Fue por una apuesta. Hace 13 años, Richard Branson y Tony Fernandes, CEOs de Virgin y Air Asia se jugaron ser auxiliares de vuelo por un día. Hacerlo dependía de quien ganase el Gran Premio de Formula 1 en Abu Dhabi. El compromiso adquirido era que el perdedor se vestiría con el uniforme femenino de la otra aerolínea y trabajaría en esta durante todo un vuelo.
Branson perdió y en un trayecto de Air Asia entre Perth, en Australia y Kuala Lumpur, en Malasia, se disfrazó de azafata de la aerolínea dirigida por Fernandes. El segundo viajó como pasajero en aquel avión en que la compañía asiática convirtió en un espectáculo. Ese día, el célebre empresario apareció saliendo de una sala VIP del aeropuerto australiano vistiendo el uniforme rojo de Air Asia. Lo hizo ante buen número de medios convocados. Luego, una nube de fotógrafos y cámaras de video le acompañaron durante todo el recorrido hasta el avión.
El británico les dio lo esperado: espectáculo, fotos, histrionismo y muchos minutos de video con uno de sus disfraces. Nada nuevo, la verdad, en Sir Richard Charles Nicholas Branson, en activo desde finales de los 60 y que ha convertido su presencia en un lugar en garantía de seguimiento mediático y social gracias a estar siempre haciendo cosas poco habituales para un perfil profesional como el suyo. A algunos aún les gusta su filosofía y a otros ya les cansa esa permanente obsesión por estar siempre en el foco haciendo un papel el simpático y rompedor.
Recuerdo que, durante la presentación de su primer barco de cruceros, el Scarlet Lady, construido por Fincantieri, se organizó un almuerzo en una larguísima mesa con manteles de cuadros rojos para darle ‘más italianidad’ a ese mediodía en Génova. De repente, el fundador del Virgin Group se subió a esa mesa y empezó a caminar entre la comida de los directivos del astillero, los de la naviera, los invitados al evento… sonriendo y dando algo así como pasos de baile al ritmo de la música que sonaba. En su cabeza quizá era una buena idea, aunque en algunos planos del momento, obviamente grabado y fotografiado, se ve la cara de los comensales. Algunos expresan cierta sorpresa, a otros se les nota incómodos viendo a un señor caminando en el lugar donde comen y otros, seguramente acostumbrados debían pensar “otra vez con esto”.
Creo que ese paseo sobre la mesa, más que algo espontaneo y divertido, fue una falta de respeto a los invitados, por más célebre, espontáneo rico y poderoso que Branson sea. Esa es la misma sensación que me dio ver las imágenes y fotos de aquel vuelo en el que, vestido de auxiliar de vuelo femenina. Creo que faltó a la profesión, convirtiéndola en una cosa frívola y de carnaval con un innecesario espectáculo exagerando acciones, movimientos y ridiculizando el trabajo de tripulante de cabina.
De Branson a Ritter hay un abismo
Pensé en Branson y aquel número aéreo al saber que hace unos días, Jens Ritter, el CEO de Lufthansa Airlines, trabajó de incognito como tripulante de cabina en un vuelo de ida y vuelta entre Frankfurt, Riad, capital y el principal centro de negocios de Arabia Saudí y Bahréin, uno de los emiratos del golfo pérsico.
Trabajar de incognito fue realmente eso: se mezcló, como uno más, en la tripulación de un Airbus A330 de su compañía. Oficialmente iba como refuerzo, llevando el mismo uniforme y le fueron encomendadas funciones idénticas que el resto de los auxiliares de vuelo: servicio a bordo, atención al pasaje y sobre todo seguridad a bordo, que es algo que muchos pasajeros se les suele olvidar. Los tripulantes de cabina de pasajeros viajan a bordo de cada vuelo por una función básica: están entrenados para afrontar cualquier situación de emergencia que suceda a bordo y para garantizar la seguridad del pasaje en esos casos. De ahí que exista legalmente una tripulación mínima por avión en función del número de pasajeros.
Después está, obviamente, el servicio a bordo, diseñado por cada compañía, que tiene la calidad y detalle que cada aerolínea decida otorgarle. Sin embargo, recuerde que aquellos profesionales que van a bordo con usted y que de hecho son el personal de una aerolínea con el que tienen más contacto a lo largo de un viaje están allí para garantizarle su seguridad. Afortunadamente pasa rara vez, aunque en caso de emergencia, ahí están y el CEO de Lufthansa conoció de primera mano su trabajo hace unos días.
El piloto, directivo y observador
Jens Ritter no es precisamente ajeno al sector: es ingeniero aeroespacial y piloto comercial desde el año 2000. La primera carrera la cursó en Múnich y la de aviador en la escuela de Lufthansa en Bremen. Durante ocho años voló como copiloto en el Airbus A320, avión de corto y medio radio. Luego, en 2008, pasó a pilotar la flota de Airbus A340 y A330, el modelo de largo alcance en el que hace unos días se estrenó como auxiliar de vuelo. Como es un perfil brillante e inquieto, este aviador fue promocionado para dirigir un proyecto de estandarización de todos los procesos de operaciones de vuelo en todo el Grupo Lufthansa y posteriormente una de las compañías de este grupo, Austrian Airlines, lo fichó como jefe de operaciones, cargo que luego repitió en Eurowings, filial de Lufthansa y de la que llegó a ser comandante, hasta que fue nombrado CEO de la histórica aerolínea alemana.
La conversión del directivo en tripulante por un día no fue ninguna operación de marketing por parte de su empresa. De hecho, en el departamento de comunicación de Lufthansa no lo publicitaron en ningún momento y esos vuelos solo han trascendido cuando Ritter ha publicado algunas fotografías y un texto sobre su experiencia en su cuenta de Linkedin.
En esta red profesional, el máximo ejecutivo de la aerolínea reconoció que es necesario cambiar de perspectiva para ampliar conocimientos. También expresó lo desafiante que es organizar todo a bordo, tratar directamente con el pasaje y atender sus necesidades durante el vuelo. Del mismo modo incidió en lo importante de estar presente, siendo atento y encantador, aun cuando el reloj biológico le pidiera dormir. El aviador también quiso tener un reconocimiento con la magnifica tripulación con la que compartió los vuelos, un día en clase Business y al regreso atendiendo a los pasajeros de turista y lo que disfrutó de la experiencia. Como conclusión resaltó lo que le sorprendió lo mucho que aprendió en pocas horas y reconoció que después de la experiencia, sus decisiones respecto a este trabajo y colectivo serán diferentes a partir de ahora.
Y es que hay pocas cosas como ponerse en los zapatos de los demás para entenderlas, sin espectáculos ni exhibiciones, sino discretamente y con el deseo genuino de conocer las cosas. Que un CEO haya trabajado directamente en el corazón de su empresa es algo encomiable y todo un ejemplo.