Puedo entender que lo primero que haga mucha gente nada más hacerse famosa sea borrar casi todo su historial en redes sociales. Hay muchas veces que hay comentarios indecorosos, pero la mayor parte de las ocasiones hay opiniones pasadas que hoy no te gustaría que se supieran. Que lo entienda no quiere decir que lo comparta. De hecho, me parece una pena que el motivo sea que en la sociedad actual cambiar esté penalizado. No pensar y opinar igual que hace unos años es terriblemente castigado por la gente.
Crecí pensando que el cambio era evolución, pero ahora el pasado es una condena. Si en su momento dije que las mejores pizzas eran las del restaurante Luna Rosa, donde se comen “pizzas cojonudas”, hoy ya no puedo sostener que las mejores son las de NAP. Aparecería veloz el listo de las hemerotecas malditas para recordarme que soy un mentiroso porque antaño dije otra cosa. Maldita sea, nuestros gustos y pensamientos son algo acabado, no en constante evolución. Qué perverso y ridículo.
Cuando alguien me lanza a la cara una opinión del pasado que se contradice con la actual, suelo recurrir siempre a algo que debería ser más común, aceptar que he cambiado: “Tienes razón, antes pensaba diferente, pero estaba equivocado. Ahora creo esto”. ¿Por qué no es más habitual aceptar ese cambio de opinión? Alabamos la firmeza en una opinión, cuando lo que deberíamos valorar es la consistencia en la argumentación y la sinceridad en lo expresado. Si no, querremos más al fanático que al humano.
No soporto los tuits del pasado, los pantallazos de conversaciones de hace una década, los titulares que buscan dejar retratado, que diría Pedrerol, a cualquiera. Bastante difícil es elaborar una opinión coherente, como para no poder cambiarla. De hecho, quizá dentro de unos años piense totalmente distinto a lo que expongo en estas líneas. Si alguien me lo echa en cara, que sepa que esto es lo que pienso hoy. Mañana ya se verá.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.