A principios de junio y en este mismo espacio de Forbes, les hablaba de Geirl Karlsen, el hombre que salvó a Norwegian. En su nuevo papel de director general, el antiguo responsable financiero de esa aerolínea consiguió evitar el cierre, una tónica frecuente en el sector, pues salvo contadas excepciones, muchas compañías aéreas tienen una expectativa de vida relativamente corta: nacimiento, esplendor, caída y desaparición.
Tras esta última afirmación, usted quizá piense en KLM (1919), Iberia (1927) o American Airlines (1934), aunque esas son precisamente las excepciones. Si repasamos el listado de aerolíneas desaparecidas, la lista sería enorme y nos sorprendería encontrar nombres que empresas de aviación que en su momento fueron las dueñas de sus cielos: Pan Am, Air Afrique, Varig…
Norwegian Air Shuttle, nació hace treinta años como compañía noruega regional. Allí volaba con turbohélices Fokker 50, modelo idéntico con el que se estrenó Air Nostrum en España. Diez años más tarde, ya con reactores, se convirtió en una importante compañía de bajo coste. Creció de una manera notable, no solo en vuelos de medio radio a diferentes países de la UE, sino también con una apuesta por vuelos de largo radio y precios ajustados desde Europa a América y Asia. Se expandió muy rápido y no aguantó el ritmo. Luego llegó el Covid-19 y se llevó muchas empresas por delante, aunque esta compañía con sede en Oslo aguantó, se recuperó y salió fortalecida.
Prueba del nuevo musculo es que ha comprado a Widerøe, una histórica aerolínea regional noruega fundada en 1934 por Viggo Widerøe, uno de los pioneros de la aviación nórdica. Éste arrancó su aventura empresarial ofreciendo vuelos fotográficos, publicidad aérea y la participación en ferias en las que ofrecía paseos para ver el mundo desde las alturas. Luego llegó el contrato para el transporte de correo, sector que fue uno de los grandes impulsores de la aviación en todo el mundo y un viaje alrededor de la Antártida, en el que de la mano del explorador Lars Christensen, fotografió por primera vez el continente helado al extremo sur del planeta.
Mientras Viggo volaba muy lejos de casa, su compañía de aviación empezó a transportar pasajeros entre lugares remotos de Noruega. Sus aviones fueron el punto de unión más rápido, junto a las líneas de barcos, de muchas comunidades con el mundo exterior. Años más tarde, en la década de los 60, el gobierno acordó con Widerøe otorgarle la concesión para explotar rutas que llegaban a lugares tan remotos como Røst, Brønnøysund o Honningsvåg, población de 2.400 habitantes cuyo aeropuerto es el más próximo al legendario Cabo Norte, considerado (y discutido) con frecuencia como punto más septentrional de Europa.
La compañía tiene actualmente medio centenar de aviones, algo más de 60 destinos y aunque llega hasta Alicante, Florencia, Niza o Palma gracias a sus nuevos reactores brasileños, su negocio y misión principal es coser el cielo de su país uniendo pequeños pueblos y comunidades remotas de una manera eficiente. Todo un ejemplo de la importancia que tiene la apuesta aviación comercial en algunas zonas del mundo.
Del norte extremo al extremo sur
Otro ejemplo del valor que tiene la aviación civil en zonas remotas está al sur del sur. Lo viví hace unos meses volé hasta Puerto Williams, la ciudad más austral del mundo. Esa consideración la tuvo durante décadas la ciudad argentina de Ushuaia, aunque una normativa de su país vecino hizo que este pueblo chileno que no llega a 2.000 personas en Navarino, isla de la Region de Magallanes, se convirtiese oficialmente en ciudad y le ‘robase’ el título.
Pues bien, en el punto más remoto de Suramérica desde donde rumbo al sur únicamente está la Antártida, también hay aviación comercial gracias a una compañía aérea local. Además de ser una sociedad privada y por lo tanto un negocio, esta tiene un importante barniz social y hasta romántico: une lugares realmente remotos a los que es largo y difícil llegar si no fuese por vía aérea. En el caso chileno, nombres como Vadsø, Sørkjosen o Rørvik cambian por Balmaceda, Porvenir o Punta Arenas, capital de la Región de Magallanes y de la Antártica Chilena, destinos regulares de una compañía singular: aerovías DAP.
Como en el caso noruego, donde la compañía aérea lleva el nombre de su fundador, la historia en Chile arranca con un empresario que también bautiza con su nombre a su empresa de servicios aéreos DAP son las iniciales de Domingo Andrés Pivcevic, empresario de origen croata. Su ascendencia balcánica no es casual, pues entre finales del XIX y el XX hubo una corriente de emigrantes croatas que se establecieron en las regiones extremas de Chile. Viendo la carencia de transporte en la región, Pivcevic arrancó en 1980 con un pequeño bimotor Twin Otter y dos rutas. Luego, siguió expandiéndose hasta convertir su empresa en pieza básica para unir el extremo sur del continente de manera regular o en vuelos a la carta e incluso llegar a la Antártida con vuelos chárter operados en propio o para la naviera de ultralujo Silversea, tendiendo un puente aéreo con el continente que hace ocho décadas fotografió el equipo de Viggo Widerøe en su exótica expedición.
En lugares como el norte de Noruega, el sur de Chile, la amazonia, el caribe o la Polinesia, la aviación comercial es la herramienta para el desarrollo social y económico de un territorio. Sin irnos tan lejos también sucede lo mismo en archipiélagos como Canarias y Baleares. Estas islas están bien servidas por compañías solventes como Binter, Canary Fly, Uep Fly (filial balear de Swiftair) o Air Nostrum, operando en su caso como Iberia Regional. En todos estos lugares la aviación va más allá de ser un transporte: es un servicio fundamental.
Esos aviones, sus tripulaciones y las compañías que están detrás de esos servicios, cosen territorios y los iguala a otras zonas del mundo.