Alejandro Stivelberg Katz, más conocido por su recortado Alejo Stivel, fue el frontman de Tequila hace cuarenta años y ahora lo vuelve a ser otra vez a cuenta de un documental sobre la banda. Entre medias, subidas y bajadas, una carrera como productor de más de 250 discos (Sabina, La Oreja de Van Gogh, M-Clan…), simpatía por los Rolling Stones —“los he visto 37 veces”— y un programa de radio donde pincha lo que quiere (Música para animales, los jueves a medianoche en Rock FM). Alejo, argentino del 59, es noticia por el estreno de la película sobre su banda, que mantiene viva junto a su amigo de infancia Ariel Rot. Se estrenó en el Festival de Cine de San Sebastián. Y ahora llega a cines y plataformas
¿Cómo es ver la vida de uno en un documental?
Como ver la vida de otro. Pasó mucho tiempo y yo tengo muy mala memoria. Por otro lado, no estoy acostumbrado a verme en una pantalla así. Me enternecen esos niños huyendo de Argentina, soñando con montar una banda de rock.
¿Cómo era España en esa época?
En blanco y negro. Bueno, era más una gama de grises. La represión se veía hasta en el comportamiento físico: vas rápido, encogido, tratando de no llamar la atención… Y de la 32 escena musical mejor no hablemos.
Sí, sí, mejor hablemos…
Era bastante cutre. Con Ariel íbamos a ver qué había: Asfalto cantando en inglés, la Spoonful Blues Band (de donde sacamos a Felipe y Julián), Iceberg (que cantaban sentados)… Nuestro look llamaba la atención. Aún faltaban años para la Movida.
Y ahí, ¿cómo encajáis?
Curiosamente se nos rechaza. Tenían que romper con la generación anterior, y aunque éramos menores que casi todos ellos, nos veían como establishment. A mí no me dejaban entrar en el Rock-Ola, era como si fuera Julio Iglesias [ríe].
¿Por qué no tuvisteis una carrera más larga?
Está escrito en el adn de las bandas que se separan. Empezamos muy chavales y tuvimos mucho éxito de golpe. Si te juntas con tus colegas a los 17 años y hacéis todo juntos… Una banda es un ente monolítico, donde todo se hace en la misma dirección. Solo una ha conseguido perdurar: los Rolling Stones.
¿Y cómo fue volveros a juntar?
Estuvimos sin hablarnos hasta 2008, creo. Llamé a Ariel y él dijo que no. Estuve muy insistente y al final dijo que sí.
En todos esos años, ¿qué hiciste?
Desde el fin de Tequila en el 83 hasta el 87, básicamente salir todas las noches, beber y drogarme y volver a mi casa de día y dormir hasta que se hacía de noche. Después monté una productora de publicidad, también un estudio, hice más de 500 jingles y me harté de la publicidad. Me dije: quiero hacer discos. Un día hice uno que unía la publicidad con la industria discográfica: Carácter latino. Vendió un millón y lanzó al estrellato a Jarabe de Palo. A partir de ahí me empezó a ir bien y…
Espera, espera. Hablemos de tus grabaciones de éxito. La Cabra Mecánica con
María Jiménez, por ejemplo.
María vino al estudio una tarde a las 4, le ofrecí un té y me pidió dos whiskys. Me fui al bar de enfrente y se los traje. A los diez minutos me dijo: otro. A las 8 terminamos la botella y La lista de la compra, fabulosa canción del genio Lichis
La Oreja de Van Gogh. Cuenta la leyenda que no tocaron ni una nota del primer disco…
La compañía me dice: “Alejo, vamos a sacar siete grupitos jóvenes con el presupuesto de uno, a ver qué pasa”. Uno de esos era La Oreja. Voy a San Sebastian al local de ensayo, los oigo y le digo al director de la compañía: tienen temas con gancho pero no saben tocar, tienen que en- sayar ocho horas al día durante un año. Y él me dice que el disco tiene que salir en mes y medio. Entonces le propongo grabar con mi equipo de músicos habitual. Todo el mundo encantado, incluso el grupo pide estar en la grabación, “así aprendemos”. Entregué el disco puntualmente y vendió un millón y pico. Lo gracioso es que el siguiente disco que hago es el de Sabina, 19 días y 500 noches, y lo grabamos con el mismo equipo. Un día alguien le pregunta: “¿Quienes son tus músicos del disco?”. Y él dice: “La Oreja de Van Gogh”.
Paréntesis: ¿cómo ves al Sabina actual, “ya no de izquierdas” y recién separado de su guitarrista de siempre, Pancho Varona?
Joaquín tiene el desencanto habitual en una generación que fue muy idealista. Estamos en una época pragmática, tecnocrática, ¿con qué revolución vas a soñar hoy? Respecto a Varona, creo que debería estar muy agradecido a Sabina por todo lo que le ha dado estos años. Era la crónica de un final anunciado.
M-Clan…
Habían sacado un par de discos grabados en Memphis y Toronto, y no pasaba nada. Yo les decía: “Sois la mejor banda de rock ‘n’ roll en castellano pero tenéis que desarrollar vuestra personalidad. Sois como unos clones de los Black Crowes de Murcia”. Trabajamos mucho con las canciones para que la gente en España pudiera cantarlas.
¿Sigues produciendo?
Ya no frenéticamente. Estoy centrado en mi carrera de cantante solista. Pero estoy produciendo la vuelta de Rosa León con canciones de María Elena Walsh en duetos: Víctor Manuel, Ana Belén, Sabina, Serrat, Rozalén, Joaquín Reyes… Va a ser un disco a fuego lento.
¿Sigue vigente la figura del productor cuando los discos se graban en ordenadores?
Las máximas estrellas de la música española hoy, Rosalía y C.Tangana, recurren al productor, porque no es tanto saber utilizar una computadora como una visión externa, un criterio que tú no tienes. Yo nunca me senté a aprender a manejar una mesa de sonido ni sé tocar ningún instrumento y produje 250 discos. Mi instrumento es el cerebro.
¿Y qué le aporta al productor producir? ¿Cual es hoy el negocio?
No lo sé. Económicamente no es un oficio que genere dinero. Es como la poesía: te metes y lo haces.