Uno de los miembros de la delegación negociadora de Ucrania, Rustem Umerov, y el millonario ruso Roman Abramovich, que ha intentado ejercer como mediador, han tenido «síntomas de un posible envenenamiento» en las últimas semanas, según fuentes citadas por medios como The Guardian o The Wall Street Journal.
Sin embargo, el Kremlin y altos funcionarios ucranianos han desestimado los informes de que fueron envenenados durante las conversaciones en Kiev a principios de marzo, ya que todos se han recuperado y ninguno fue examinado por expertos forenses a tiempo para detectar las presuntas toxinas.
En este sentido, es posible que nunca se sepa la verdad, aunque existe una oscura historia de uso de veneno por parte del presidente Vladimir Putin y el Estado ruso contra sus enemigos.
Supervivientes
Alexei Navalny, líder del partido de la oposición rusa y feroz crítico de Putin, sobrevivió en 2020 a un intento de asesinato en el que se utilizó el agente nervioso Novichok. La entonces canciller alemana, Angela Merkel, dijo que era un intento de «silenciar» a Navalny y que planteaba preguntas que solo podían ser respondidas por el gobierno ruso.
En 2018, tres personas en Salisbury, Inglaterra –incluido el exagente doble ruso Sergei Skripal– resultaron heridas y una persona murió después de la exposición a Novichok. Theresa May, en aquel momento primera ministra británica, aseguró que el ataque fue un intento de asesinato «aprobado casi con toda seguridad… a un alto nivel del Estado ruso». En este sentido, fueron autorizados cargos contra tres oficiales de inteligencia rusos que se cree que estaban detrás del ataque (no pueden ser acusados formalmente sin ser detenidos y Rusia no extradita a sus ciudadanos).
El exespía ruso y crítico de Putin, Alexander Litvinenko, fue asesinado en Londres en 2006 después de que su té estuviera impregnado de polonio, un metal radiactivo que, según una investigación pública de Reino Unido, probablemente fue aprobado por el propio Putin.
Cuando competía contra un candidato prorruso por la presidencia de Ucrania en 2004, el candidato pro-UE (y posterior presidente) Viktor Yushchenko cayó enfermo y quedó desfigurado como consecuencia de un envenenamiento con dioxina, algo que él y muchos otros creen que fue ordenado por Moscú, aunque no se ha demostrado.
El Kremlin ha negado repetidamente cualquier implicación en los envenenamientos o que exista una «tendencia» a envenenar a sus opositores.
Difícil probar las sospechas
En la historia reciente, los opositores al Kremlin parecen tener más posibilidades de ser envenenados que la población en general. La propia naturaleza del veneno –algunas toxinas pueden ser increíblemente difíciles de detectar, las pruebas pueden perderse con el paso del tiempo o cuando los cuerpos se descomponen después de la muerte y, desde el punto de vista legal, demostrar que fue administrado deliberadamente puede ser complicado–, junto con la opacidad y las negaciones del Estado ruso, hacen que sea muy poco probable que las sospechas de envenenamiento puedan probarse de forma concluyente.
Las pruebas que apoyan la participación rusa van desde una conexión fuerte y probable –los agentes Novichok, por ejemplo, son extremadamente difíciles de producir y probablemente sólo se fabrican en laboratorios militares clasificados– hasta algo más vago y circunstancial.
El interés ruso por el veneno se remonta a hace más de cien años, cuando Vladimir Lenin dio órdenes de crear un laboratorio químico secreto al que los soviéticos se referían como Laboratorio X. El KGB utilizó los productos químicos de dicho laboratorio para silenciar a los enemigos del Estado en el país y en el extranjero. Entre ellos, el disidente búlgaro Georgi Markov, que fue asesinado con ricina suministrada con un paraguas en Londres a finales de la década de 1970.