No hay, para conocer al líder de Los Secretos, mejor lugar que el sótano de su casa. Amplificadores, pedales y guitarras se adueñan del espacio donde el madrileño trabaja sus canciones. “Todo empezó con esta”, dice, sujetando una Hofner de 12 cuerdas, con caja y agujeros de violín. “Sale en la portada del primer disco; era mi seña de identidad. Yo nací en el 62; esta es de finales de los 50. Con ella me dio un calambrazo en un local donde ensayábamos de niños”, recuerda. “Fue en la trastienda de una fábrica que nos dejaban. Había unas máquinas de empaquetado que tenían encendidas siempre. Me senté encima de una y salté por los aires”.
El frontman de Los Secretos acaricia con cariño el instrumento al que, aparte de trescientos voltios de descarga, debe su sonido clásico. Y recapitula: corrían los últimos años 70 y sonaba mucha música en casa de los hermanos Álvaro, Enrique y Javier. Un padre muy melómano traía discos de sus viajes: Duke Elligton, Ray Charles, Van Morrison… En cuanto ellos tuvieron edad de necesitar dinero, él les proveyó de una especie de cheques-regalo, “eso sí, sólo para discos o libros”.
Dos mundos –la new wave y el country rock– van conformando un único criterio que se incorpora a la naciente modernidad española. “Hicimos un tándem curioso”, cuenta. “A mi hermano le salían melodías y letras preciosas con poco esfuerzo. Del armazón ya me encargaba yo. Pero ese brillo, ese humillo, como dice Sabina que tenía mi hermano… Yo le decía: “¿qué es eso?” Y él, mirando al suelo: “una canción que he hecho”. Y era Déjame”. A este hit de 1980 le van a seguir Ojos de perdida, Sobre un vidrio mojado, Quiero beber hasta perder el control… Canciones que, a punto de entrar en su quinta década de biografía, dan al grupo pleno derecho a hacer un concierto sinfónico y otro con invitados de varias generaciones.
“No hemos inventado nada pero sí hemos sido pioneros en nuestro país”, reflexiona Urquijo. “Fuimos los primeros en hacer una gira de más de 100 conciertos en el año 81. Uno de esos conciertos fue en una discoteca en Reinosa que el dueño llenaba cada noche sorteando un Seat Panda; que era un coche muy barato, más o menos como contratarnos a nosotros. “Como metáis poca gente no os pago”, nos dijo. Los Secretos hicimos de colonos, fuimos desbrozando la maleza a machetazos y haciendo una senda por la que luego fueron muchos otros grupos”.
Parte de su éxito ha sido no haber tocado el cielo, lo que “te hace muy exigible”. Ese interés “sólo” por la música, su timidez y escasa ambición, hicieron de ellos un grupo un poco marginal. Las “sustancias” jugaron su papel; efímero, según el músico: “En el 83 lo habíamos dejado ya todos (luego mi hermano tuvo sus recaídas pero la mayor parte del tiempo estaba componiendo, cantando y de giras)”. Aquel fue un año fatídico: “nos echaron de la discográfica, nos quedamos sin sonar en la radio, sin gira, sin manager…”.
Pero esto no sería lo peor: “Al año siguiente murió Pedro [Antonio Díaz, bate- ría] en un accidente de coche”. No había sido la primera vez que les ocurría algo tan terrible: “Antes había muerto Canito [José Enrique Cano, batería y voz, también en accidente de tráfico en 1980]”. “Mi hermano asumió la voz, muy a pesar suyo, porque a él le gustaba componer pero que la cara la diera otro”. Pero aún faltaba una tragedia: el fallecimiento de Enrique en 1999. Durante años se dijo que fue por una sobredosis de heroína, pero recientemente Álvaro ha esclarecido el motivo fue una desafortunada mezcla de Tranxilums y pasta base de cocaína: su hermano estaba limpio de opiáceos.
La vida sin Enrique
Asumir el liderazgo tras la muerte de su Enrique fue muy duro. “Pude con ello”, explica Álvaro, “porque ya habíamos sacado un disco donde cantábamos la mitad de las canciones cada uno. La gente nos aceptó. Y seguimos trabajando”. El tiempo y el reconocimiento del público hicieron justicia. “Descubrimos algo poderoso: el boca a boca. Pero a tu lado nunca sonó en las radios, fue un fracaso en ventas cuando salió… pero resurgió del inframundo”. Es su canción más escuchada en Spotify (35M de escuchas) y vista en Youtube (21M de visionados). “Un hit de la noche a la mañana sin que nosotros hayamos hecho nada más que tocarla con cariño y respeto”.
A ese cuidado reverencial por el sonido y las melodías se debe Álvaro Urquijo, quien reivindica la importancia de los clásicos frente a un repertorio nuevo. “Puede que nuestra mochila le haga una sombra gigante a nuestros discos. Yo podría decir: como Los Secretos sacamos disco a finales de 2019 y luego vino la pandemia, ahora os vais a tragar el disco entero. Pero no: voy a ofrecerles un show para que se vayan con una sonrisa de lado a lado, aunque yo no se la pueda ver. El público se merece ese entretenimiento”. También merece, dice, leer la verdad. De ahí sus memorias, recién publicadas bajo el título de Siempre hay un precio (Espasa). ¿Se ha quitado un peso de encima escribiéndolas? “He hecho un poco de terapia, sí. Quería que hubiera un texto que se ajustara a mis recuerdos. Poner nombre a las emociones y sensaciones”.