Se habla de un ‘Renacimiento de la innovación’ en el sector de la salud. Podría tratarse, en cierto modo, de esa reacción que pronosticaba el investigador Richard Gold en su perturbador y bien documentado ensayo sobre La caída del imperio de la innovación y su posible ascenso a través de la ciencia abierta. Aunque en esta ocasión los mensajes regeneracionistas provienen del mundo de la inversión.
El hecho es que todos los estudios daban por enterrado un 2022 gris en cuanto a inversiones en biofarmacia y medtech, tras el brillante 2021, con caídas en fusiones y adquisiciones del 53% a nivel global y cercanas al 30% en España. Pero en diciembre se produjo la compra de Horizon Therapeutics por parte de Amgen por 28.500 millones de dólares, casi el doble que el mayor acuerdo de tecnología médica del año, la adquisición de Abiomed por parte de Johnson & Johnson por 16.600 millones, y el clima ha dado un vuelco.
Ernst & Young acaba de calcular que, sólo en la industria biofarmacéutica, existe una capacidad de inversión basada en la solidez de sus balances de más de 1,4 billones de dólares, el nivel más alto registrado desde que lleva a cabo este tipo de análisis. Si 2022 “puede llegar a ser reconocido como la calma antes de la tormenta”, asegura la consultora, 2023 puede convertirse en el año del “diluvio”.
En España, pese al desplome de actividad, se han producido también operaciones destacadas en estos doce meses. Incluida la compra de la compañía de tratamientos de infertilidad IVI por el fondo de capital privado KKR por 3.000 millones de euros, un hito en el sector que la CNMV no autorizó hasta finales de año. Italfarmaco ha adquirido también a la familia Andress el 100% del laboratorio Lacer y el exBBVA Ángel Corcóstegui ha capitaneado, a través de Magnum Capital, la venta del grupo de oftalmología Miranza a Veonet por 250 millones.
A seguir ese ‘Renacimiento de la innovación’ en el sector de la salud, por consiguiente. No sólo va a entretener a los inversores, sino que está llamado a servir de palanca para un cambio en la forma en la que se concibe el modelo sanitario. Incontestablemente, será distinto, y eso sucederá en poco tiempo. La pandemia ha demostrado que el sistema actual no sólo es un acúmulo de obstáculos regulatorios y de silos de datos, sino que además no encaja bien con las revoluciones tecnológicas y científicas que se ciernen ya sobre la sociedad.
Entre los factores de cambio clave durante la próxima década destaca el impacto en los ingresos de la industria biofarmacéutica que tendrá la pérdida de protección vía patentes de muchos de sus productos líderes. Tendrán que competir con genéricos y biosimilares más baratos. EY sitúa la brecha entre lo que las grandes corporaciones podrían facturar y la realidad de su volumen de negocio, si no toman medidas, en 100.000 millones de dólares ¡ya en 2027!
A eso se suma la emergencia de ámbitos de innovación que introducen nuevos paradigmas en los costes, el calendario de los tratamientos y la personalización. La tecnología de ARN mensajero, la gran vencedora en la lucha contra la Covid-19, domina con claridad en el panorama investigador actual con 37 de los 100 proyectos de vacuna que tienen en marcha las 15 compañías integradas en Vaccines Europe.
Apremia también la actitud de los gigantes tecnológicos y de consumo, cuyos tentáculos siguen avanzando en el ámbito de la salud. Amazon ha pagado 3.700 millones de euros por One Medical. La reacción de las grandes corporaciones de las ciencias de la vida está siendo ya escindir su negocio no principal y focalizarse en dotar de músculo innovador a la actividad más estratégica. Pfizer y Novartis han separado sus unidades de genéricos y GlaxoSmithKline y Johnson & Johnson los negocios de salud del consumidor.
Los cambios regulatorios pondrán a prueba, no obstante, ese ‘Renacimiento de la innovación’. Deben clarificar el desembarco de nuevas vías de diagnóstico y tratamiento, como los basados en ARNm, y favorecer el desembarco de la revolución digital, con la gestión de datos masivos en la nube y la inteligencia artificial. De hecho, uno de los grandes obstáculos para rentabilizar la inversión en investigación es, precisamente, el tiempo de llegada de los medicamentos a los ciudadanos.
De las 45 medicinas aprobados por la EMA en 2021, España sólo había dado el visto bueno para su distribución a 14 dos años después; y de las 51 de 2018, sólo habían salido adelante 39, según el último indicador ‘Patients WAIT’ (Patients Waiting to Access Innovative Therapies) de la federación farmacéutica europea EFPIA, recién salido del horno. Nuestro sistema de salud tarda aproximadamente 450 días en aprobar el acceso de los ciudadanos a un nuevo medicamento.
España ha demostrado una enorme capacidad para generar soluciones en el sector de la salud. Aquella ‘fiebre de colaboración’ que estalló en los primeros días del Covid-19 deslumbró al mundo. Gran papel el de la secretaria general del Ministerio de Ciencia e Innovación, Teresa Riesgo, coordinando equipos. Pero las oportunidades que abre este ‘Renacimiento de la innovación’ exigen más agilidad en la adaptación del marco regulatorio y una nueva velocidad en el Sistema Nacional de Salud. Mucho de lo que suceda depende de nosotros.