Cuando le pregunté a un amigo carnicero si su hijo –ya casi mayor de edad– seguirá al frente de los tres establecimientos de su propiedad la respuesta fue clara: “Por supuesto que no”. Esas pollerías, charcuterías y panaderías que ha puesto en marcha en los últimos años, y que son bastante rentables por su ubicación y características del barrio, no serán gestionadas por sus descendientes, pero la razón no es que tengan otras inquietudes u otra vocación. Él lo veía claro. “Las nuevas generaciones no están dispuestas a dedicar todas las horas del día al trabajo, quieren tiempo libre y esto es muy exigente”. Ha pasado mucho tiempo y los múltiples informes y artículos en medios sobre la generación Z reflejan que, efectivamente, los nacidos entre 1996 y 2015 pueden enfocar las relaciones laborales de una manera distinta.
Para empezar, conviene decirlo, el afán de estudiar cada nueva generación de jóvenes no tiene ningún objetivo científico o sociológico más allá de saber cómo venderles bienes de consumo, pero al menos sabemos que enarbolan la bandera de la igualdad y el feminismo y tienen gran compromiso medioambiental. Sin embargo, eso no lo dicen los informes sino el que escribe, a la vez veneran las hipermachistas letras de los ritmos latinos, compran ropa barata de moda efímera producida en el sudeste asiático que acabará en un vertedero de una megaurbe africana y la contaminación derivada de sus viajes de fin de semana a una ciudad europea no compensa que pasen su vida separando los residuos y poniendo en redes mensajes contra los test de productos cosméticos en conejos. Dicho queda. Pero volvamos al trabajo.
A veces cuando escuchas que no están dispuestos a hacer horas de más, a que exigen flexibilidad en los horarios, a que la jornada laboral no arrincone el ocio resulta imposible no pensar en si tú has sido un pringado, si has tragado con todo… Es elogiable el golpe en la mesa, el plantear como irrenunciable gozar de tiempo libre suficiente como para ir a gimnasio, escribir relatos o poner atender mejor a tus hijos. Si esa forma de pensar es común a toda la fuerza laboral que se incorpora al sistema quizá los empleadores adapten el empleo que ofrecen a esa nueva realidad. Eso nos conduce a una sociedad menos esclava de los horarios y puede que más productiva. La pandemia obligó al teletrabajo y al final, aunque las empresas están apostando por una vuelta a la presencialidad en los trabajos de oficina, lo cierto es que se ha ganado en flexibilidad y horarios más racionales.
Ahora viene el baño de realidad. Será que me hago viejo, gruñón o estúpido. Queridos jóvenes, con la excepción de trabajos de alta cualificación y sobre todo del ámbito tecnológico, donde pueden poner muchas exigencias sobre la mesa, nadie va a gozar del trabajo soñado: libertad de horarios, elevado sueldo, ausencia de presión por obtener resultados, compañeros estupendos, ubicación de la sede a cien metros de tu casa, desarrollo profesional, compromiso social de la empresa… En el mejor de los casos, el puesto ofrecerá dos o tres de esos requisitos. El trabajo perfecto no existe. Y otra cosa más, cuando uno empieza su carrera laboral se come mucha mierda, lo pasas mal porque no tienes ni idea del sector en el que empiezas, a veces tienes que formarte en tu tiempo libre, lloras y sufres, para llegar lejos hay que hacer sacrificios, pueden ser de tiempo o de dignidad.
Una última anécdota personal. Buscaba un ayudante para publicar contenidos en redes para promocionar mi última novela. Edición de Reels y poco más. Varias personas –de menos de 25– me contaron que ya con su trabajo tenían bastante y no querían ir agobiados. Les dije, “mira, soy director de Comunicación de una institución importante, publico libros, tengo dos hijos que dan mucha guerra y no he dudado un segundo en coger una colaboración en Forbes que me da menos dinero del que te ofrezco por ese curro con las redes. Estás empezando, no renuncies a nuevas oportunidades, ni a los contactos que te puedo servir, por tener dos horas más de ocio a la semana. Es mi consejo”. Me miraban con lástima y condescendencia. Estaré equivocado. Ojalá los éxitos profesionales lleguen ahora sin esfuerzo, yo no conozco otro camino.