Una especie invasora como la nuestra lleva en su ADN la conquista invasiva, irresponsable y animal claro, de nuevos territorios. Con la Luna nos sucede algo parecido. Los lunáticos sabemos y mucho de la atracción que vivimos cada ciclo lunar, pero es innegable que el hombre está deseando habitarla, en definitiva invadirla. Quizá nos detenga que aún no es negocio, y que no hay otras especies a las que saquear. Lo mismo nos ocurre con los fondos marinos.
No sé si al lector le ha llamado la atención la cantidad y la calidad de la información dedicada a la tragedia de la implosión del Titan. A mí, que soy muy aficionado a los submarinos, aunque aún no me he sumergido en ninguno, me ha sorprendido cómo el rescate de los turistas submarinos se ha convertido en noticia de portada mundial.
Lo cierto es que no del todo porque ya lo vivimos el 12 de agosto del 2000 con la tragedia del K-141 en el Mar de Barents, más conocido como el Kursk, un submarino de la clase Oscar II botado en 1994 con 44 oficiales y 68 marineros a bordo que estuvo a punto de acabar con Putin. Recuerde el lector que Occidente ofreció toda su ayuda para el intento de rescate de la tripulación y Putin se negó a aceptarla porque eso habría sido una muestra de debilidad en la lucha política internacional. Mejor muertos que humillados.
Cada tragedia submarina, ya sea la del Titan porque ya nació imprudente o la de Kursk por su condicionantes geopolíticos, nos recuerda que debajo de la mar no se nos ha perdido nada y que es mejor dejar la Fosa de las Marianas al pequeño Bob Esponja o a las ensoñaciones de Julio Verne.
Con la banda sonora de Submarines a Pleno Sol (1987), mi álbum favorito de Los Nikis a todo trapo, repaso la bibliografía y las películas sobre submarinos que cualquier iniciado debe manejar sin miedo al remojón. Ante semejante montaña de libros -debo acumular entre veinte o treinta que esperan mi lectura- he llegado como pupilo del colega Jacinto Antón @almasylaszlo al que esta semana le lancé un twitter para empujarle a escribir sobre el tema y me contestó: “En ello estamos!. ¡Uf que claustrofobia!” El Titan aún no había reventado.
Si empezamos por las lecturas hay mucho que reseñar. Sugiero apuntar Ataúdes de Acero, de Herbert A. Werner (Salamina 2021) o Few survived, a history of submarine disasters, de Edwyn Gray (1986) por citar un par de ellos. Bibliografía sobre submarinos y guerras hay a paladas. Si quieres hacer un buen regalo la primera edición de Así fue la guerra submarina, de Harald Bush de Editorial Juventud es preciosa y la encuentras por menos de 20 euros.
Y por supuesto Kursk, la historia jamas contada de Robert Moore, editado por Plataforma 2018. Lástima que la mayoría de las ediciones no están muy cuidadas, y eso imagino será porque hay pocos entusiastas de la lectura sumergida, aunque luego las catástrofes interesen a miles de millones de personas. En fin, al agua patos.
Si el lector prefiere empezar por las películas para no meter más libros en casa apunte: Torpedo 1958, con Burt Lancaster y Clark Gable; la mini serie de dos episodios Laconia, El Hundimiento (2011), Estación Polar Artico, Abajo El Periscopio o The Abyss, de James Cameron con monstruo incluido y gran fracaso de taquilla. Por supuesto, A La Caza del Octubre Rojo, con Sean Connery esplendido y también la serie inglesa Vigil, Conspiración Nuclear que aún no he podido ver. Hay unanimidad que la versión cinematográfica del libro U Boot, El Submarino (1981), de Wolfgang Petersen, es a pesar de su metraje la mejor película de submarinos de la historia. Y estoy de acuerdo.
El alud de información sobre el Titan tiene su explicación sobre una serie de catastróficas desdichas. La cuenta atrás del rescate conociendo el número de horas de oxígeno que le quedaban a los turistas fue la chispa que incendió el morbo. Pero hubo otras: que fuesen a ver el Titanic en vez de bajar a una fosa abisal ayudó, y mucho, a la combustión. Y el Titanic claro.
El hundimiento del Titanic es, después de 111 años, uno de las grandes historias de Occidente y rememorarlo nos encoge el corazón. También contribuyó que fuesen ricos. Dinero, oxígeno y leyenda han sido los tres factores que han hecho que la información del Titán se exagerase hasta la extenuación.
Y luego están las tertulias que esta semana le han sacado punta a todo, que si “que se jodan los ricos” -que no terminamos de asumir que sufren más que nosotros-; “que si la pulsión homo erótica de todos los tripulantes de los submarinos de guerra allí juntos y que interesante ahora que se acerca el orgullo”; “que si es lógico que te hagan firmar un papel descargando de responsabilidades a los organizadores, que eso también te pasa cuando te hacen una colonoscopia”… y así mucha verborrea barata que para algo es verano y en verano en este oficio hay serpientes de verano.
Poco escuché estos días hablar sobre los submarinos incautados a los narcos, pero esos nos dan menos morbo porque el interés está más en el pillaje técnico que en la supervivencia. “Y bah… son mulas de narcotraficantes ricos”, y eso pesa menos en nuestro imaginario colectivo.
¿Qué porque no me he sumergido aún en un submarino? No es que no se haya dado la ocasión, que no se ha dado, sino porque me pitan los oídos en cuanto bajo dos o tres metros y porque a mí eso de descomprimir no se me da muy bien. Me cuesta descomprimir en lo laboral así que es normal que la descompresión submarina se me dé mucho peor. Y de claustrofobia no es que padezca, pero creo yo que es mejor no padecer. Abajo el periscopio.