Hija del diablo, prima hermana de la desgracia y emparentada con las plagas bíblicas, la mala fama lo infecta todo. Se asocia su nombre a la desgracia, porque cuando nos referimos a la buena preferimos llamarla reputación. La fama, la mala fama, devora almas a diario. Y es de una voracidad insaciable.
Celebridades, que ahora se llaman celebrities, sucumben una y otra vez a sus malas artes. A nuestros ojos parece que es el brillo del dinero el que les ciega, pero en la mayoría de las veces es el hecho de que les dejen de mirar como se mira a una persona normal el que los jode vivos. La maldición del éxito es que, cualquier persona que conozcas mañana, la fama hará que no te mire con el corazón limpio. Y tú, al sentirlo, desconfiarás de él y de todos. Y te cerrarás a cal y canto, protegido por una corte de guardaespaldas aduladores. Por eso el que cuida a los famosos es el que les dice que no, con cariño pero con firmeza. Como se endereza un árbol recien plantado, para que no se tuerza. Como se educa a una criatura. Aquel que les susurra “yo no lo haría” les quiere más que el que les dice “eso es lo que tienes que hacer”.
Conviene no olvidar que no es oro todo lo que reluce en las pantallas. Los payasos saben que a la comedia y al aplauso le sigue la soledad del carromato.
Aconsejo a los Forbes Best Influencers 2021 tener cerca un pepito grillo que les haga “cri cri” y les susurre el memento mori romano, aquel que acompañaba al emperador y le recordaba, “eres mortal, eres mortal”.