¿Capitalismo Consciente?
Para muchos, son dos términos contradictorios. No así para John Mackey y Raj Sisodia, autores del libro homónimo (Capitalismo Consciente, 2014).
El capitalismo consciente presupone que el capitalismo ha sido, tal como se ha dado a conocer, inconsciente. No es de extrañar, si consideramos que el capitalismo responde a una visión materialista de la realidad, en la que no se contempla la existencia de la consciencia.
Capitalismo consciente hace referencia a un modelo de capitalismo en el cual los agentes activos (empresas y corporaciones) actúan con consciencia del ecosistema al que pertenecen.
Traslada los principios egoicos del capitalismo tradicional, según los cuales cada agente busca el máximo beneficio en un mercado competitivo, a un ego ampliado que integra tanto a las personas y colectivos relacionados con la actividad (stakeholders), como al medioambiente en el que se desarrolla. Es decir, el capitalismo consciente amplía el espectro de la consciencia de modo que, si bien cada empresa sigue mirando por su propio beneficio, se incluye como propio todo el entorno.
Los autores de Capitalismo Consciente conciben así dos tipos de capitalismo: el tradicional, que considera la consecución de beneficios económicos como la principal e incluso única motivación; y el consciente, que agrega los beneficios medioambientales y sociales a sus objetivos.
Hay otras teorías que siguen la línea de considerar al capitalismo como un sistema orgánico en permanente evolución.
Jeremy Rifiin, autor de La Tercera Revolución Industrial (2011), identifica diferentes modelos de capitalismo que se corresponden con las diferentes revoluciones industriales que se han venido produciendo. Es un planteamiento muy atractivo, en el que considera que, para que se pueda hablar de una revolución industrial, deben coincidir dos factores: un cambio en las fuentes de energía y un cambio tecnológico. Y habla de tres revoluciones industriales, a las que corresponden tres tipos de capitalismo:
- La primera (finales del S. XVIII/ finales del S. XIX) se corresponde con las energías fósiles: primero, el carbón y la tecnología de la máquina de vapor; después, el gas, el petróleo y el motor de combustión.
- La segunda, en la que se impone la electricidad como fuente de la nueva tecnología electrónica y digital.
- La tercera introduce las energías renovables para alimentar a la industria del dato, basada en la IA (Inteligencia Artificial) e internet. En este sentido, Rifkin predecía la generalización del recurso al hidrógeno, que, si bien no es aún una realidad, no debemos dar por descartado si consideramos, por ejemplo, el acuerdo entre Portugal, España y Francia para el corredor energético H2Med, previsto para transportar hidrógeno a partir de 2030.
Klaus Swchabb, fundador del Foro Económico Mundial, publicó en 2016 La cuarta revolución Industrial, moviendo ligeramente los parámetros:
- Primera, impulsada por la máquina de vapor, hasta mediados del S. XIX.
- Segunda, propiciada por la electricidad y la producción mediante cadenas de montaje (finales del S. XIX).
- Tercera, generada por el impacto del uso del ordenador (década de los 60) y la generación de la IA.
- Cuarta, que abre una nueva realidad gracias a la invención de internet y el smartphone, generando la industria del dato y el desarrollo de la IA.
En la Feria de la industria tecnológica de Hannover de 2016 se creó el concepto de Industria 4.0, inspirada sin duda en estas clasificaciones.
Otto Scharmer, autor de Teoría U (2009), distingue cuatro sistemas operativos del capitalismo:
- 1.0, cuyas estructuras de poder son centralizadas.
- 2.0, en el que la autoridad central da paso a la competencia entre grandes rivales.
- 3.0, que integra a minorías como nichos de poder que compiten entre sí.
- 4.0, que está por llegar y que se imagina como una red de sistemas colaborativos e integración creativa, en la que todos participan co-creando.
El 4.0 del que habla Scharmer tiene muchos elementos en común con lo que sería la evolución de la 3.0 de Rifkin, y algunos con la 4.0 de Schwabb, y con la Industria 4.0, pero en cualquier caso lo que se va generando es un consenso respecto a que vivimos un cambio de sistema que se corresponde con una visión más amplia e interrelacionada de la realidad.
La crisis climática, la medioambiental, la social y la política se comprenden como fruto de la falta de perspectiva ecosistémica que caracteriza al primer tipo de capitalismo. Si traducimos en una analogía lo que quiero explicar, en el campo de la agricultura se traduce en una visión cortoplacista que busca obtener los máximos beneficios de una cosecha, para lo cual recurre al uso de abonos y pesticidas que arruinan la fertilidad del terreno para las futuras plantaciones.
Está claro que una explotación extractiva de cualquier recurso, centrada en la consecución de resultados inmediatos sin tener en consideración los efectos colaterales y los de largo plazo, condiciona e incluso impide el desarrollo futuro.
Aquí es donde considero importante entender que nuestras ideas y opiniones sobre nuestra realidad están siempre condicionadas por lo que denomino Creencias Comunes Compartidas (CCC): aquellos presupuestos sobre los que se asienta nuestra visión del mundo y de las cosas. Por ejemplo, una CCC del capitalismo inicial es que el mercado es como una selva en la que rige la ley del más fuerte, y que hay que competir con los demás agentes para sobrevivir y prevalecer; otra, que la libre competencia conduce a un equilibrio natural entre las distintas fuerzas del mercado, sobre el que actúa una “mano invisible”.
Si las revisamos, ambas CCC están fundamentadas en presupuestos científicos de la época: por un lado, desde la biología evolutiva, la teoría de la selección natural que publicó Charles Darwin en 1859 (El origen de las especies); por otro, la economía de libre mercado propuesta por Adam Smith en 1777 (La riqueza de las naciones).
Es decir, que los dos pilares sobre los que se asienta nuestra idea profunda de cómo funciona un sistema económico y social proviene de siglos atrás. La ciencia ha evolucionado (ambas teorías están ya relegadas a la historia de la ciencia), la sociedad y la economía también, pero las ideas profundas sobre las que se fundamenta una sociedad son difíciles de cambiar. ¿Cuál es la razón? Pienso que precisamente porque son ideas profundas, o CCC, y actúan de forma inconsciente. Si imaginamos un iceberg, son aquellas
que permanecen ocultas bajo la línea de flotación pero que conforman la base desde la que asoma lo que queda a la vista. El conjunto de CCC, de las que no somos conscientes pero que construyen nuestra visión de la realidad, es lo que denominamos el paradigma.
En NoDiseño. Propuesta para una nueva creatividad (2021), expongo la necesidad de tomar consciencia del cambio de paradigma que estamos viviendo y de construir un nuevo modelo de interrelación entre las corporaciones y los usuarios adecuado a esa consciencia. Es el punto de partida para el trabajo de Diseño Consciente, en el que promuevo el reseteo y la actualización de los sistemas operativos internos y externos de las empresas y corporaciones —en este sentido, es importante aclarar que Diseño Consciente no se refiere al diseño de bienes o servicios, sino de procesos y proyectos—.
La propuesta de Capitalismo Consciente se mantiene fiel al sistema de libre competencia, que considera como motor de desarrollo y superación y que implica, en última instancia, la idea del egoísmo como fuente de motivación —eso sí, no en los términos darwinistas sino actualizado a la manera en que el biólogo evolutivo Richard Dawkins expone en El Gen Egoísta (1976)—. Sin embargo, es una visión actualizada del ego, que comprende no sólo la empresa, sino todo su ecosistema (trabajadores, proveedores, clientes y el medioambiente).