Muchos pensarán que son realmente buenos en el arte de rentabilizar al máximo el tiempo. Lamentablemente, esto es una ilusión. Como seres humanos, tenemos una capacidad muy limitada para el pensamiento simultáneo—sólo podemos retener una pequeña cantidad de información a cada momento. No obstante, nuestros cerebros fabrican la falsa sensación de que podemos hacer mucho más.
Para entender cómo es posible el engaño, basta con reflexionar sobre cómo vemos el mundo: aparentemente, percibimos nuestro entorno a través de una lente de cámara de gran angular, pero en realidad, nuestros ojos están constantemente dando vueltas—de 3 a 4 veces por segundo—capturando fragmentos que después forman una sola imagen completa.
Algo así sucede con la multitarea. Cuando alternamos entre varias ocupaciones, a menudo parece que pudiéramos con todas, sin embargo, cuando realizamos varias cosas a la vez, el cerebro tiene que afrontar un gran gasto de energía para reorientarnos hacia la tarea, retrotraernos al punto en que la dejamos y centrar nuestra atención en posibles errores. Y esto no solo supone una gran pérdida de tiempo, sino que también disminuye la capacidad de ser creativos.
El pensamiento innovador, después de todo, proviene de la concentración extendida, es decir, de la capacidad de seguir una idea a través de una larga línea de pensamiento que puede llevarnos por nuevos caminos. En cambio, al realizar varias tareas, normalmente no llegamos lo suficientemente lejos en ningún camino como para dar con algo original, puesto que nuestro pensamiento cambia y retrocede constantemente de una tarea a otra.
Si está pensando “esto le pasa a otras personas, yo sé optimizar mi tiempo”—comete un error. De hecho, los estudios muestran que las personas que piensan que son muy buenas en el multitasking generalmente tienen una menor capacidad de pensamiento simultáneo.
Entonces ¿por qué tenemos el impulso de hacerlo? La respuesta probablemente tiene que ver con la evolución de nuestro cerebro. De vuelta a la prehistoria, la evolución del hombre exigió que nuestro cerebro reparase en cualquier pieza de información que pudiera ser crítica para la supervivencia—un crujido en los arbustos, por ejemplo, podría significar la amenaza de algún depredador. Y esto hizo a nuestro cerebro adaptarse a estar pendiente de varios estímulos a la vez.
Sin embargo, lo que una vez fue una ventaja evolutiva se ha convertido en una distracción. En la sociedad moderna actual donde todos estamos interconectados y permanentemente “en línea”, la incesante cantidad de información que recibimos puede paralizarnos por sobrecarga sensorial.
Para evitarlo, comience por focalizar su atención durante determinados periodos de tiempo, eliminando tantas distracciones como sea posible: guarde su teléfono, apague la pantalla de ordenadores, televisores y otros dispositivos… En otras palabras, evite la tentación de distraerse haciendo varias cosas y céntrese. Moverse o salir al exterior son buenas opciones para despejar la mente, aumentar el flujo sanguíneo y restaurar su concentración.