Sucede cíclicamente en las redes. Una foto en blanco y negro o con sus colores algo apagados muestra un avión en los cincuenta o sesenta. Se ven caras de satisfacción entre los pasajeros, el servicio a bordo se presenta impecable, volar aparece como un privilegio y la imagen suele ir acompañada de algún comentario echando la vista atrás: “así se viajaba en la edad dorada de la aviación”, suele indicarse. También se escribe el lamento “antes volar era volar de verdad”. Unos mensajes con marcada nostalgia que comparan una glamourosa aviación reservada para unos pocos con la actual, más habitual y democratizada. Es un claro ejercicio de anemoia habitualmente aplaudido y comentado con otros “es verdad, ¡no tiene nada que ver!” o “eso ya no volverá, se ha perdido todo el estilo”.
La anemoia es curiosa: se refiere a la nostalgia por algo no vivido. Si el tiempo acaba suavizando los recuerdos, borrando los malos y mejorando los buenos, cuando estos no son propios ni se han experimentado, se magnifican aún más al ver esas fotos. El caso de los viejos tiempos de la aviación comercial lo evidencia: todo parece más bonito, aunque no es totalmente así. La aviación de los años en que los vuelos intercontinentales aun los operaban cuatrimotores de hélice o los primeros reactores tenía su exclusividad. Eso es cierto. También lo es que era cara, de hecho, extremadamente cara en las clases nobles de aquellos aviones Douglas DC-4, DC-7 o Super Constellation que, todo hay que decirlo, eran mucho más lentos y ruidosos que los actuales. Tampoco solían ser tan confortables y, en definitiva, la romantización del paso del tiempo los ha envuelto en el glamour que le aportaban las contadas personas que podían permitirse ir de un continente a otro en avión. Esos viajeros de posibles serían quienes hoy se mueven en jets privados y eso, es otro mundo.
En ‘business’ a Nueva York
Me acordaba de este ejercicio de Anemoia (pues dudo que los nostálgicos que veneran en sus redes la aviación de los 50 y 60 la hayan vivido) volando el pasado martes de París a Nueva York en un Boeing 777-300 de Air France, la misma semana en que esta línea ha cumplido 77 años. Cuando arrancó, en verano de 1946, el Douglas DC-4 llamado “Ciel d’île de France” tardó más de 23 horas en cruzar el Atlántico norte a una velocidad media de 300 kilómetros por hora, realizando dos paradas intermedias para repostar: Irlanda y Terranova.
El pasado día 20 de junio, el Boeing matriculado F-GSQU cubrió el mismo recorrido en tan solo siete horas y 12 minutos. Fue el tiempo que pasó desde que separó las ruedas del aeropuerto Charles de Gaulle y volvió a posarlas en el John Fitzgerald Kennedy. El asiento 17L, a la derecha del avión, no tenía nada que envidiar a los vuelos en blanco y negro de las fotografías veneradas: comí un menú exquisito, cuyo plato principal pude elegir en Barcelona el día antes desde mi móvil. Ese fue el mismo dispositivo que pude conectar al wifi del avión para seguir al corriente sobre las cosas que pasaban en tierra. El océano quedaba a la vista por la ventana y por la pantalla opté por seguir un mapa detallado de comunicación en lugar de elegir cualquiera de las docenas de opciones de entretenimiento en forma de películas, series, documentales o conciertos que suman más de 1.500 horas de ocio.
Mientras seguía la actualidad sobre el sumergible que había desaparecido mientras se dirigía a los restos del Titanic, recibí por correo una nota informativa sobre la concesión de los Skytrax, los premios más prestigiosos de la aviación comercial. Air France había quedado entre las 10 mejores del mundo y era la primera europea. Miré a mi alrededor tras leer el listado: todo fluía. Una auxiliar de vuelo servía una copa de champagne a mi vecina de asiento y yo pedí un café express que llegó a los tres minutos. Corroboré en persona que ese puesto de mejor de Europa en 2023 era bien merecido.
Los Skytrax tienen muchas categorías: no se premia tan son solo a las grandes aerolíneas, sino a los aeropuertos, a las compañías turísticas, a las de bajo coste, a las regionales, a las salas VIP de las compañías aéreas en las terminales, a diferentes clases de cabina o al catering a bordo. En estos últimos capítulos, y ya que estaba a bordo de uno de los aviones de la aerolínea francesa, quise ver todos los galardones que ganó: mejor comida a bordo en primera clase, mejor catering en sala de primera clase, mejor sala VIP de primera clase del mundo y mejor sala VIP de clase Business en Europa. Una buena cosecha de premios que se otorgaron durante el salón aeronáutico de Le Bourget, aeropuerto que fue precisamente la primera base operativa de Air France.
…y en la nueva ‘Business’ al regreso
Tras pasar cuatro días en Estados Unidos, el regreso a España fue también por París con Air France y de nuevo en Boeing 777-300ER. Esta vez el matriculado como F-GZNQ, que ha sido uno de los primeros a los que se les ha reconfigurado totalmente el interior, instalando también una nueva clase business con la que quiere conquistar el mercado más preciado del sector: quienes viajan por negocios y también por ocio en una clase superior pagando en correspondencia por el confort y un servicio de gran calidad. Aquí la filosofía ha sido la de las tres F: la primera es la de Full Flat, porque cada asiento se convierte en cama de dos metros. La segunda es de Full Access, porque todos los asientos dan al pasillo directamente al ser una distribución 1-2-1, mientras que la tercera F es la de Full Privacy, porque cada butaca-cama está diseñada para convertirse en una pequeña suite gracias a una puerta corredera que da total privacidad al espacio de cada viajero de esta clase.
El espacio conseguido con estos asientos es muy contemporáneo y domina el blanco de toda la estructura y el azul de los asientos, rematados por un pequeño detalle rojo, que es el acento-logo que caracteriza a la compañía. También lo hace el hipocampo, recuperado en estas suites para decorar en blanco y retroiluminado, el armario para objetos personales de los viajeros. Siempre me ha gustado que se hayan mantenido detalles como este logo, el primero de la historia de Air France, que este 2023 cumple ni más ni menos que noventa años.
Las seis horas y 32 minutos de vuelo efectivo pasaron como una exhalación: a destacar el precioso video que se emite simultáneamente por todas las pantallas del avión y se escucha por el sistema de sonido donde una mujer que simboliza a la compañía, escala la torre Eiffel con un vestido rojo de larguísima cola. En el extremo de la torre, ya sobre las nubes, la deja volar y se convierte en el acento rojo de la compañía mientras suena Les Moulins de mon coeur cantada por Juliette Armanet. La pieza, compuesta en 1968 por Michel Legrand como The Windmills of Your Mind, formó parte de la banda sonora de la película The Thomas Crown Affair y ganó el Oscar ese mismo año. Oyéndola y disfrutando de esas imágenes cuando se está a punto de despegar, uno es muy consciente del empeño de Air France por mantener bien alta la bandera de la elegancia. De hecho, la frase final, como claim de la compañía indica Elegance is a Journey.
El diseño del servicio a bordo, además los nuevos espacios para los viajeros de business tanto en tierra como progresivamente a bordo de todos los aviones de largo radio, creo que invalidan directamente ese “antes se volaba mejor” de los falsos nostálgicos y amantes de la anemoia.
Volar bonito y con glamour sigue siendo posible.