Una tónica constante en mi vida es la de sentir que no llego. Cuando quedan tres días para una visita del equipo global, aún no tengo hecha mi presentación; en una semana se lanza una campaña y aún estamos con el offline; incluso suelo escribir esta columna la madrugada del domingo al lunes. No sé cómo lo hago, pero siempre voy apurando, al límite de la tragedia. Si un día me adelantasen una reunión, tendría que fingir estar enfermo para no reconocer que estoy más verde que Shrek. Y, sin embargo, el 99% de las veces acabo llegando. De hecho, quién sabe de qué manera, pero casi siempre acabamos llegando.
En realidad, miento. Sí sé de qué manera. A costa de dormir menos, de retrasar el peluquero varias semanas, de no ver el partido de Champions, de comer sentado en la mesa de trabajo, de no saber qué temperatura hace ese día. Intento renunciar a cosas que únicamente me afecten a mí individualmente y no a mi familia; aunque sea complicado, estoy orgulloso de conseguirlo la mayoría de las veces. Siempre se llega, pero el camino está plagado de renuncias a pequeños placeres que nos hacen felices, que nos hacen personas sociales.
Hay días en que me despierto energizado por el estímulo que es tener retos a los que dar respuesta, por disponer de proyectos que superar, por sentirme de utilidad. La perspectiva de afrontar un ochomil siempre estimula. Otros días madrugas y miras la agenda mientras tomas el café y lamentas tener que encarar esa montaña sin literalmente un hueco en el que dedicarle tiempo. Es como si a un sherpa le pidiesen subir el K2, pero estuviese atado de pies y manos. Quizá eso sea lo más duro a veces, tener la ilusión por acometer un proyecto y no ser capaces de comenzar. Ahí las metas pasan a ser condenas.
Al final siempre se llega, pero la mayoría de veces arrastrándose como un reptil, como Di Caprio en El lobo de Wall Street. Ojalá entre todos seamos capaces de terminar con esta psicosis de los calendarios, tan acentuada por el Covid-19, con la locura de las reuniones innecesarias y, aunque sea por una vez, consigamos llegar a la foto finish sacando la lengua y mirando a cámara como si fuésemos Usain Bolt en Pekín 2008.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.