hoy no sabría ni describir qué son. Alcancé cotas inimaginables para alguien que hoy se bloquea cuando le dicen que tiene que poner 2,5 mililitros de Paracetamol en una jeringuilla. ¿Por qué somos capaces de lo más complicado y, por contra, a veces se nos atraganta lo más sencillo?
Poner una cantidad en una jeringuilla o rellenar de harina un recipiente hasta un punto exacto debería ser el trabajo más fácil de todos los tiempos. Sin embargo, yo me aturullo con estas cosas. ¿Cómo que 2,5 mililitros? ¿Cómo engancho la jeringuilla? ¿Por qué descubro tan tarde que esa otra medida que incluían algunas y que contribuía a liarme más era la posibilidad de calcularlo en el peso del bebé? ¿Por qué nunca coincide lo que tengo en la receta con lo que pone en el prospecto? ¿Por qué una vez que lo relleno me vuelvo loco pensando que hay más aire que líquido? ¿Es lo mismo un mililitro que un miligramo? ¡Dios! Cuántas dudas para algo que debería ser tan sencillo. Como esos hoteles con sistemas imposibles para abrir el agua de la ducha, en los que te tiras descubriendo el funcionamiento cinco horas, sintiéndote un auténtico inútil y… en pelotas.
Muchas veces todos somos un poco Vinicius Junior, capaces de lo más difícil, pero fallando en lo sencillo. A mí me pasa a menudo: puedo haber encadenado un serial de reuniones complicadas, realizado una presentación imposible, convencido a todo un equipo de algo y, repentinamente, me bloqueo con una chorrada. He sido capaz de fabricar presentaciones de planes de marca en apenas dos horas y hay días enteros que los he consumido pensando en el diseño correcto para un diapositiva que no importa a nadie. Nunca sabes cuándo va a pasar, pero de repente tienes dudas hasta del tamaño de la letra. Quizá por verme representado a mí mismo, empatizo con aquellos a quienes veo sufrir con lo aparentemente sencillo. Puede que porque me recuerden a mí rellenando una jeringuilla de Paracetamol.
Realmente, si nos elevamos todavía un poquito más, es muy humano y cotidiano que sea lo que parecería fácil lo que se enquiste. Cuando uno parte sabiendo que lo que tiene enfrente es un reto, va preparado para esforzarse al máximo, para estudiarse todas las fórmulas, como hacía yo con los cosenos. Pero, cuando el escollo no era previsible, es cuando nos cuesta carburar y ponernos en modo solución. Por eso, todavía sigo batallando para saber cuánto eran 2,5 mililitros. Por eso, cuando bajo a la farmacia y me dan un nuevo medicamento, pregunto: ¿hasta dónde tengo que llenar la jeringuilla?
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.