Natalia Menéndez (Madrid, 1967) es directora artística del Teatro Español y las Naves de Matadero, y a sus espaldas, todo son tablas: dirigió el Festival de Teatro Clásico de Almagro, ha sido actriz, dramaturga, gestora… La nombran como una de las mujeres más influyentes de las artes escénicas en España, pero ella escoge definirse, sencillamente, como “mujer de teatro”.
¿Es cierto que el primer papel de tu vida fue engañar a tus padres diciéndoles que estudiabas periodismo en lugar de arte dramático?
Sí, me presenté a las pruebas de arte dramático sin que lo supieran, pero no fue un papel, fue el miedo a llevar la contraria. Me pagué una academia para presentarme al examen de ingreso, y el profesor me dijo: “Van a aprobar todos salvo tú”. Al final fui yo la única que aprobé y me acabó pidiendo disculpas. Me ha pasado alguna vez, esa reticencia.
¿Por ser hija de Juanjo Menéndez?
No lo sé. Pero sí que ha habido personas que me han dicho que no servía para esto y eso me ha hecho más fuerte. Que no creyeran en mí en lugar de echarme atrás me ha impulsado hacia adelante. Ya no me pasa, pero al principio no me lo pusieron fácil. Luego te va dando más igual porque sabes que no puedes caer bien a todo el mundo. En este oficio lo importante es comunicar y que lo cuentes sea mucho más importante que tú, no es tanto un lugar para hacer amigos.
¿Te protegieron mucho de los focos de pequeña?
Sí, mi padre y mi madre no querían que esta fuera una profesión ni para mi hermana ni para mí. Querían que tuviéramos una infancia que no fuera tan diferente, porque realmente hubo momentos en los que íbamos a un pueblo y nos seguían todos, como si mi padre fuera el flautista de Hamelín. Él restaba mucha importancia a la fama.
¿Y tú? Porque tienes un currículum que invita a pensar que deberías ser más popular.
Yo no he jugado a querer la fama, sino a querer el teatro, el mundo del espectáculo y las artes escénicas, más que a buscar el autógrafo. He hecho de todo, empezando por soplar, ayudantías de dirección, llevar mesas de luces y sonido, regidora, figuración, papeles de reparto, secundarios y principales; he dirigido, traducido y escrito obras… Y ahora la gestión.
¿Te planteas la vuelta a los escenarios como actriz?
No es un tema que tenga abandonado, pero tampoco tengo prisa aunque probablemente sucederá. Ya lo tengo hablado con alguien y a ambos nos apetece pero ahora estoy con la gestión y ocurrirá cuando surja.
Bromeas diciendo que si lo haces, serás una de las pocas con arrugas…
¡Sí! No la única, porque hay otras como Julia Gutiérrez Caba que se dejan la cara tal cual, entienden que eso forma parte también de la belleza. De momento creo que voy a dejarme vivir y ver cómo avanza la vida en mi cara.
Al asumir el cargo dijiste que imprimirías una “estética no violenta”. ¿Qué quiere decir?
Es algo que forma parte de mí interés y también lo llevé a cabo en la gestión de Almagro. Se trata de ofrecer el otro punto de vista, el aprecio por la diferencia y dar visibilidad a lo supuestamente débil, apostar por la alegría y el buen humor. Favorecer la comedia y la risa, la belleza. No busco confrontaciones de opuestos, sino sumas de opuestos.
¿Cómo nos hemos reencontrado con el teatro tras el confinamiento?
Se ha producido una especie de comunión, creo que nos hemos dado cuenta de lo que nos apetecía hacer de verdad. Aquí tras la función el público ha gritado “¡Viva el teatro!”, algo absolutamente emocionante. Han tenido mucha paciencia con todas las cancelaciones y restricciones, y luego nos han regalado mucho. Es increíble que tengamos las salas llenas, hasta las taquilleras han llorado de emoción.
Te han nombrado caballero de las Artes y las letras de Francia, un título que poseen muy pocas españolas. ¿Se levanta uno diferente siendo caballero?
¡Pues no, aunque a mí me ha hecho mucha ilusión! Y especialmente a mi madre, que es francesa, y a toda mi familia. Le doy el valor que merece, pero soy muy pudorosa con esto. La francesa que llevo dentro está muy orgullosa, porque la lengua francesa me ha salvado la vida muchas veces. Me ha dado de comer, porque mientras estudiaba daba clases y después he hecho muchas traducciones de textos de Yasmina Reza, Margerite Duras o Marivaux.
He participado mucho con el francés en el teatro que llevo hecho, pero no pensaba que me estaban viendo. Cuando tú estás en tu aventura te ven, pero no te das cuenta y eso es mucho más interesante que la fama.
¿Qué sientes cuando te dicen que eres una de las mujeres más influyentes del teatro español?
Me río. Porque la responsabilidad la tengo siempre, da igual lo que digan. Tengo mucha conciencia, tal vez un exceso de perfeccionismo, aunque no intento ser la más en nada. No formo parte de modas. Hombre, es verdad es que este es el mayor espacio teatral de España, con más escenarios que ninguno, y esto está lleno de vida porque damos trabajo a mucha gente. Al final, la riqueza que produce el teatro es del alma y económica, y nunca pierdo de vista ni lo uno ni lo otro.