Invisibilizar el trabajo es a veces la mejor manera de que se siga haciendo, de que sobreviva cuando vienen mal dadas. La columna empieza hoy sin preámbulos, con la conclusión al principio, como Pulp Fiction. Una contundente hostia en la cara. Porque, si algo he aprendido durante estos años, es que en tiempos de crisis matamos lo que se ve, nos cargamos lo que llama la atención, amordazamos el detalle. Y, así, obviamos los problemas reales. Eternizamos el tumor. Limpiamos las motas de polvo de la alacena, pero no miramos detrás de cada utensilio.
Cuando las cosas van bien, a todos nos gusta citar los manuales y ponderar lo que debería hacerse en los malos momentos. “Crisis significa oportunidad” y frases de esa calaña que no entiendo que no estén penadas. Pero llega la verdad y el manual lo empleamos, en el mejor de los casos, para calzar una silla; en el peor, como sustitutivo del Scottex. Juro que a mis escasos pero pesados 35 he visto cómo el pantone de un pack genera más conversaciones que el uso de un presupuesto millonario de medios. El detalle como rehén y la realidad escapándose en una vida paralela.
Lo siento, pero en vacas flacas se cercena lo que se ve, lo que genera notoriedad, lo que brilla. Supongo que es humano, como cuando estás enfadado y te la tomas con lo primero que pillas. Pero es equivocado, vaya si es un error. Normalmente, lo que hace que las cosas no funcionen no está en la superficie, sino en las profundidades, pero a nadie le apetece ponerse el traje de submarinista. Puede resultar placentero meter un tortazo a lo que estás viendo, pero servirá de poco y, cuando te recuperes, que será complicado con métodos así, echarás de menos haberte cepillado lo que te hacía distinto. Pasa con el trabajo, pasa con las personas, pasa en general. Cuando va mal, hala, a ser asépticos.
Por eso me gustan tanto los chalados que ante la adversidad exploran en las entrañas y se hacen fuertes en su excepcionalidad. No son muchos, pero existen y los admiro profundamente. Sin embargo, también hay que saber cuándo dar un paso atrás. Cuando el suelo tiembla, a veces merece la pena invisibilizar lo que brilla para que a nadie se le ocurra culparle de lo ocurrido. Al final, todo pasa y las buenas cosas nunca pierden el fulgor. Son inmortales.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.