Opinión Kerman Romeo

Las escobillas

En pleno 2023, no parece lógico que sea la única solución para su cometido.

De todas las efemérides curiosas de 2023, quizá la más nostálgica sea la conmemoración de los veinte años desde el estreno de la serie Los Serrano. Han pasado ya dos décadas desde que una familia atípicamente común se colase en nuestras pantallas. Son miles las escenas que uno puede recordar de las ocho temporadas que estuvo en activo, aunque yo siempre me quedaré con Diego (Antonio Resines) agarrándose el pecho como si le diese un infarto y, acto seguido, persiguiendo a Marcos (Fran Perea) y a Guille (Víctor Elías) con la escobilla del baño por la casa.

Por motivos estrictamente profesionales, la pasada semana tuve que pensar bastante en Los Serrano. Antonio Resines, actor y socio de Be Liquid, nos visitaba en nuestra convención y tocaba repasar su trayectoria. Haciéndolo, reparé en lo que constataba en el párrafo anterior, que la primera imagen que me viene a la cabeza cuando pienso en Los Serrano es la de la escobilla. En las manos de Diego Serrano era un arma, pero habitualmente en casa suele ser una herramienta aliada para recuperar cierto decoro. Hoy en esta columna quería realizar una reflexión que difícilmente vería la luz si me aprobasen estas columnas.

Es tremendo el grado de desarrollo que ha alcanzado nuestra sociedad en un sinfín de temas. Llegamos a la luna hace ya más de cincuenta años, nos cepillamos los dientes con dispositivos punteros, cocinamos con Thermomix, hay drones capaces de traer tus envíos de Amazon y una persona llamada Alexa te pone la música que quieres. Sin embargo, cuando cierta innombrable carga que expulsas decide tomar un camino diagonal en vez de vertical, caer a hierro, pero no a plomo, la solución sigue estando es un pedazo de plástico con unas púas al estilo cepillo de dientes: la escobilla. Eso sí, sin la motorización de mi artilugio dental.

Pero eso no es lo peor. En pleno 2023, cuando todo es posible, esa escobilla se guarda tras ser usada en un cuenco con agua y desinfectante para volver a usarse. Si ya me parece repugnante en casa, imagínate ya en un hotel, por cuyo baño pueden pasar alrededor de 300 personas al año. Esa escobilla recoge un pedazo de todos, aunque seguramente un pedazo que nadie querría. Si ese cuenco hablara, seguramente tendría halitosis y un buen cúmulo de bacterias, además de buenas anécdotas sobre las resacas de la gente. Diego Serrano no lo sabía, pero en sus manos tenía un arma de destrucción masiva.

Quizá el problema radique en que cualquier otra solución, al menos las rudimentarias que yo conozco, me parece peor. Por eso, quiero aprovechar la cuestionable popularidad de esta columna para hacer un llamamiento a todos los científicos e inventores del mundo para que hallen una solución que mande a mejor vida a la escobilla. Hoy no podemos vivir sin ella, pero espero que dentro de otros veinte años, cuando veamos la foto de Antonio Resines con ella en la mano, nos parezca una rémora del pasado, como cuando vemos una cinta cassette.

Feliz lunes y que tengáis una gran semana.