Carlota Campeny, gerente de Capital Humano de Deloitte, reconoce que “esta práctica está llegando lentamente a nuestro entorno” y que “la pronosticación de la muerte de las oficinas se vea en un horizonte muy lejano”. Destaca entre las principales barreras que las empresas tienen la obligación de financiar y supervisar el cumplimiento de la normativa de prevención de riesgos laborales en las casas de sus empleados, que no se han implantado “sistemas de comunicación avanzados”, que lo digital no se ha fomentado suficientemente y que existe una arraigada cultura del trabajo presencial.
A la mayoría de las empresas les gusta tener a sus trabajadores cerca y a sus trabajadores les gusta estar cerca de sus compañeros. Aunque hay ámbitos en los que el teletrabajo sí está sustituyendo el empleo presencial de una forma contundente –Carlota Campeny apunta a “los servicios de back-office” y, muy especialmente, en los sectores de “banca y distribución”– todo parece indicar que son la excepción.
El trabajo de oficina se ha mostrado enormemente resistente a la presunta amenaza de internet, que, por supuesto, lo ha transformado. Las oficinas se han digitalizado intensamente, pero, curiosamente, esta híperconectividad también ha multiplicado la necesidad de nuevas reuniones físicas.
Por último, igual que les ocurre a las empresas de sectores tradicionales con sus clientes, aquí los empleados se dividen en dos públicos de necesidades contradictorias: los millennial nacidos a partir de finales de los ochenta y el resto. Campeny asegura que “en las organizaciones que gozan de menor flexibilidad el número de millennial que se ve abandonando la empresa en dos años asciende al 45%, porcentaje que se reduce hasta el 35% en aquellas que tienen implementadas políticas más flexibles”. Por otro lado, añade, “en las organizaciones con una mayor flexibilidad, el 34% de los millennial se sienten responsables de la reputación de su empresa, mientras que el porcentaje se reduce al 12% en compañías con flexibilidad limitada”.