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¿Estamos enseñando a nuestros hijos a fracasar?


Hay diversas razones por las cuales debemos experimentar el fracaso: saber que no todo siempre va a ser positivo, aprender de errores cometidos y, sobre todo, darnos cuenta de que no nos va a matar por lo que no hay que tenerle miedo. Aunque quizás, la lección más importante, y que no estamos transmitiendo a las nuevas generaciones, es el hecho de que el fracaso está disponible para todos, que no somos infalibles y que, por consecuencia, debemos aparcar la arrogancia desmedida.

El fallar nos aporta una dosis de fuerza, sabiduría y humildad que ninguna otra experiencia vital nos podría ofrecer.

Y es que la iniciativa empresarial, últimamente perdida por la cruda crisis económica, versa precisamente de eso: de arriesgar y de perder, o ganar. Pero arriesgar. Moraleja perdida para los escolares actuales que eligen carreras versátiles por miedo a no encontrar un puesto de trabajo. “El alcance de un hombre debe exceder sus límites”.

Así pues, recordarle a los empresarios venideros algunas historias o cuentos literarios en los que esté presente el fracaso les preparará mejor que cualquier lección filosófica. Aunque tarde o temprano lo comprobarán ellos, porque al fin y al cabo nadie está preparado para levantarse hasta que no se ha caído por sí mismo.