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Opinión Ignacio Rodríguez Burgos

La Ruta de la Seda es un camino de ida y vuelta

El Foro Económico Mundial se muestra preocupado por la fragmentación del planeta.

La distancia que separa el balneario suizo de Davos de la ciudad ucraniana de Bakjmut es muchísimo más grande que los 2.750 kilómetros que muestra el mapa. Es la distancia entre un mundo en paz y un universo de crueldad y destrucción. Es el espacio que separa las pistas de esquí, que acogen a líderes políticos y empresariales de medio mundo, de las trincheras del frente de batalla. El Foro Económico Mundial se muestra preocupado por la fragmentación del planeta. La invasión rusa de Ucrania es la falla tectónica por la que fluye la lava de la guerra. Son los turbulentos años veinte del siglo XXI. La globalización está herida y no solo por la fiereza de Moscú en la recuperación expansionista de un imperio que desapareció con la URSS y que ésta heredó de los zares. Al otro lado de la frontera del rio Amur, China se ha ido quitando la mascarilla del Covid y la máscara de su estrategia internacional elevando su agresividad. El choque con Occidente se mascaba desde la presidencia de Barack Obama, se incrementó zafiamente con Donald Trump, en guerras comerciales que dañaban a sus aliados, y se continúa con Joe Biden y su prohibición de exportar a Pekín tecnología puntera.

Durante décadas, las empresas occidentales trasladaban fábricas y producción a China y desde allí los artículos viajaban a cualquier lugar del planeta a precios baratos y con una cadena de suministros eficiente. Todo esto se fue al garete con la pandemia. Europa y EE UU descubrieron con horror su alta dependencia de las empresas chinas, compañías, a su vez, enlazadas con el Comité Central del Partido Comunista chino. Con las materias primas y la energía ha ocurrido lo mismo. Los gasoductos con Rusia se convirtieron en cadenas. Las minas se cerraban en Europa por los riesgos climáticos mientas se abrían al otro lado de la Gran Muralla en un trasvase gigantesco de negocio, materias primas y rentas. Los gobiernos de Moscú y Pekín mostraban su músculo al controlar parcelas estratégicas de la economía occidental. El Covid y Ucrania han quebrado el proceso y la confianza. Se buscan alternativas.

El pequeño pueblo alemán de Lütznerath ha generado una grieta en el gobierno de coalición alemán, especialmente entre los verdes. El Ejecutivo de Olaf Scholz ha desalojado esta pequeña aldea cercana al Rin para favorecer la explotación de una mina de carbón. La necesidad obliga y “los verdes” alemanes se decantan por mantener calientes los hogares y activas las fábricas a pesar del aumento de los gases invernadero. Es el coste de la independencia energética.

En EE UU, los apaches luchan denodadamente contra el Gobierno federal para impedir que en uno de sus lugares más sagrados, el bosque de Oak Flat, sea trasvasado a la minera Rio Tinto en un intercambio de tierras. En Oak Flat moran los espíritus eternos de los apache pero también el mayor yacimiento de cobre de Estados Unidos. El caso se arrastra desde la época de Obama pero ahora, en marzo, debe resolverse en los tribunales federales. La administración de Biden no cede, el cobre es fundamental para la electrificación de la economía, más allá del automóvil con baterías.

Kiruna es una localidad al norte de Suecia, prácticamente en su norte indomable y helado. Y allí, la empresa sueca LKAB ha encontrado el mayor yacimiento de tierras raras de Europa. Se trata de un millón de toneladas que permitirá a Europa reducir la dependencia de China en estos elementos químicos. Elementos fundamentales para la transformación energética e industrial.

A la búsqueda de alternativas a las materias primas se une la explosión de las energías renovables. La producción eléctrica de los aereogeneradores y de las instalaciones fotovoltaicas alcanza ya niveles competitivos con la nuclear y los combustibles fósiles. Las renovables son volátiles, pero también son la ruta que libera a Europa de la OPEP y de Rusia. A esto se añade otro fenómeno, la relocalización de industrias. Las grandes multinacionales occidentales trasladan producción hacia la India, Vietnam y otros países en desarrollo o, incluso, cada vez más, repatrian fábricas. Las dificultades en las cadenas de suministro y el abaratamiento de los procesos industriales más eficientes y limpios permiten acercar a Europa instalaciones que antes se alejaban al Extremo Oriente. La Ruta de la Seda es un camino de ida y vuelta.