El nuevo término –la smart city– es un calificativo al que se están sumando grandes urbes de todo el planeta porque bajo la etiqueta de ciudad inteligente se encuentra la necesidad urgente de la sostenibilidad. Esta es la primera y última razón por la que las infraestructuras, la innovación y la tecnología se dirigen a reducir el consumo energético y a acortar las emisiones de CO2. Así se define.
En la práctica, es una red inagotable de aplicaciones puestas al servicio de la ciudad. Desde paneles fotovoltaicos en las comunidades de vecinos, o la puesta en marcha de más medios de transporte y vehículos eléctricos, hasta molinos eólicos en farolas, paneles solares para semáforos o señales, o la promoción y desarrollo del uso de las bicicletas…
La smart city ya tiene su libro blanco en España: ‘Smart cities. La transformación digital de las empresas’, realizado por IE Business School y la consultora PwC, en colaboración con Telefónica. En el mismo se analizan todos los aspectos, partiendo de la revolución digital y la nueva forma de entender la urbanización de las ciudades, radiografía su presente, las tendencias, los avances, su financiación, lo que necesitan los trabajadores, las metas u objetivos fijados por la UE y los gobiernos nacionales y locales. No en vano, como explica María Serrano Basterra (Schneider Electric), la smart city es una oportunidad de replantearse la manera en que las ciudades ofrecen sus servicios a los ciudadanos.
Evolución imparable
Un punto en común de las smart cities es que se trata de un modelo en evolución y mejora continua, con un plan que se va ajustando a la problemática específica de cada ciudad, y que parte de las diferentes situaciones y demandas de sus ciudadanos. Por este motivo, en el libro blanco se ha intentado buscar los puntos en común: una tecnología que mejore la gestión de los servicios urbanos (fase vertical); una plataforma de gestión transversal de los diferentes servicios (fase horizontal); interconectar e interoperar los diferentes servicios verticales o sectoriales a través de plataformas de gestión (conectada), gestionar la ciudad de forma integrada y en tiempo real y generar un ecosistema basado en la inteligencia compartida entre todos los agentes (inteligencia).
Pero también debe ser común el trazado de un plan de acción a largo plazo, entre 8 y 10 años. Como explica el responsable de Cellnex Telecom, Raúl González: “ha de ser a largo plazo, de forma que no esté condicionado por limitaciones inmediatas de tipo político”. Sea como sea, “ahora es el momento de estandarizar”, afirma Marieta del Rivero, de Telefónica. “La oportunidad es ahora que las ciudades están empezando su transformación digital”, añade.
Con este punto de partida han surgido iniciativas como la Red Española de Ciudades Inteligentes (RECI), creada en 2011 con la firma del ‘Manifiesto por las ciudades inteligentes. Innovación para el progreso’, cuyo compromiso es crear una red abierta para propiciar el progreso de las ciudades a través de la innovación y el conocimiento, apoyándose en las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación). Su objetivo es mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, incidiendo en aspectos como el ahorro energético, la movilidad sostenible, la administración electrónica, la atención a las personas o la seguridad. En la actualidad, forman parte de esta ‘red’ más de 60 centros urbanos.
Otra iniciativa a mencionar es Red.es, una entidad pública que trabaja para que la sociedad española aproveche al máximo el potencial de Internet y las nuevas tecnologías. Destacan sus esfuerzos por desarrollar una intensa tarea de promoción de las ciudades inteligentes, como la ‘Primera convocatoria de ciudades inteligentes de la agenda digital para España’. Según su responsable, José Ignacio Sánchez, “es una oportunidad para impulsar la smart city que nos pone por delante de muchos países”.
Medir la inteligencia de las urbes
‘IESE Cities in motion 2016’ ha evaluado el nivel de desarrollo de 181 ciudades de más de 80 países a través de 77 indicadores de diez áreas distintas: economía, tecnología, capital humano, cohesión social, proyección internacional, medio ambiente, movilidad, planificación urbana, gestión pública y gobernanza.
La clasificación mundial la encabeza Nueva York, seguida de Londres y París, mientras que completan el top 10 San Francisco (EE UU), Boston (EE UU), Amsterdam (Países Bajos), Chicago (EE UU), Seúl (Corea del Sur), Ginebra (Suiza) y Sidney (Australia). Por lo que respecta a España, Barcelona y Madrid son las ciudades españolas más inteligentes, con los puestos 33 y 34, respectivamente. Barcelona destaca en capital humano, gobernanza, planificación urbana, tecnología y proyección internacional. Y Madrid, por sus dimensiones en movilidad y transporte, y también por proyección internacional. Las siguen Valencia (54) y Málaga (58), así como A Coruña y Sevilla, cuyos progresos en los últimos años las han situado entre las 70 ciudades más inteligentes del mundo.
Otras clasificaciones se han empezado a hacer desde la misma Administración. La Secretaría de Estado de I+D+i hizo público a finales de julio su lista ‘Ciudad de la ciencia y la innovación’, en la que nueve ciudades fueron distinguidas por el fomento de la innovación en el ámbito municipal (Alcázar de San Juan, Alcalá de Guadaira, Almussafes, Alfaz de Pi, Aranda de Duero, Camargo, Gandía, Torrent y Villamayor). Si se suma esta iniciativa a la Red Impulso, también dirigida al reconocimiento de las ciudades más inteligentes, nuestro país ya cuenta con 62 localidades.
Pero hay que seguir avanzando sin bajar la guardia. La OCDE lo advierte en sus previsiones para 2050 al decir que si no se adoptan medidas drásticas, el crecimiento económico y demográfico tendrá un impacto medioambiental y social sin precedentes, más aún si se tiene en cuenta que la mayoría de la población (el 85%) se concentrará en las grandes ciudades y que dentro de 34 años habrá 2.000 millones más de habitantes (hasta los 9.300 millones).
Estas previsiones obligan a las ciudades a dar soluciones al abastecimiento energético, las emisiones de CO2, la planificación del tráfico automovilístico, la provisión de bienes y materias primas, y a la prestación de servicios sanitarios y de seguridad a quienes residan en las masificadas urbes que no pararán de crecer para dar cabida a todos.
Las ciudades no se pueden construir de cero. El concepto de smart city no solo se centra en los nuevos proyectos de crecimiento urbano –que también será necesario–, sino que se dirige a la adecuación de los actuales centros urbanos en ciudades inteligentes. Los proyectos están englobados dentro del Tratado 20-20-20, donde se fijan los objetivos para el año 2020.
El 20 es el número a conseguir: reducir un 20% las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI); reducir un 20% el consumo de energía mediante mejoras de la eficiencia energética y generar el 20% de la energía con energías renovables. El Horizonte 2020 es el programa para la investigación y la innovación en la Unión Europea. Cuenta con un presupuesto inicial de 76.880 millones de euros para financiar iniciativas y proyectos de investigación, desarrollo tecnológico, etc. y está abierto tanto a instituciones públicas como privadas.
Establecer un modelo
Para ponerse manos a la obra lo primero que se tendrá que aceptar es el compromiso con mayúsculas entre Administraciones Públicas y ciudadanos para un desarrollo económico sostenible, y una buena gestión de los recursos naturales a través de la acción participativa. Este compromiso debe ser con el entorno, con los elementos arquitectónicos de vanguardia, y donde las infraestructuras estén dotadas de las soluciones tecnológicas más avanzadas para facilitar la interacción del ciudadano con los elementos urbanos, haciendo su vida más fácil.
Conocidos los conceptos, ¿cómo se pueden trasladar a la vida real en España? El primer paso para que nuestras cities sean smarts pasa por establecer un modelo único y homogéneo. Íñigo de la Serna, alcalde de Santander y Presidente de la Red Española de Ciudades Inteligentes (RECI), considera que el hecho de que no haya un modelo claro “entorpece” la creación de ciudades inteligentes en nuestro país. En su opinión, uno de los problemas es “la desproporción en la sostenibilidad a favor de la tecnología y en detrimento de las personas”. También se lamenta de que “nos hemos olvidado de ver si lo que hacíamos iba a ser sostenible económicamente o no”.
De la Serna habla con orgullo de los proyectos de su ciudad, que en 2015 tenía elaborado su plan para convertirse en una smart city. “Es una hoja de ruta para que el avance de Santander como ciudad inteligente sea lo más ágil, eficaz y ambicioso posible, de manera que tanto los ciudadanos como las empresas, emprendedores y autónomos de la ciudad se impliquen y se beneficien de este proceso, que ya ha echado a andar y es imparable”.
Como muestra el plan, todo es susceptible de cambiar: energía, medio ambiente, tecnologías e innovación, modernización de la Administración, urbanismo, edificación, movilidad, seguridad, tráfico, participación ciudadana, cooperación público-privada, gobierno abierto, turismo, cultura, ocio o salud. Sus objetivos: la sostenibilidad ambiental, económica y de mejora de la calidad de vida de sus habitantes. Actuaciones parecidas encontramos en Zaragoza, Gijón, San Sebastián, Vitoria, Bilbao y un largo etcétera.
Todos los proyectos tendrán que ir acompañados de un modelo de financiación, en función de cada línea estratégica, además de estudiar la posibilidad de incorporarse a las redes europeas de smart cities para atraer a posibles empresas e inversores interesados en promover o participar iniciativas que vayan en esa dirección.
En el libro blanco de las smart cities se recogen las vías de financiación existentes: fondos europeos (Feder) o nacionales, más dirigidos a experiencias piloto o a iniciativas innovadoras específicas; presupuestos municipales, que la crisis económica ha limitado; y empresas privadas, a través de las adjudicaciones de contratos municipales, estableciendo plazos, creando sociedades conjuntas, o facilitando las condiciones para que empresas o emprendedores arriesguen por su cuenta en el desarrollo de servicios novedosos.
De esta forma, está previsto que entre 2014 y 2020 España reciba de los Fondos Europeos de Desarrollo Regional (Feder) cerca de 20.000 millones de euros, de los que el 5% se invertirá en las ciudades. La línea más importante para smart city son las Estrategias Integradas de Desarrollo Urbano Sostenible (DUSI), que se dirigen fundamentalmente a las ciudades de mayor tamaño. Tienen un presupuesto estimado de 967 millones de euros para abordar los numerosos y diversos retos que tienen ante sí las ciudades modernas, tanto de carácter económico, como ambientales, climáticos, demográficos o de índole social.
Todas las empresas involucradas
Todas las empresas, ya sean del Ibex o la más pequeña de las pymes, están introduciendo nuevas formas de gestión para reducir su gasto energético; métodos de reciclaje más eficientes o nuevos sistemas que lleguen al ciudadano para facilitarle ahorros con un consumo más inteligente.
Los ciudadanos tienen claro cuáles son las empresas líderes, según el libro blanco: Telefónica, en telecomunicaciones; Endesa es la preferida en energía, aunque también aparecen Iberdrola, Gas Natural Fenosa y Repsol; en tecnología, productos y servicios relacionados con Internet se destacó a Apple, Google, Microsoft, Samsung, Indra e IBM.
Una valiosa aportación es la de Endesa, que ha identificado ocho subsistemas en la smart city que van desde que la ciudad inteligente posea generación eléctrica repartida por el territorio (abastecimiento individualizado –microgeneración–), hasta redes inteligentes interconectadas, las cuales poseen una circulación bidireccional denominada smart grids.
También con el calificativo smart aparecen la smart metering (medición inteligente del gasto energético de cada usuario); los smart buildings (edificios domóticos que respeten el medio ambiente y que posean sistemas de producción de energía integrados) y los smart sensors (recopilarán los datos necesarios para hacer de la ciudad una smart city). Sin olvidar la eMobility, o implantación del vehículo eléctrico y los respectivos puestos de recarga públicos y privados; o las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), que ayudarán a controlar los diferentes subsistemas que componen la smart city. Y los smart citizen, sin cuya participación no es posible poder llevar a cabo todas estas iniciativas.
Recientemente, la Fundación BBVA junto con ocho grandes empresas (Endesa, Cepsa, Philips Ibérica, Renfe, Meliá, Telefónica, Toyota España y Unibail Rosamco España, además de Cemex y Mango) se han unido bajo una inquietud común: trabajar por la eficiencia y el ahorro energéticos, no sólo para disminuir las facturas, sino, sobre todo, para reducir el impacto sobre el medio ambiente y hacer posible que las áreas urbanas alcancen un nivel de bienestar y calidad atmosférica que las hagan mucho más habitables.
Y podemos comprobar en encuentros como el Mobile World Congress, que cada año se celebra en Barcelona en torno al mundo de la comunicación móvil, cómo aparecen nuevos proyectos y avances para dar inteligencia a las ciudades, con una apuesta clara por que las TIC se conviertan en los elementos básicos de los servicios ciudadanos, la movilidad o la Administración de las ciudades del futuro.
El futuro está mucho más cerca de lo que pensamos y los avances tecnológicos nos habrán invadido. Pisaremos suelos digitales, conoceremos en tiempo real el flujo de circulación de cada calle y autopista; sistemas informáticos dirigirán nuestros transportes, desarrollarán nuestra economía, educación, seguridad y servicios sociales; con sensores reduciremos nuestro consumo energético y de agua… En definitiva, estaremos viviendo en una ciudad inteligente.
Este es el camino para que las ciudades inteligentes se conviertan en realidad. Son los pequeños pasos de Neil Amstrong. A día de hoy son cientos, miles…