El primer caso se da sobre todo porque el becario necesita un tutor. Alguien que esté pendiente de él, le guie en sus primeros días y le ayude a ser productivo en su puesto de trabajo. Esto implica que no sólo es un trabajador con productividad limitada, sino que mermará la de su tutor. Una buena organización nos puede ayudar a que estos estudiantes estén rápidamente adaptados a sus tareas, al menos a una parte de ellas.
Porque hay que tener en cuenta que tanto la duración de su jornada laboral como el periodo de la beca suele ser limitado. Diariamente suelen hacer jornada reducida, entre tres a cinco horas. La duración de la beca suele ser de unos seis meses. Es decir, que cuando realmente empiezan a ser 100% productivos se acaba la beca. Claro que siempre existe la opción de que se incorporen a la empresa con un contrato.
Pero, no se nos puede olvidar que, los becarios también pueden ser un soplo de aire fresco. Pueden aportar ideas nuevas, otras formas de hacer las cosas en las que la empresa ni siquiera había pensado. Por lo general, tienen una buena formación teórica y bastante entusiasmo inicial, aunque esto se puede mitigar si conocen desde un principio que no continuarán en la empresa.
En todo caso la mayoría llegan dispuestos a ganar experiencia, por lo que a medida que se van adaptando suelen pedir más tareas, para lograr mejorarar su capacidad y poner en práctica todo aquello que aprendieron en su formación. En muchos casos puede que tengan habilidades que nadie dentro de la antigua plantilla posea. Detectar y aprovechar este potencial es fundamental para que la empresa pueda sacar partido a los becarios.
Si lo único que deseamos es alguien que saque fotocopias o archive, tareas para las que no se necesite demasiada cualificación, ni atención por parte del tutor, lo cierto es que la experiencia por ambas partes puede ser frustrante. El becarios siente que está perdiendo el tiempo y la empresa no tiene a alguien motivado y que aporte mejoras notables dentro de la organización.