En la novela, su protagonista es una pintora de fama internacional: Elia, que no conoce a la Cabellut personalmente, no pensaba en ella para crear el personaje, pero Lita sí es una artista de prestigio internacional.
El éxito de la publicación (hasta mediados de junio, ha superado ya los 30.000 ejemplares) ha situado en los escaparates de todas las librerías la minúscula representación de la obra de la pintora residente en los Países Bajos, hasta ahora más conocida internacionalmente que en su país de origen.
Pero 2017 va a ser su año. Cabellut no es (todavía) popular, pero eso no significa que no sea conocida en el mundillo. Hasta ahora se había hecho hincapié en los medios de comunicación por su presencia, desde 2013, en el Top-500 de ArtPrice –la publicación de referencia del mercado internacional de subastas de arte–, como una de las poquísimas presencias españolas del ranking contemporanéo, por detrás de Miquel Barceló, Jaume Plensa o el fallecido Juan Muñoz… pero por delante de todos los demás…
Su entrada fue fulgurante en el ‘Top-500’ de ‘ArtPrice’ de 2014 y 2015, pero no aparece en el de 2016, dado a conocer hace unos meses… ¿Ha pasado algo que no se sepa?
Por desgracia, la mayoría de las veces, el mundo del arte es un mundo económico. Arte y economía se han fundido como plástico quemado. Esta es la mala suerte que tenemos en este momento histórico concreto. Ser famoso tiene que ver con méritos de venta y en qué posición del top de ArtPrice te encuentras… ¡Todo eso es tan triste!
Ahora me ves en pleno momento estelar, haciéndome fotos, realizando entrevistas… pero, en realidad, mi vida artística ha permanecido en silencio hasta hace muy poquito… ¡Y volverá a estar en silencio!, porque eso es lo que es Lita en realidad: Lita es la que trabaja en el estudio, la que está con los suyos, la de la simplicidad del día a día. Todo eso me hace acercarme a algo muy grande que no es lo que se entiende por “grande”. Cuando estoy supuestamente en “lo grande” a mí se me hace, en cambio, muy pequeño. Para mí, la grandeza está en el silencio, en el estudio, en el equipo, la duda, el reencuentro con algo que no te esperabas y que aparece de repente.
En cualquier caso, el momento parece que sí es el preciso para que empiece a ser profeta en su tierra: en octubre inaugura ‘Testimonio’, su primera gran exposición en España, en el Museo de Arte Contemporáneo de La Coruña.
En el MAC de La Coruña voy con obra completamente nueva, realizada en el último año y medio. 42 cuadros. Cada sala va a tener un nombre distinto –’Los acróbatas de la ciudad’, ‘Romper moldes’, ‘La verdad’, ‘El estómago’, ‘Silencio blanco’, etc.– y en cada una voy a exponer lo que representa un testimonio, un fragmento distinto de Lita. Hay una sala enorme en la que voy a exponer mi estudio: voy a “romper” mi estudio y lo voy a trasladar a La Coruña, porque me hace mucha ilusión que la gente huela, pise y toque lo que es mi vida. Me parece precioso. Quiero que se vea lo que hay detrás de un cuadro, el uso de materiales, el desgaste de tubos, un montón de equipo que estamos limpiando los suelos, y esos suelos tienen una historia, y esa historia la quiero contar: el día a día. Cuando yo visito el estudio de un artista, lo que más me impresiona no es la obra, sino lo que hay alrededor: según lo que el estudio me dice, la obra se agiganta o se empequeñece… Si eso es tan importante para mí, quiero que la gente también lo vea. Y cuando en noviembre vuelva a comenzar a trabajar en La Haya, lo haré como un bebé: con un estudio completamente limpio, empezando de cero…
Voy a llevar al MAC tres mil rodillos con los que extiendo la pintura. Y las paletas que empleo para mezclar colores, que ya no son paletas: se han convertido en algo impresionante, por la cantidad de pintura acumulada, capa sobre capa… Eran placas de perspex, pero ahora ya no se sabe si es el pie de un elefante o una piedra de hace cuatro mil años… Los desechos que quedan del acto de hacer arte son parte de ese arte. Y eso lo voy a hacer visible en el MAC.
Foto de: Gianfranco Tripodo
Antes de esta exposición se va a producir el estreno de una ópera –’El asedio de Corinto’, de Rossini, el 10 de agosto, en el Arena Adriatic de Pésaro, Italia– en la que ha sido invitada a participar por La Fura dels Baus, con una larga pieza de videoarte.
Yo jamás había hecho videoarte en serio y ahora, que he tenido que hacerlo para la ópera en la que he trabajado con Carlus Padrissa, seguía viendo en ese lenguaje a mis maestros: a Anselm Kiefer, a Goya, a Vermeer… Pero mi videoarte es a la antigua usanza: usando la cámara para registrar lo que hago; yo no sé nada de trucaje y de postproducción. Todo lo que se va a ver en la ópera es la realidad registrada.
Cuando Carlus entró en contacto conmigo me asusté… Cuando le conocí sentí que estaba tratando con un auténtico artista, alguien poderosamente mágico, rompedor y atrevido. A mi ya me cuesta controlar “mi caballo”, así que ponerme enfrente de un potro como él, en el mismo “establo”, pensaba que iba a ser imposible: que no podía responder al nivel que se me pudiera exigir, porque no tengo experiencia en su ámbito. Yo no vengo del mundo del arte escénico o del gran espectáculo. Pero Carlus me decía que sí: “Mira estos cuadros: a mi me emocionan y me hacen temblar”, me decía. “Esto es teatro, esto son óperas, esto es crear emoción”, aseguraba. Yo veía que él me pedía no sólo que me saliera del lienzo, sino que me saliera del estudio, de mis paredes y de todo lo que conozco. Y él, tranquilamente, me decía que sí, que me saliera y que me fiara…
¿De qué se conocían?
¡De nada! ¡Yo ni siquiera sabía qué era La Fura dels Baus. Tengo una asistente, Marta, nacida en los Países Bajos, pero hija de españoles, que sí les conocía y estaba entusiasmada cuando Carlus Padrissa nos buscó. Luego busqué información y me quedé impresionada. ¿¡Cómo podía no haberlos conocido!?
¿Ha sido muy complicado el cambio de registro?
Es que yo lo veo como un gran cuadro en movimiento. No lo veo como una sucesión de “actos”, sino como algo muy pictórico: una composición de colores en la que trabajamos con las luces y el vestuario para que se adapte a la música. Porque de la música no nos podemos defender. La música es imparable. Aunque no la oigas, te entra por los poros; si estás sordo la sigues sintiendo por la vibración. Es como el agua: penetra. Y lo que hemos querido hacer es que la música entre en el cuerpo y se una al goce visual.