Opinión Kerman Romeo

Las persianas

Hay pocos inventos tan necesarios y de los que sentirse tan orgulloso.

Cuando la gente se pone a hacer inventario sobre las cosas de su país de las que se siente orgulloso, aparecen rápido los clichés, tan indeseables y certeros. Los mexicanos y su tequila, los argentinos y el tango, los austriacos y los canguros (homenaje retro a Albiol), los franceses y la guillotina… Como a mí siempre me han gustado los tapados, esas cosas que nunca ponderas, pero que deberían celebrarse, huyo de jactarme de la paella y similares y me acojo a un elemento que pasa totalmente desapercibido y que, pese a no ser español de cuna, es santo y seña de todas nuestras calles: la persiana.

Suele decirse que no valoras algo hasta que lo pierdes. Algo así me pasó con las persianas. Como me han acompañado toda mi vida, como suelen ser discretas, silenciosamente feas, nunca había pensado en lo que las quería hasta que con catorce o quince años hice mi primer viaje de verano a Kilkenny (Irlanda) para estudiar inglés. En este país amanece muy temprano en época estival, tanto que casi estás de after tomando una caña después del trabajo, así que a eso de las cinco de la madrugada se colaba una luz que nos desvelaba a mi onanista compañero francés (hay fotogramas que no logro quitarme de la cabeza) y a mí. Fue la primera vez en que eché de menos una buena persiana.

Uno acaba convirtiéndose en esclavo de sus costumbres. Tanto me he acostumbrado a la oscuridad absoluta que nos regalan las persianas, que casi odio más sus sucedáneos que su ausencia, como el que aborrece el “arroz con cosas”. Esta Semana Santa, como tantas otras, la he pasado en Cantabria. La mayoría de las habitaciones de nuestra casa, por una cuestión estética de la urbanización, tienen contraventanas de madera en vez de persianas. El resultado es que, una vez las cierras, se filtra un porcentaje elevado de luz, como si tuvieses una farola encendida en un callejón por la noche. El resultado, dormir a duras penas, echando de menos esa falta de luz que ahoga todas las penas.

Cuentan que detrás del uso de las persianas hay motivos religiosos. Seguro que es así. Sea como sea, no puedo llegar a entender que haya quien desee dormir con su habitación plenamente iluminada, restando calidad al sueño y, sobre todo, perdiendo todo control sobre la naturaleza. Pero bueno, también hay gente que considera una buena idea desayunar baked beans, alubias con salsa de un tomate parecido al ketchup. Nunca pensé que pudiera sentir morriña de un pedazo de plástico, pero ahí están las persianas para que las eches de menos cuando no están. Un artilugio del que sentirse muy orgulloso.

Feliz lunes y que tengáis una gran semana.