156 consultas del móvil de promedio diario semanal. Un total de más de 1.000 de lunes a domingo. Esos son los datos que arroja mi teléfono. Vamos, que asumiendo que malduermo unas siete horas al día, miro a ver qué hay en el móvil cada poco más de cinco minutos. Muchas veces por trabajo, pero no nos engañemos, la mayor parte de las ocasiones para comprobar si ha pasado algo en ese gigantesco espacio temporal que es una canción de Melendi o una ducha en la que te lavas el pelo. Desbloquear el teléfono, ver si alguien ha dicho algo en WhatsApp, vistazo a Twitter y pantallazo de algún tweet que compartir, entrada en Instagram y TikTok (último vicio), actualizar Outlook, notificación de LinkedIn que revisar, portada del único periódico que pago, WhatsApp por si las moscas y hasta dentro de cinco minutos. 156 veces al día. 56.949 al año. Tranquilos, que no haré la comparación en estadios de fútbol.
Debería poner remedio a esta adicción tan compartida con muchos de vosotros, pero mi fuerza de voluntad alcanza para comer una onza de chocolate en vez de dos por la noche, no me pidáis mucho más. Por eso agradezco que a veces me hagan el trabajo fácil. Hoy, sólo lo consiguen los aviones. He descubierto un mundo nuevo a bordo de ellos. Dado que su supuesto wifi no funciona nunca, me veo obligado a sufrir y, posteriormente, disfrutar, las consecuencias del modo avión. De repente, toca plantearse qué hacer cuando no tienes la posibilidad de leer algo tan relevante como un “jajajajajjajaja” o un “Así celebró Tomás Roncero el gol de Rodrygo”.
Los aviones son el último reducto en el que uno puede hablar consigo mismo, pensar de verdad, salvo que una pequeña turbulencia lo impida. Varias de mis reflexiones profundas, que tan poco abundan, las he tenido en un asiento de cuero con la forma del culo de otros. Cuando leo, me meto más en la historia que en cualquier otro sitio. Si toca trabajar, que suele tocar, mis mejores presentaciones las hago con un chaleco salvavidas debajo. Incluso, las conversaciones más profundas las he tenido en vuelos de Iberia y Air Europa; la ausencia de ruido alrededor favorece que te abras y, además, uno se pone un poco místico cuando está a 10.000 metros. Quizá lo único que no se consiga es dormir con dignidad. No pidamos tanto a un avión.
Es aterrizar y todo termina. Estar al trantrán por la pista y todos de nuevo a conectar los datos para el ritual habitual. Carita llorando y a ver esa nueva publicación. 156 veces al día. 56.949 veces al año. No cabe duda… Cuando uno hace check-in, lo hace en todos los sentidos.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.