Opinión Laureano Turienzo

El economista indignado ha muerto

Gay de Liébana era de los nuestros. Economista, enfadado como el hombre y la mujer de la calle. Leído, muy leído, culto, grande, pero como de barrio.
El economista José María Gay de Liébana. Foto: Getty Images
El economista José María Gay de Liébana. Foto: Getty Images

Gay de Liébana era de los nuestros. Economista, enfadado como el hombre y la mujer de la calle. Leído, muy leído, culto, grande, pero como de barrio. Estaban los otros y las otras, también leídos, cultos, economistas, tan distantes, que usaban un lenguaje con traje y corbata. Nos hablaban de inflaciones subyacentes, de productividades marginales del capital, de Brokers y commodities, de Wall Street y sus lobos, de bearskin jobbers, de cisnes negros y unicornios… Gay de Liébana nos hablaba de todo ello, y de más, pero con palabras de la calle.

Los y las economistas son especialistas en explicarnos porqué las cosas que predijeron ayer no han sucedido hoy. Gay de Liébana fue de los primeros que nos cartografió la crisis económica del 2008. Seguramente porque entre clase y clase como profesor que era, entre libro y libro, amaba andar por las calles, mezclarse, oír, hablar, escuchar, habitar donde los otros y otras habitan.

Hincha del Español, minoría total, escritor y ex gran fumador, Gay de Liébana era el economista de cabecera de gran parte de la gente común, de los que no llegan a fin de mes, o de los microahorradores, del tendero, y de la cajera del Mercadona, del frutero, y del agricultor, del autónomo y del pequeño empresario, del jubilado y la jubilada, y del camarero, en definitiva de la columna vertebral y de la piel de la economía de este país.

Economía real

Ellos y ellas, los y las poderosas, tenían a sus grandes consultoras que les asesoraban, y nosotros y nosotras teníamos al profesor Gay de Liébana. El profesor nos hablaba del precio del pollo, de la factura de la luz, y de la paga a fin de mes. Y es en el precio del pollo, en la factura de la luz, y en la paga a fin de mes, donde reside la economía real. La otra es la economía de los menos, los poderosos. Al profesor se le veía a gusto con nosotros y nosotras, hablando con nuestro lenguaje, descendiendo a las calles, traduciéndonos términos exquisitos en palabras de espera en la fila del supermercado. Y eso es lo más complicado: ser sabio y seguir hablando con el lenguaje de la gente real.

Están los economistas que se amurallan en términos que la gente normal no entiende, y está el profesor.

José María Gay de Liébana Saludas era doctor en Ciencias Económicas y en Derecho, académico numerario de la Real Academia Europea de doctores y profesor titular de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona. Tiene publicados innumerables libros sobre economía y finanzas. Había recibido numerosos galardones, como el premio ACPE en Economía 2012 otorgado por la Asociación de Corresponsales de Prensa Extranjera en España… Y sin embargo, parecía de los nuestros. Es más, era de los nuestros.

España, un país de chorizos

Gay de Liébana era el economista español que decía que España era un país de chorizos. Y todos y todas le entendíamos, tanto que le entendíamos. Gay de Liébana, nos decía que “este es un país de chorizos, … y el pueblo tiene que decir ¡basta! Hasta que esto no pase no se saldrá adelante”. Era un fenómeno que nos saludaba con abrazos virtuales. Era un crack con cara de cachondo que nos decía:” No hacen falta piercings, se puede ir de traje y estar indignado». Y él llevaba traje y corbata, y mucha indignación con esa fauna de jetas que nos manipulan, y que se reparten el pastel. A Gay de Liébana, al doctor en ciencias económicas, al hombre sabio, se le notaba que estaba más cerca de los fruteros y de los administrativos de la gran empresa que de los lobos de Wall Street. Gay de Liébana tenía que tomar cada mañana almax para digerir bien vivir en un país de asesores y cargos de confianza nombrados a dedo. Él era un indignado como nosotros y nosotros, era de los nuestros. Y se nos lo ha llevado el maldito cáncer.

Ahora quedamos huérfanos y huérfanos, sin nuestro economista de cabecera, el que nos hablaba con nuestro lenguaje, y al que entendíamos a la primera. Nuestro profesor, nuestra forma de aprender economía para sacar adelante la casa, la familia, nuestro amigo. Descansa y recibe nuestros abrazos virtuales.

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