En este hilo de artículos nos situamos en el paradigma de un nuevo tipo de capitalismo, que es el del dato, en el cual los datos son la materia prima para generar una nueva fuente de riqueza, que es la predicción y consiguiente manipulación de opiniones y comportamientos humanos. Este nuevo producto se consigue gracias a una nueva tecnología, la del bot y el algoritmo, que tiene como objetivo cautivar nuestra atención y nuestra mente para asegurarnos como surtidores de datos. Una mente cautiva es una mente capta, lo que nos convierte en mentecatos.
Como diseñador, estoy familiarizado con el estudio de las tendencias o modas, y me resulta muy interesante ver cómo fluyen de unos lugares a otros, ya sea geográfica o socialmente. Lo mismo está sucediendo con las tendencias o modas de opinión, que son las que se generan desde la industria del dato.
Al igual que hacen los meteorólogos con las corrientes marinas y los vientos, podemos trazar un mapa que describa los flujos de opinión. Es algo que puede verse, por ejemplo, al observar un fenómeno que encontré sorprendente hace ya unos años: la coincidencia de informaciones y posicionamientos entre el perfil de simpatizante de la extrema derecha y de ideologías que cuestionan el sistema y el statu quo, ya sea de izquierdas o New age.
Poco después del estallido de la pandemia, pude constatar que varios influencers new age se hacían eco de una de las primeras teorías conspiranoides, aquella que atribuía a un contubernio de poder oculto en la sombra, en unos casos, a Bill Gates, en otros, la invención de la pandemia para introducirnos un chip con la vacuna, gracias al cual se hacen con nuestro control (algo que hoy suena ingenuo, pues para controlarnos no es necesario introducir nada en nuestro organismo: ya llevamos puesto el smartphone o smartwatch). Su caldo de cultivo había sido el de los votantes de Trump, y el principal canal de viralidad había sido FB (cuya influencia en las elecciones que le dieron la presidencia fue probada).
En poco tiempo, muchos de los new agers comenzaron a hablar de Trump como un guerrero de la luz y términos similares, justificando sus provocaciones como armas desestabilizadoras para desvelar las tramas del poder oculto (obviando las del poder evidente, el del entonces presidente y billonario, que ha creado su propia red social). Una estrategia que puede leerse como la de convencer a los creyentes de que Dios es la fuente del mal, mientras que el diablo, que aparenta ser malo, es nuestro salvador, pues nos saca del engaño divino.
En los mismos círculos, a los pocos días del comienzo de la guerra de Ucrania se comenzaron a expandir nuevas informaciones que relativizan la barbarie e incluso justifican a Putin, culpando una vez más a los medios de comunicación convencionales de falsear la verdad.
Retomando la analogía climatológica, estamos hablando de un tipo de corriente del golfo (en su doble sentido) que se expande por las mentes críticas y se instala en las antisistema, con una trayectoria que suele ir de Norteamérica a Europa.
¿Dónde se origina? Probablemente, en los centros de operaciones desde los que expertos informáticos y hackers generan identidades ficticias que interactúan con personas reales, generando y testando virus informativos (conocidos como granjas de bots). Algunos de estos “laboratorios de tendencias” han sido localizados en casos de alcance político (como las elecciones de EEUU de 2016), y la eficacia de la tecnología de bots que emplean es muy apreciada para fines comerciales.
Si seguimos la trayectoria de esas corrientes, podemos deducir que los algoritmos encuentran un terreno propicio en grupos de opinión de ideologías diferentes, que incluso solían ser antagónicos. En lo que coinciden estos perfiles aparentemente tan diferentes es en que son muy susceptibles a sentirse manipulados, y eso les hace fácilmente manipulables. Basta con introducir informaciones que despierten sus peores miedos para que les den veracidad, aunque contradigan las proporcionadas por los medios de comunicación -a los que consideran voceros de la fuerza oscura que nos tiene esclavizados (obviando que, si bien todo informador tiene sesgos, los medios autorizados están sometidos a un control y responden de la veracidad de las informaciones ante los tribunales)-.
En el próximo artículo planteo la siguiente cuestión: ¿Es posible proteger nuestra libertad y luchar contra la influencia de los algoritmos?