Aquellos que alguna vez se hayan sentido atraídos por la técnica del ‘mindfulness’ sabrán que se basa en pequeñas prácticas enfocadas a adquirir un control muy avanzado de la actividad mental. Así, el ‘mindfulness’ pretende hacernos capaces de alejar pensamientos referidos a experiencias pasadas o a proyecciones futuras, para poder saborear el presente con toda su intensidad. Los primeros ejercicios que suelen proponerse a los que se inician en este camino son tareas tan sencillas y cotidianas como disfrutar del acto de comer una mandarina, concentrándonos totalmente en esto: sentir la textura durante el pelado, el sabor, el olor… para dejar a un lado todo lo demás. Otras, como apreciar el tacto de una pasa en la boca, también sirven como tareas iniciáticas para domar nuestra mente.
Fue allá por los años 70 cuando las Universidades norteamericanas comenzaron a prestar atención a prácticas budistas relacionadas con la ‘atención plena’ del presente o el mindfulness. Desde entonces su popularidad no ha dejado de aumentar.
Y cuando hace unos años la artista de performance Marina Abramovic mostró al mundo cómo se debía beber un vaso de agua, apreciando intensamente toda sensación física del acto, no podría haber estado más en sintonía con la práctica budista. En realidad, Abramovic ha desarrollado su carrera de la mano de prácticas de atención a la experiencia inmediata. Empujando siempre los límites del cuerpo y la mente, Abramovic ha buscado siempre desafiarse tanto a ella misma como a los participantes de sus performances. Emocional, intelectual y físicamente.
En 2010 la artista serbia, en el marco de una retrospectiva de su fascinante trayectoria performativa organizada por el neoyorquino MOMA, se sentó silenciosamente frente a una silla vacía en una de las infinitas salas del museo. Mientras tanto, los visitantes hacían largas colas para esperar su turno y poder sentarse frente a la artista para compartir unos momentos de fuerte contacto visual y humano. La experiencia producía reacciones varias tanto en los espectadores como en ella, que en ocasiones se conmovían, lloraban, o reían. Conocida como ‘The artist is present’, mil personas pasaron y posaron delante de la ya legendaria Abramovic en esta performance que duró casi tres meses y que ocupaba ocho horas al día. Una jornada laboral completa.
Si no puedes contar arroz durante tres horas, no puedes hacer nada bueno en la vida
Pero la labor de la artista por experimentar con las sensaciones y la concentración no ha se ha visto agotada. Hace unos años fundó el Marina Abramovic Institute en las inmediaciones de Nueva York. En este centro de ‘artes inmateriales’, la artista creó un cuerpo de ejercicios para los visitantes que, tras firmar un documento en el que accedían a prestar varias horas de su tiempo a la performance, y abandonando todo aparato digital o electrónico personal, podrían (intentar) alcanzar una presencia mental plena. “Tienes tiempo libre para ti por primera vez. No hay nada malo en la tecnología, pero nuestro enfoque de ella es incorrecto”, contó la artista durante la charla TED que dio hace unos años. Entre las actividades propuestas, el visitante aprende a caminar lentamente, a beber un vaso de agua durante media hora, a someter el cuerpo a corrientes magnéticas, a estar sentado durante largo tiempo, a dormir, o a pasar tres horas separando un montón de granos de arroz. “Si no puedes contar arroz durante tres horas, no puedes hacer nada bueno en la vida”, explicó la artista.