Opinión Eugenio Mallol

La brecha tecnológica en el polvorín del campo

Se echa de menos a España en la carrera de innovación por crear alimentos en climas difíciles y el XPrize para detectar incendios en menos de un minuto.
Foto: Mike Erskine/Unsplash

Tras el maremoto que provocó el accidente nuclear de Fukushima en Japón, el entonces director del MIT Media Lab, el laboratorio de la universidad norteamericana que imagina el mundo dentro de 30 años, Joi Ito, decidió llevar a sus talentosos colegas al mismo centro de la catástrofe para activar su maquinaria innovadora. Entre los participantes había un imaginativo investigador que tuvo una idea genial. Se llamaba Caleb Harper.

Su visión fue construir una especie de ordenador del clima que fuera capaz de reproducir las condiciones de crecimiento de cualquier planta, sin importar el lugar. Incluso más: la máquina podría inducir determinadas condiciones en el alimento beneficiosas, hasta medicinales, para su destinatario final. Ese en concreto y no otro. Nivel de azúcar, acidez, pH… modificando la temperatura, la humedad, los nutrientes, con el algoritmo adecuado, el tomate personalizado sería posible.

El paso siguiente era convertir su proyecto OpenAg en el fulcro de la cuarta revolución agrícola. Una red de ordenadores climáticos en tiendas, en espacios abandonados por la crisis inmobiliaria, en Islandia produciendo frutas tropicales, y así. Sus charlas entusiasmaron a audiencias de todo el mundo, especialmente las de países con climas extremos. Cómo abonar la factura eléctrica del ingenio era ya otra cosa.

Ni Joi Ito ni Caleb Harper acabaron bien. El primero se vio envuelto en el escándalo de Jeffrey Epstein, aunque ha logrado dar una nueva vida a su indudable talento en Japón. Al segundo lo desenmascaró The New York Times, cuando los colaboradores de Harper mostraron evidencias de que muchos de sus mensajes ante los inversores y los medios eran exagerados. Hasta les hacía comprar plantas y ponerlas en el ordenador del clima cuando aparecían las cámaras.

Entre llamadas al multilateralismo, a la vuelta a la colaboración y al posible efecto rebote por venir en la economía china, el Foro Económico Mundial acaba de celebrar en Tianjin el evento New Champions, que este año tenía verdadero morbo por el pulso Estados Unidos-China. La tensión geopolítica al rojo vivo, “más de lo que nos creemos”, me dice el directivo de una multinacional norteamericana. El título era de lo más polite, un auténtico comodín de circunstancias: “Emprendimiento: la fuerza impulsora de la economía global”.

El Foro ha hecho un auténtico esfuerzo por la distensión, incluso ha llevado a Tianjin la presentación de sus Diez Tecnologías Emergentes (una de ellas lleva la firma del español Javier García, presidente de la IUPAC), el documento más descargado de su web. Entre las megatendencias que pueden llevar la disrupción a la cadena de suministro, “¿estamos viviendo la calma antes de la tempestad?”, sitúa los factores tecnológicos por delante de los políticos.

Y en ese frágil contexto, podría haber elegido cualquier tema para organizar unos premios, pero se ha decantado por el Desafío de Ecosistemas en Climas Áridos, en asociación con el Reino de Arabia Saudita. El sueño de Caleb Harper, aterrizado a la realidad, que resulta verdaderamente más compleja.

Entre los ganadores, la keniana AgroTech Plus que construye cámaras frigoríficas alimentadas con energía solar para que los agricultores puedan guardar sus cosechas; la noruega Control del Desierto que ha creado un banco de baterías para almacenar agua en suelos arenosos; el espectacular invernadero de agricultura vertical en pleno desierto saudí de Mishkat; la “agricultura de ambiente controlado total” de la británica Smart Oasis Farm; o los sensores de inteligencia artificial que amplifican las señales eléctricas de las plantas de la suiza Vivent Biosensors.

Cuatro empresas de Estados Unidos, dos de Arabia Saudí, una de Suiza, Reino Unido, Kenia y Noruega. Ni rastro de España, el primer productor de frutas y hortalizas de Europa y el segundo de vino, tras Italia, pero acuciada por la sequía. El fundador y CEO de una explotación ganadera de Castilla y León admirablemente innovadora, no puede acceder a ayudas para implantar tecnología de la industria 4.0, como internet de las cosas y edge computing, porque no es una industria. Un agravio que sumar a los problemas de conectividad.

“Dentro de poco, tomar un litro de leche será un gesto exclusivo que sólo se podrán permitir unos pocos”, vaticina Alberto García Torés, de Granja AGM, donde alimenta a las ovejas con tofu, música de Alejandro Sanz y pastos sin antibióticos. El campo español está a años luz de la industria agroalimentaria y de la distribución en tecnificación. Lo sucedido en Tianjin recuerda al XPrize Wildfires, que acaba de lanzarse con una dotación de 11 millones de dólares y busca equipos capaces de detectar un incendio en menos de un minuto en el territorio de un Estado. España es tierra de fuego.

No atender, con sensibilidad, al problema de la brecha digital en el sector primario lleva a fenómenos como el Movimiento Campesino-Ciudadano que acaba de ganar las elecciones provinciales en Países Bajos. En España, el Partido Popular parece no haber visto la jugada y está cediendo a Vox este polvorín a punto de estallar, tampoco el PSOE da señales de querer lidiar con el problema. Entre el fiasco de Caleb Harper y los brillantes casos del New Champions del Foro Económico Mundial hay un enorme margen de realidad por explotar. Pero España parece anclada en agudizar crisis pasadas.