Rebelde, transgresor, iconoclasta… Son muchos los adjetivos que se le pueden atribuir tanto a él como a su fotografía, siempre un paso más allá de la habitual. Ahora, tras su fallecimiento a los 94 años, se habla de él como una de las figuras de su sector más influyentes del siglo XXI.
William Klein nació en Nueva York, pero pronto se trasladó a París para estudiar Arte en La Sorbona. Allí adquirió todo el conocimiento necesario para después convertirse en lo que fue: un fotógrafo de mirada moderna que cultivó diferentes campos antes de ser aplaudido en la moda, industria que le enalteció y a la que se dedicó a su vuelta a Nueva York en los años 50. Concretamente, fue en 1965 cuando fichó por Vogue. Allí trabajó como fotógrafo de moda y desarrolló un proyecto personal, una especie de diario de imágenes de la ciudad que le estaba dando la gran oportunidad de su vida; además de impulsar la llamada ‘nueva fotografía de moda’, que consistía en capturar a las modelos en plena calle, en un contexto extremo.
Con Klein pululando por la escena de la moda, esta categoría adquirió un matiz rico de impresiones. Identificaba el detalle y lo fotografiaba. Y aplicó a esta disciplina lo aprendido en sus años de estudiante de arte: capturas escultóricas y abstractas.
Sin dejar de lado su trabajo para Vogue, Klein compaginó este período con un éxito puntero en el cine. Hizo con el cine lo mismo que hizo con el arte y la moda, aplicar técnicas a otras categorías. Así se convirtió en consultor artístico [proyecto que arrancó con Zazie en el metro (1960)]. Después, llegaron obras como Qui êtez-vous, Polly Maggoo? (1966) y Mr. Freedom (1969), dos de sus largometrajes. Varios títulos más tarde, en la década de los ochenta volvió a la fotografía de forma indefinida, pero sin abandonar el cine ni la publicidad.