El Índice Seco del Báltico (BDI, por sus siglas en inglés) fue durante muchos años usado cual oráculo para anticipar movimientos macroeconómicos de calado, siendo quizá el colapso financiero derivado de la caída de Lehman Brothers en 2008 su momento cumbre. Si bien hoy en día ha perdido parte de esa aura predictiva, sigue siendo una importante herramienta a tener en cuenta. ¿Qué dice de la situación actual?
El BDI mide las variaciones del coste de transporte a granel de varios materiales secos en 23 rutas marítimas, entre los que podemos incluir el mineral de hierro, el carbón o los cereales. Son, en definitiva, la argamasa del desarrollo económico. En los últimos cuatro meses, el índice ha sufrido una abrupta caída que por momentos ha llegado a ser superior al 75% desde su cota máxima alcanzada a primeros de octubre (de los 5.666 ha caído hasta los 1.300), lo cual ha hecho encender todas las alarmas. Una contracción podría indicar una desaceleración de la demanda de materias primas –especialmente en China–, lo que en última instancia redundaría en el ritmo de crecimiento de la economía global.
La paradoja de esta situación radica en el hecho que, en paralelo, el comercio marítimo mediante portacontenedores se encuentra sumamente tensionado, con importantes cuellos de botella logísticos fruto de la gran demanda de bienes manufacturados que ha surgido tras la pandemia. ¿Cómo se explica esta dicotomía?
En primer lugar, hay que tener en cuenta que el BDI se ve afectado por la estacionalidad. Históricamente, suele marcar máximos en septiembre y mínimos en febrero con la celebración del Año Nuevo Chino, si bien las oscilaciones entre extremos suelen ser mucho menores a las actuales.
También juega una baza importante la celebración de los XXIV Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín durante el mes de febrero, que se ha traducido en la imposición de cuotas de producción sobre el acero a los principales fabricantes como medida para mitigar la polución en la ciudad olímpica. A fin de cuentas China es, con más del 55% de cuota de mercado, el mayor productor mundial; y una menor producción implica, indirectamente, una menor importación de mineral de hierro.
En esta conjunción de factores los hay igualmente coyunturales, como las lluvias persistentes que han afectado a Brasil y su industria extractiva o la prohibición temporal de exportar carbón en Indonesia, que han sumado presiones deflacionistas al índice.
No obstante, no sería justo achacar la debilidad del BDI a aspectos únicamente puntuales. La demolición descontrolada de la burbuja inmobiliaria china, otrora máximo exponente del crecimiento económico del país, está hundiendo la venta de viviendas y la confianza de los consumidores. Tal es así que el gobierno central ha tenido que salir a auxiliar al sector y empezar a estimular el acceso al crédito tanto para promotores como particulares, intentando revertir la tendencia y frenar la desaceleración económica que ya es una realidad.
No ayudan los datos del último informe del Centro de Encuestas e Investigación para las Finanzas Domésticas de China, fechado en 2017, en el que se exponía que hasta un 21% de todo el parque inmobiliario del país –alrededor de 65 millones de unidades– estaba vacío; suficientes para meter a toda la población de Francia. Como tampoco que más del 65% de la población viva ya en áreas urbanas, limitando el impacto futuro de la demanda de habitáculos en las ciudades. Hay un enorme desajuste entre la oferta y la demanda interna de viviendas, lo que tarde o temprano se acabará traduciendo en una contracción del consumo de acero o cemento.
Si al principal consumidor de materias primas del mundo se le gripa el motor, igual hay que empezar a preocuparse, puesto que es a su vez el principal socio comercial de más de 120 países del mundo, entre ellos Estados Unidos, Japón y la prácticamente toda la Unión Europea.
La burbuja inmobiliaria china
El país asiático es el principal socio comercial de más de 120 países y su actual crisis inmobiliaria –la venta de viviendas se ha hundido–, sumada a unas perspectivas de futuro nada alentadoras para el sector –el 65% de la población vive ya en ciudades– debilita del BDI y pone en alerta la economía mundial.