Ganador del premio Max de las Artes Escénicas al Mejor Intérprete Masculino de Danza, por su espectáculo Origen, en 2020, Marco Flores (Arcos de la Frontera, 1981) es un referente del baile flamenco puro y un gran valor en alza. Un bailaor abocado artística y económicamente a convertirse en empresario desde la Gran Recesión. Y eso que el flamenco le viene de cuna. “No procede de una estirpe, pero sí de una familia de grandes aficionados. En casa siempre ha habido cante y guitarra”. A los 7 años comenzó a tocar la guitarra, pero no le pudieron pagar el conservatorio. Y con 16, les daba a sus padres el disgusto del siglo: “Dejé el instituto en el tercer trimestre del último curso, antes de entrar a la universidad. Les dio un patatús”.
Había descubierto su pasión por el baile flamenco y no sólo dejó el Bachillerato, sino también la guitarra para apuntarse a clases de baile. “Era algo que siempre me había llamado y no había desarrollado. Antonio Canales vino a impartir un curso al Festival de Jerez y me apunté. Entonces apenas sabía bailar: sólo conocía el tiempo y el compás, por mi afición a la guitarra, pero en baile estaba frito. Y viéndole decidí que me iba a dedicar a eso sí o sí. Me di cuenta también de que más allá de mi mundo de aficionado, había otro que obligaba a una formación intensa, y me lancé de lleno a ello”.
Entonces, a finales del XX y principios del XXI, las cosas eran más sencillas. Flores recuerda que pudo desarrollarse “como bailaor académica y profesionalmente, porque pude empezar a bailar en compañías mientras estudiaba baile. Las compañías tenían nueve bailaores y ahora tres…”. No le importa reconocer que estaba “muy, muy verde” cuando logró su primer contrato, pero esas vivencias fueron únicas y tremendamente enriquecedoras. “El trabajo era para mí una formación intensiva. Aprendí a bailar directamente en el escenario, fijándome en los otros compañeros, que tenían mucho más nivel que yo y ya eran grandes artistas”.
Las instituciones públicas deberían ayudar al flamenco. España es muy amplia y diversa y sin en los festivales siempre están los mismos, algo falla»
En ese deambular semiprofesional le llegó la oportunidad cuando Luis Adame (nombre artístico de Luis Pérez Martínez, propietario, junto a su mujer, la bailaora Irene Casares, de un tablao mítico: el Cordobés, en Barcelona) se presentó en Jerez para hacer un casting para su local de La Rambla. Y le eligió. Algo parecido le pasó cuando Sara Baras bailaba en Barcelona y se acercó al Cordobés. “Sara fue mi puerta para trabajar en grandes teatros y venir a Madrid, porque hacíamos temporada en el teatro Coliseum. Se presentó allí porque se le había ido un bailaor y me contrató. Se lo agradeceré toda la vida”.
En 2010 Flores monta su propia compañía después de haberse curtido tanto en el cuerpo de baile de Baras como en el de Rafaela Carrasco. “Es una decisión que se toma porque sientes una llamada muy fuerte en tu interior. Eres un intérprete, pero en ti está también el coreógrafo y quería contar cosas y a mi manera. Lo necesitaba sabiendo que eso te ocupa horas y horas de encierro gustoso en el estudio”.
Con lo que no contaba es con la Gran Recesión. “Ahora ya no hay compañías grandes ni cuerpos de baile con solistas. Los bailarines tienen que buscarse las papas como pueden y muchos bailaores han tenido que recurrir al autoempleo. Por no haber, ni siquiera existen los mánager salvo en dos o tres casos muy concretos y conocidos. El resto, por ejemplo yo, con 40 años y un currículo, no tenemos. Soy mi propio mánager. ¡Y no me gusta ser empresario! Es un mundo por el que no tengo ninguna vocación. Y estoy obligado para poder dedicarme a mi vocación auténtica”. En su currículo: Premio Nacional de Flamenco; el de la Crítica en el Festival de Jerez 2012, y el del Ojo Crítico de Danza 2018, de RNE.
“Cuando empecé todavía se podían armar piezas, pero duró poco. He tenido que seguir bailando en compañías como la de Baras o Carrasco y en galas flamencas. He llegado a salir fuera de España, por ejemplo, en el Flamenco Festival de Londres, pero como intérprete, bailando para otros. Con mi compañía no he logrado salir”. Opina: “He detectado que eso depende de comisariados y si esos comisarios no te conocen o no conectan con tu forma de hacer, no consigues entrar. Creo que son las instituciones públicas las que tendrían que ayudar al baile flamenco ya su internalización, y fomentar la educación empresarial”.
Opina que las ayudas son pocas: “España es muy amplia y diversa y si en todos los festivales están los mismos, algo falla. Por no hablar de que hay comisarios de festivales que son representantes de artistas… y suelen llevar a los suyos. No es algo muy ético”. En su caso, añade, tiene una carrera lo suficientemente contrastada y sólida como para poder haber entrado ya en determinados festivales: “Y hay más artistas de larga trayectoria en circunstancias similares. Somos un mundo pequeño y se suele considerar que si te callas estás más guapo… Hay un arte increíble en España, pero no logra salir a la luz por esos bloqueos”.
Nombrado entre los grandes triunfadores de la 16a edición de Suma Flamenca, celebrado en octubre y noviembre pasados, en la Red de Teatros de la Comunidad de Madrid, donde se presentó en los Teatros del Canal con su espectáculo Sota, caballo y reina, tiene motivos para seguir peleando, pero advierte que el éxito no garantiza nada. “¿Mi mayor éxito? Que tengo 11 o 12 espectáculos, y seguir teniendo fuerzas para hacer trabajos paralelos para poder crear mis producciones y mi equipo artístico. Y mi mayor fracaso, que las producciones se presenten una o dos veces, ¡y adiós!… Que no tengan el recorrido que deberían tener”.