Las noticias económicas de Corea del Sur suenan con una nota ominosa. El descenso de las exportaciones a Estados Unidos, Europa y China hace muy probable que esta importante economía asiática haya entrado en recesión por primera vez desde la pandemia de Covid. En febrero, el periodo más reciente del que se dispone de datos completos, todas las exportaciones surcoreanas se situaron un 15% por debajo de los niveles de hace un año. Las ventas a China se situaron un 30% por debajo de los niveles de hace un año, un indicador de que la industria china no funciona a plena capacidad. Las exportaciones de semiconductores se situaron casi un 50% por debajo de los niveles de hace un año, un indicador de que la actividad económica mundial se ha ralentizado. El índice nacional de actividad fabril se situó en 48,5 en febrero, muy por debajo del nivel de 50 que delimita entre crecimiento y contracción.
El Ministro de Economía surcoreano, Choo Kyung-ho, achacó el déficit a la duración de las vacaciones del Año Nuevo Lunar en China y a la fuerte caída de los precios de exportación, especialmente de los chips informáticos. Pero es evidente que el déficit es mayor. El descenso de los precios de este producto, antaño tan codiciado, refleja una caída global de la demanda. En reconocimiento de esta realidad, fuentes gubernamentales surcoreanas prevén ya una caída del 4,5% en todas las exportaciones del país este año, todo un cambio respecto al crecimiento del 6,1% de 2022. Esas mismas fuentes gubernamentales también admiten que la economía surcoreana se contrajo durante el cuarto trimestre del año pasado y que está en camino de hacer lo mismo durante el primer trimestre de este año, lo que significa que la economía del país está en recesión.
Esta es una mala señal para todas las economías asiáticas orientadas a la exportación, incluida, quizá especialmente, la de China. Taiwán y Malasia, ambos grandes productores de semiconductores, también han registrado descensos globales en sus exportaciones. Japón informa de que su índice de actividad fabril se situó en 48,6 en febrero, el periodo más reciente del que se dispone de datos completos, ligeramente por encima de enero, pero aún en territorio de contracción. De hecho, Japón lleva más de un año sin registrar una lectura positiva de esta estadística. Toru Nishihama, economista jefe del Instituto de Investigación Dai-ichi Life de Tokio, encuentra la causa en «la debilidad de los principales destinos de las exportaciones, como Estados Unidos y Europa».
China no ha escapado del todo a esta tendencia. Surgió cierta esperanza de fortaleza cuando el pasado mes de enero Pekín abandonó por fin sus encierros y cuarentenas cero-Covid y abrió la economía de la nación. Y se ha producido un repunte del gasto de los consumidores, lo que los medios llaman «gasto de venganza». Debido a este repunte, el índice oficial de actividad fabril de China superó la demarcación de los 50 entre crecimiento y decrecimiento. Registró 52,6 en febrero, el periodo más reciente para el que se dispone de datos completos. Pero hay motivos para dudar de la fortaleza implícita. Por un lado, el gasto de los consumidores se ha producido casi exclusivamente en bienes y servicios de lujo, lo que sugiere que podría no tener el poder de permanencia necesario para impulsar la economía en general. Por otro, el índice oficial de actividad fabril tiene una base estrecha y se centra casi exclusivamente en las grandes empresas estatales. El índice Caixin, más amplio e independiente, muestra unas ganancias mucho menos impresionantes y en febrero se situaba en 51,6 puntos. Y lo que es más inquietante, las exportaciones chinas en enero y febrero se mantienen casi un 7% por debajo de los niveles de hace un año.
Con los bancos centrales de Europa y Estados Unidos subiendo los tipos de interés y restringiendo los flujos de crédito, las perspectivas de exportación de Corea del Sur, China y Asia parecen, en general, limitadas en el mejor de los casos, incluso si Occidente evita una recesión total. A menos que el «gasto por venganza» se redoble en China –algo poco probable–, Pekín tendrá casi con toda seguridad que revisar a la baja la ya reducida previsión del 5% de crecimiento real para 2023.