Siempre me pareció que Roger Federer tenía más pinta de empleado de una ‘Big Four’ que de tenista. Con su cara a caballo entre Quentin Tarantino y Andrew Garfield, el tenista suizo siempre aparecía impoluto, con la elegancia de los que no intentan ser elegantes, siempre con una sonrisa ladeada, al estilo de los anuncios de pelucos que protagonizaba asiduamente. A Roger, la verdad sea dicha, no le pegaba demasiado aparecer diciendo “Calidad, con 5 años de garantía”; lo suyo era lo exquisito. Porque si hay algo que el helvético representaba era la Belleza.
La semana pasada Roger Federer dijo su adiós definitivo al tenis, cerrando una carrera memorable y también un duelo histórico con Rafa Nadal. Todo héroe deportivo necesita a su Némesis, que suele representar justo todo lo contrario. Messi, el Talento Innato, contra Cristiano Ronaldo, el Sacrificio (Oliver Aton contra Mark Lenders); Lance Armstrong, la aplastante Perfección, contra Jan Ullrich, el Humano; y, por supuesto, Rafa Nadal, la Furia, contra Roger Federer, la Belleza. Porque todo lo que hacía el suizo era tan bonito que emocionaba.
Su revés a una mano era como ver atardecer en El Palmar, su ausencia de sudor tras horas de esfuerzo era tan higiénico como vergonzante para los que tenemos un charco como camiseta si el ascensor se avería, hablaba inglés como un señor de Oxford y los polos de Uniqlo le quedaban tan bien que daba rabia verte en el espejo con el tuyo. Todo tan cuidado, todo tan fino, todo tan Bello. Pero no sólo lo accesorio, lo que se veía desde el exterior. En su carrera Federer nos mostró, al menos en dos ocasiones, algo tan precioso como lanzar un revés paralelo a la línea: lo Bello que es emocionarse, mostrar algo de fragilidad, romper con ese estereotipo del tipo duro que no llora.
Ya en 2009 me compungió ver al suizo llorar tras perder contra Nadal en Australia. Su famoso “God, is killing me” es una de las mayores nuestras de vulnerabilidad que he presenciado. Hay veces que potenciamos robots o que celebramos que las estrellas sean irrompibles. Ver al suizo reconocer abatido que la alternativa a su reinado le estaba machacando internamente lo hizo, al menos a mis ojos, una estrella todavía más brillante. De hecho, ser vulnerable y asumirlo con naturalidad es una de esas lecciones que todos deberíamos interiorizar.
En su despedida, 13 años después de aquel partido de Australia, el tenista helvético contó con su rival de siempre, Rafa Nadal, y ambos volvieron a enseñarnos que no pasa absolutamente nada por ser sensibles y emocionarnos ante los demás. Me encantó la furiosa belleza de la estampa, el cariño que ambos se dieron, como viejos amigos y enemigos, las lágrimas en sus ojos dando la vuelta al mundo. Nada de aspavientos o frases preparadas para el recuerdo. Sólo una imagen, tan Bella como un revés a una sola mano. O casi.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.