Opinión Eugenio Mallol

Guerra cuántica: ejército chino vs. ‘big tech’ de EE UU

Dos modelos para impulsar la innovación en tecnologías cuánticas, presupuesto público y Estado en el caso asiático, y colaboración con el sector privado en el bloque occidental.
(Foto: IBM)

Para demostrar el entrelazamiento cuántico, el científico austríaco Anton Zeilinger separó dos partículas entrelazadas y situó una de ellas en La Palma de Gran Canaria y la otra en Tenerife. Cuando se producía una alteración en la partícula de un extremo, giraba hacia arriba, por ejemplo, la otra también la experimentaba pese a la distancia: giraba hacia abajo. Aquello recibió el nombre común de “teletransportación cuántica” y le valió el Nobel de Física. Con seguridad es una de las líneas de investigación que transformarán el movimiento de la información en el futuro.

Experimentos en una línea equiparable, pero a lo bestia, se han replicado ya en diversas ocasiones como un posible desarrollo de la criptografía cuántica. Qué puede haber más imposible de desentrelazar que dos partículas entrelazadas. La tecnología sobre la que se basan esos trabajos es la de la Quantum Key Distribution (QKD), se trata de claves de cifrado que sólo pueden conocer las dos partes que se comunican.

BT y Toshiba Europe lanzaron la London Quantum Secure Network, y la consultora Ernst & Young se convirtió en el primer cliente comercial en conectar sus principales oficinas en Londres. Existen otras redes cuánticas para QKD como SECOQC en Europa, la red QKD de Tokio en Japón y, sobre todo, la espectacular la red Shanghai-Beijing de 2.000 kilómetros en China. Pero ninguna de ellas ha superado la brecha tecnológica y conceptual entre los sistemas QKD de punto a punto actualmente disponibles y los avances en repetidores cuánticos necesarios para conseguir el internet cuántico.

La situación podría haber dado un vuelco esta primavera, cuando científicos de la Universidad de Ciencia y Tecnología de China (USTC) y de la Academia de Ciencias de China (CAS) lograron distribuir una clave QKD punto a punto a lo largo de 1.002 kilómetros, estableciendo un récord mundial que podría abrir la puerta a la comunicación cuántica interurbana de alta velocidad.

Su experimento introducía un cambio significativo respecto a los precedentes, cuyos nodos, incluidos los repetidores, no eran nodos de procesamiento de información cuántica, sino clásicos. USTC y CAS utilizaron, en colaboración ​con Yangtze Optical Fiber & Cable (YOFC), fibra de pérdida ultrabaja basada en tecnología de núcleo de sílice pura. No había restos de la era precuántica en su trabajo.

Cuando le comenté a Anton Zeilinger, en junio pasado, con motivo de su participación en la reunión de jurados de los Premios Jaime I en Valencia, que los países y las grandes corporaciones estaban muy preocupados por la cuestión de la supremacía cuántica me respondió: «Es un problema sólo porque nadie sabe cómo resolverlo. Puedes tener supremacía cuántica hoy en asuntos artificiales muy pequeños [el ancho de banda del internet cuántico es de apenas unos bytes]. La discusión es una muy buena manera de obtener dinero del Gobierno y así sucesivamente». No se toman todavía en serio las tecnologías cuánticas actuales los investigadores de ciencia básica.

La realidad es que, de los 30.000 millones de dólares comprometidos para desarrollar ordenadores, sensórica, seguridad y comunicaciones cuánticas hasta 2030, según el Foro Económico Mundial, la mitad corresponde a la Administración de China, unos 7.500 millones a los gobiernos Europa, y una cantidad algo inferior al sector público de Estados Unidos, un país que gasta anualmente casi 900.000 millones de dólares en defensa.

La investigadora de Harvard Elsa B. Kania estima que el Ejército Popular de Liberación de China financia directamente la investigación cuántica a través de una red de academias de ciencias militares e instituciones colaboradoras. EE UU parece haber dejado, en cambio, el asunto de la innovación y el desarrollo tecnológico en manos de las big tech como Google, Amazon, Microsoft e IBM. IDC proyecta que la facturación de la industria cuántica alcance los 8.600 millones de dólares en 2027, frente a los 412 millones de 2000.

Nos encontramos por tanto ante una variante nueva de la batalla tecnológico. Un Estado, una Administración autoritaria, la de China, frente a un conglomerado de corporaciones privadas en EE UU, dirimiendo un asunto que tiene implicaciones clave en materia de seguridad nacional. Y esa parece que va a ser la tónica del sector tecnológico en el nuevo ciclo en el que nos hemos adentrado, en el que ni las guerras, ni la lucha contra el cambio climático, ni la identidad, ni la seguridad, entienden de barreras de separación entre el sector público y el privado, al menos en el mundo occidental, sino que exigen máxima colaboración.

En marzo, la Administración Biden lanzó su esperada Estrategia Nacional de Ciberseguridad que la elevaba a la categoría de componente crítico de la prosperidad económica y la seguridad nacional de EE UU. Planteaba en ella un asunto fundamental, muy en línea con la directiva NIS2 publicada recientemente por Europa: el sector privado, con sus empresas de software, pymes, proveedores de banda ancha y empresas de servicios públicos, tiene la clave para asegurar el bien público de la ciberseguridad. De modo que el tiempo para que las empresas opten voluntariamente por la ciberseguridad ya ha pasado.

En mayo pasado, vio la luz el Consejo Internacional de Asociaciones de la Industria Cuántica, que incorpora a entidades como el Consorcio de Desarrollo Económico Cuántico (QED-C), Quantum Industry Canada, Quantum Strategic Industry Alliance for Revolution (Q-STAR) y el European Quantum Industry Consortium (QuIC).

A seguir este diferente enfoque, músculo y cerebro público en el bloque chino, concertación y reparto de roles público-privados en el bloque occidental. El tiempo dirá cuál es la mejor vía para producir el liderazgo tecnológico en un ámbito tan virgen todavía como el de la segunda revolución cuántica. Pero si tuviera que apostar, el talento y la libertad suelen ser la mejor combinación.