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China: el Gran Dragón muda su piel de ‘todo a cien’

Hay pocas cosas más fascinantes que comparar fotografías de la China actual con aquellas tomadas en los mismos lugares hace sólo tres décadas. Una de las más impactantes es la que muestra Pudong, la mitad de Shanghái que queda al este del río Pu. El contraste es brutal, difícil de creer. En 1990 apenas había edificios en una zona eminentemente agrícola; hoy es una jungla de asfalto que acoge la mayor concentración de rascacielos del mundo, entre los que se encuentra el segundo edificio más alto del planeta. Es uno de esos lugares en los que la noche gana al día en luminosidad, un espejo en el que se refleja el mayor milagro económico de la historia, ese que ha permitido sacar de la extrema pobreza a más de 400 millones de personas, que ha creado una clase media cada vez más fuerte y numerosa, y que ha dado como resultado también a un grupo de más de un millón de millonarios –en euros– que crece a velocidad de vértigo.

Pero la pócima mágica de la transformación más rápida de la historia, cuya composición ideó Deng Xiaoping tras la muerte de Mao Tsetung, ya no funciona. A China no le basta con ser la fábrica del mundo. Porque ya no es aquel dragón dormido cuyo despertar Napoleón temía. No, el gigante hace tiempo que se desperezó, y su irrupción en el mundo globalizado ha dado como resultado un nuevo orden mundial en el que peligra la hegemonía de Estados Unidos. Por eso, el ‘Hecho en China’ es ya una etiqueta del pasado. Ahora, el Partido Comunista quiere impulsar el ‘Creado en China’. Es, dicen los dirigentes chinos, la única forma de que el país más poblado del mundo continúe creando empleo e incrementando el bienestar de su población, dos elementos directamente relacionados con la legitimidad del régimen autoritario de Pekín.

La Zona Piloto para la Innovación Nacional (ZPIN), situada en el barrio shanghainés de Zhangjiang, es un buen ejemplo de cómo el Gran Dragón quiere mudar su piel de ‘todo a cien’ para vestir una de alta tecnología. “El XVIII Congreso del Partido Comunista dejó bien claro que es necesario un cambio de modelo económico, y decidió crear esta zona experimental para dar con la mejor forma de hacerlo”, explica Ma Wengang, director de la Oficina de Promoción de la Innovación de Shanghái y responsable de una ciudad en miniatura que acoge ya a cientos de empresas de nuevas tecnologías, a las que ha atraído con exenciones fiscales y subsidios temporales de diferente índole. “Debe servir para guiar a China en la creación de talento e innovación, razón por la que no sólo queremos que se instalen aquí las multinacionales. También queremos que la ZPIN sirva para dar apoyo a emprendedores con grandes ideas”, apostilla.

Sin duda, capital no falta para lograr ese objetivo. La segunda potencia mundial tiene las arcas llenas con casi cuatro billones de dólares en reservas de divisas extranjeras, y la continua apreciación del yuan –la moneda china ha ganado en torno a un 30% de valor frente al euro en los dos últimos años– es un aliciente para invertir en I+D y acelerar el proceso de internacionalización de las marcas chinas: desde automóviles, hasta medicamentos. Precisamente a ese último sector se dedica Lu Songtao, presidente de la farmacéutica Green Valley, una de las más importantes de China. Su empresa también ha decidido establecer el cuartel general en la zona especial de Zhangjiang, y en sus sofisticados laboratorios se ultiman los análisis que deberían culminar con el lanzamiento del 971, el tratamiento experimental que está proporcionando resultados muy positivos en la cura de la demencia senil. “Es un ejemplo de cómo China puede aportar grandes avances al mundo. Y de cómo las empresas chinas estamos haciendo grandes esfuerzos para crear valor añadido”, comenta Lu.

Si logra su objetivo y el medicamento es aprobado tras las pruebas clínicas, Lu está convencido de que puede suponer tanto una revolución médica mundial como un espaldarazo económico sin parangón para Green Valley. “Estimamos que el 971 puede reportarnos en torno a 10.000 millones de dólares, y nuestro objetivo a largo plazo es lograr ingresos de 20.000 millones de dólares en las próximas dos décadas”, avanza. Si el medicamento confirma su potencial la empresa podría irrumpir en bolsa con fuerza, algo que espera hacer en 2019. “La innovación es algo que no se puede forzar. Claro que el Gobierno puede incentivarla, y más en un país como China, en el que muchas de las grandes empresas son de titularidad pública. Pero es una fase lógica en el desarrollo de cualquier país, porque las manufacturas baratas y la copia como bases de la industria sólo funcionan durante un tiempo, hasta que la mano de obra se encarece y otro país más barato comienza a hacer la competencia”, opina Lu. “China ahora está en un momento de cambio muy interesante, y estamos convencidos de que saldrá reforzada a pesar de la inevitable ralentización del crecimiento actual”.

De la misma opinión son los científicos que trabajan a unos kilómetros de distancia, en el Sincrotrón de Shanghái. Este acelerador de partículas de 432 metros de circunferencia –que se utiliza para estudiar diferentes tipos de radiación y tiene aplicaciones en modalidades tan variadas como la medicina, la biología celular, o la física atómica– es la infraestructura científica más cara del país, 210 millones de euros, y muchos consideran que su importancia radica más en el contundente mensaje que supuso su construcción que en los resultados que puedan dar los experimentos que se lleven a cabo en su espectacular interior. “Es una rotunda declaración de intenciones. China apuesta por la ciencia como motor económico, y por eso es ya el segundo país que más invierte en I+D del mundo –un 2% de su PIB–”, anuncia con orgullo indisimulado Huang Ye, uno de los responsables del centro.

Quizá lo que se investiga en el Sincrotrón parezca excesivamente teórico, pero Huang asegura que allí se combaten virus como el ébola o el H5N1. Y que los avances van permeando poco a poco diferentes sectores de la industria. El objetivo es preparar a China para que lidere la nueva revolución que se avecina: la del Internet de las cosas. “Hasta ahora hemos ido a remolque en cuanto a tecnología se refiere. Pero se abre ante nosotros una nueva etapa en la que podemos ir por delante. Y es la que está relacionada con la Red y con las telecomunicaciones”, cuenta un empleado de Huawei que prefiere no dar su nombre. “Ahora estamos trabajando en los estándares del 5G, que estará operativo para 2020, y estamos convencidos de que las empresas chinas pueden aprovechar el salto para marcar el camino”. Así, la propia Huawei ya cuenta en Zhangjiang con un inmenso centro de I+D en el que trabajan más de 10.000 personas.

Esa nueva tecnología de comunicaciones, que permitirá interconectar en torno a 100.000 millones de personas y cosas a través de Internet, será clave también para dar el espaldarazo definitivo al hogar inteligente. Y, una vez más, los fabricantes chinos de electrodomésticos quieren llevar la batuta. “Ante el aumento de los costos de fabricación y la apreciación del yuan, las marcas chinas están obligadas a innovar para sobrevivir. No basta con mejorar la calidad, hay que proponer una revolución industrial en la que China pueda llevar la iniciativa. Y la popularización de las viviendas inteligentes es una oportunidad magnífica para estimular una demanda cada vez más exigente ofreciendo algo nuevo”, apunta Xu Dongsheng, secretario general de la Asociación China de los Fabricantes de Electrodomésticos (CHEAA).

Muestra del interés por lograr ese liderazgo es la decisión que ha tomado este año Haier, que se ha convertido en la primera marca que abre a los desarrolladores de todo el mundo su propio ecosistema –llamado U+– para conseguir que los aparatos interaccionen entre sí independientemente del fabricante o de su sistema operativo. Por su parte, Midea ha decidido asociarse con el gigante de los móviles Xiaomi, para sumar fuerzas en una alianza que cada vez será más habitual entre empresas chinas. “Tenemos que aprender a cooperar entre nosotros para aprovechar al máximo nuestros puntos fuertes”, explica Mao Hongjian, director del departamento de I+D del fabricante de electrodomésticos. “La adquisición de empresas extranjeras también es un buen sistema para completar la transferencia tecnológica y abrir puertas en mercados fuera de China”, apostilla.

Sin duda, la internacionalización es uno de los pilares fundamentales de la nueva estrategia empresarial china. Y uno de los sectores en los que está logrando mejores resultados es el de los ferrocarriles. Al fin y al cabo, China ha conseguido tender en sólo una década la red de Alta Velocidad (TAV) más extensa del mundo, y ya fabrica sus propios convoyes. Pero ante la paulatina desaceleración en el ritmo de construcción local, los dos principales fabricantes –CSR y CNR– han protagonizado este año la mayor fusión china con el fin de consolidar un único estándar, ganar peso, y competir a nivel global con gigantes más asentados de la talla de Alstom y Siemens.

“Queremos llevar nuestros productos al resto del mundo. En nuestro proceso de desarrollo tecnológico hemos cooperado con multitud de empresas de Alemania, Francia, Japón y Estados Unidos, entre otros. Ellas han hecho un buen negocio en China y a nosotros nos han proporcionado tecnología y nos han enseñado modelos de gestión diferentes. Ahora podemos caminar solos y nos vemos ya capacitados para competir”, apunta Shen Zhiyu, ingeniero de CSR. Las estadísticas le dan la razón: sólo en 2014, las empresas chinas participaron en 348 proyectos ferroviarios en el extranjero valorados en casi 24.000 millones de euros, una cifra que triplica la del año anterior. En gran medida sus clientes se ven atraídos por el precio, inferior al de sus homólogos no chinos. “Pero en una tecnología tan crítica como la del TAV no hay margen de error. Y hemos demostrado que nuestros productos son igual de buenos que los del resto”, sentencia Shen.

CRISTINA DE MIDDEL
Las imágenes que ilustran este reportaje, cortesía de La New Gallery (Madrid), pertenecen a la serie ‘Party’, realizada por Cristina de Middel. Con este trabajo, la fotógrafa alicantina reinterpreta la habitual visión que se tiene de China, el gigante asiático, a través de la manipulación del histórico ‘Libro rojo de Mao’. Fruto de sus viajes por el país y de su inquietud por descubrir, De Middel ha sabido conjugar realidad y censura en un libro que se convierte en toda una experiencia artística.