Opinión David Ruipérez

El VAR en el BAR, fútbol y dinero

Desde que España encadenó aquellas dos brillantes Eurocopas con el Mundial de Sudáfrica entre medias el presupuesto de la Real Federación Española de Fútbol casi se ha quintuplicado.
Videoarbitraje en la Copa Mundial de la FIFA Rusia 2018. (Foto: FIFA)

Fútbol de élite y dinero son dos conceptos que se fundieron poco tiempo después de que se inventara este deporte. Sin embargo, desde hace cinco años un nuevo elemento, no deseado por los más puristas o conservadores aficionados, influye sobre el juego y el espectáculo, rompe corazones y quinielas, ahoga los gritos de euforia cuando un minuto después de quedarte sin voz cantando el gol de la victoria cae un jarro de agua fría… Ah, ¿no vale?

Sí, hablamos del VAR (árbitro asistente de vídeo por sus siglas en inglés), algo que en castellano suena a ese lugar donde se ganan amistades y se pierde la vergüenza pero que en realidad es una suerte de juez objetivo que enmienda los errores humanos y hace el fútbol más justo. Hay futbolistas, clubes y naciones privados de ligas, copas y hasta Mundiales por un maldito error humano, fumigados de la historia del deporte, de la gloria. Sus nombres no serán recordados.

España gana y la RFEF también

Y, en el plano económico, la trascendencia no es menor. Desde que España encadenó aquellas dos brillantes Eurocopas con el Mundial de Sudáfrica entre medias el presupuesto de la Real Federación Española de Fútbol casi se ha quintuplicado. Patrocinios y derechos televisivos se incrementan notablemente tras aquellos éxitos deportivos que, a lo peor, nunca hubieran llegado por falta de apreciación o por decisiones cuestionables y sospechosas como en aquel mundial de 2002 en Corea y Japón. En competiciones de clubes sucede lo mismo. Pasar a la siguiente fase en Champions League implica una media de 12 millones de euros para el club, cada victoria casi tres millones más… Es decir, la derrota en el campo afecta a la cuenta de resultados y nadie desea perder por la falta de vista de un colegiado de nombre impronunciable.

Hay parcelas del juego donde la utilidad de este sistema de asistencia tecnológica está fuera de toda duda. Por ejemplo, un penalty que no vio el árbitro de carne y hueso entre ese laberinto de piernas en el área, pero que sí aprecian los otros tres trencillas –término en desuso– que se hacinan en un cuartucho rodeados de pantallas. Adiós especulación, teorías conspiranoicas y discusiones en el trabajo. Es penalty, no hay duda. La evidencia tranquiliza los corazones y las conciencias de los beneficiados y los perjudicados, de los aficionados en general. Digamos que introduce un poco de sosiego y educación en un deporte propenso al brutalismo, al insulto y la rabia. Hasta ahí todo bien…

¿Y el fuera de juego?

Pero centrémonos en otro de los pilares del reglamento del fútbol, el fuera de juego. El espíritu de esta norma es evitar que un jugador/a que se encuentre más allá del penúltimo defensor no pueda recibir el balón y dirigirse a la portería sin más oposición que la del último jugador del equipo contrario que, normalmente, será el portero.

La posición adelantada e ilegal la detectaba –con un nivel de acierto cuestionable– el juez de línea, linier o, más recientemente, árbitro asistente, desde veinte o treinta metros. Durante mucho tiempo ha sido bastante habitual anular goles a delanteros que no estaban en fuera de juego –también denominado offside u orsay, incluso orsai– y dar validez a otros que se anotaban en posición antirreglamentaria. El VAR congela la imagen, traza unas líneas con la precisión de un láser y decreta si hay o no posición adelantada, aunque sea por la uña de un pie. Aquí es donde queríamos llegar. ¿Qué ventaja le da al atacante ese medio centímetro? Se están anulando muchos goles por lo que mide el dedo en un bebé y el fútbol sin goles es como tomarse un nigiri sin el pescado encima y sin mojarlo en salsa de soja, es decir, una bolita de arroz blanco insulsa, que evita que una gastroenteritis no vaya a peor.

¿Justicia o espectáculo?

Si el fútbol fuera cosa de norteamericanos se velaría por el espectáculo como pasa en la NBA donde los pasos, los dobles o ciertas faltas son normas que se relajan en favor del deporte, más puntos, más canastas, más saltos, más bestias machacando el aro… A esos señores que dominan la UEFA y la FIFA, con escasos reparos morales a la hora de ceder ante multinacionales y gobiernos totalitarios –sólo los ricos–, les preguntaría si no sería más lógico reprogramar la norma y el VAR para que califique de ilegal el gol cuando el delantero ni siquiera coincide con el defensa en el mismo plano lateral, cuando le saca más de un metro, cuando de verdad parte en ventaja hacia la meta. Es decir, una medición objetiva e incuestionable, pero que favorezca el juego, la proliferación de goles y alternativas, propiciando la diversión de los aficionados.

Piensen en algo más que en el dinero, usen el cerebro, olviden la chequera… Hey, pero si esto engrandecerá el fútbol, entonces… ¿generará más dinero?

Piensen en esos términos, que entienden muy bien ustedes que concedieron un Mundial a Rusia y se encuentran cómodos con las homófobas y fundamentalistas satrapías de Oriente Medio. Piensen en todo ello.       

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