Hace poco hablábamos del ChatGTP, un modelo de inteligencia artificial al que le podemos preguntar cualquier cosa y nos ofrece una respuesta redactada y coherente. Pero va más allá, y recordemos que “aprende” cuantas más personas lo usen. Si le pedimos un cuento en el que aparezcan Superman, un tapón de una botella y un calcetín, por decir algo, en menos de un minuto emergerá ante nuestros ojos, línea a línea, una creación original y publicable, y en este caso un poco surrealista. Lo hemos probado. Hay profesores universitarios que han experimentado y le han pedido que redacte un ensayo razonado sobre una cuestión compleja y los resultados mejoran a lo que presentarían muchos de sus estudiantes.
Por otra parte, ajenos al ChatGPT, la inteligencia artificial es capaz de pintar cuadros originales o componer música. Así que tomemos esas actividades puramente humanas como estudiar y aplicar lo aprendido, escribir una novela, pintar un cuadro y parir una canción. ¿Puede una máquina hacer eso? Y, sobre todo, ¿puede hacerlo mejor que un hombre o mujer de carne y hueso?, ¿pierde valor el arte por surgir de una máquina sin sentimientos?¿Las cosas que nos emocionan serán un fraude en unos años?
Sobre la educación resulta evidente que cualquier estudiante puede pedirle al chat que le redacte un trabajo de diez folios sobre Viriato o Sorolla. No es más que una versión sofisticada del cortar y pegar, o de cuando, en aquellas tardes de la era preinternet, para hacer un trabajo copiabas una entrada de la vieja enciclopedia de casa tal cual figuraba en esos tochos acumuladores de polvo. Quizá los profesores deban complementar el trabajo escrito con una exposición oral y con dos preguntas bien escogidas descubrirán fácilmente al alumno tramposo.
En el caso de la música, las ayudas tecnológicas y electrónicas a la voz de muchos intérpretes -Autotune y similares- sumadas a las propias letras del reggaetón y el perreo te llevan a pensar que es casi mejor dejar a una máquina que lo intente.
Pero vamos con la literatura, que es, junto con el periodismo, el campo del que firma esta columna. ¿Escribirá un best seller el ChatGPT o cualquier tecnología que le suceda y supere? Sin duda lo hará. Habrá un momento en que se desvele que un autor misterioso que ha vendido millones de ejemplares, tipo Carmen Mola, es un programa informático en lugar de tres guionistas de TV. Aprenderá de todos los libros más vendidos de la historia, sabrá lo que espera el público, cómo crear momentos de suspense, a generar diálogos fluidos, etc. Será como un alumno aventajado de un curso de escritura. Ojo, que a lo mejor también Juan Gómez Jurado es un robot llegado del futuro con las claves del éxito editorial. Bromas aparte. Si la novela cautiva, entretiene, emociona y te hace pasar un buen rato ¿no sirve porque la haya escrito una máquina sin capacidad para amar, sufrir o reír? Alguien dirá que la historia narrada “no tiene alma…” y se generará un silencio inquietante. La siempre compleja e inmovilista industria editorial se enfrentará a cambios drásticos.
Sin embargo, quizá cabe pensar que existen creaciones que jamás puede llevar a cabo ni siquiera el ordenador cuántico más potente jamás diseñado. El humor, por ejemplo, tiene matices tan propios de cada sociedad que no siempre se pueden sacar patrones comunes. Pensemos en España, escenario de ocurrencias tan delirantes, ofensivas, sorprendentes y agudas que no podrían surgir de un robot, ni de un replicante de los de Blade Runner (si no estuvieran siempre de mal rollo), pero tampoco de un estonio o un alemán de nuestros días, porque son incapaces de procesar ciertas formas de pensar y reírnos de nosotros mismos. Basta con leer algunos comentarios de Twitter o los famosos rótulos irónicos del programa de “Cachitos de Nochevieja” de TVE. El día que una máquina supere al ser humano en este aspecto espero no estar vivo para verlo.