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La ciencia de ser carismático

Trabajar para alguien carismático está demostrado por varios estudios que ayuda a las personas a implicarse más por lo que hacen. El carisma implica una serie de aptitudes que en su totalidad persuaden a los que te rodean, entre ellas las de la comunicación (verbal o escrita) con el uso de metáforas y anécdotas, utilizando un lenguaje corporal que sea adecuado a las emociones que pretendas provocar con tu mensaje.

Para resultar encantador son de mucha ayuda el contacto visual con los receptores, las sonrisas o mostrar interés por las personas haciéndoles hablar sobre ellas mismas, mediante preguntas personales y siendo empático. Sin embargo, los líderes carismáticos no necesitan esta interacción directa con su público para influenciarles. Se pueden permitir hacerlo a distancia. Mientras los líderes encantadores son populares, los carismáticos no tienen porque serlo, ni si quiera tienen porque gustarte. Un ejemplo de ello es Steve Jobs, que disgustaba a sus propios empleados, pero a los mismos les inspiraba un carisma asombroso.

Hay distintos tipos de carisma: el más difícil de adquirir es el del “poder estelar”, lo ejemplifica a la perfección Marilyn Monroe, a quien le encantaba posar para la cámara, el “enfocado” implica escuchar atentamente a quien te habla, y el de la “amabilidad” se puede aprender, y un claro exponente de esta clase es el Dalai Lama.

Tener un comportamiento con efectos carismáticos tiene múltiples beneficios. El llamado “efecto carisma” hace que conectes con mucha más gente, y lo que es más que se identifiquen contigo, se quieran parecer más a ti, y por ello seguirte. Otra de sus consecuencias, es que la iniciativa de la gente por cooperar en una misma causa aumenta. El estudio demuestra que es más fácil confiar en una persona carismática, y ello te impulsa a respaldarla en sus actuaciones.

Ser elocuente y carismático van de la mano, y uno puede entrenarse a serlo. El uso de las palabras es la base de este proceso. Si partes de un buen conocimiento del lenguaje podrás jugar con él y hacer valer mil tácticas para demostrar mayor convicción en lo que dices. Un ejemplo de ello fue Margaret Thatcher, odiada por unos y amada por otros, su poder de convicción y su uso de la retórica resultan demoledores para los que están en su contra. Todo cuenta en la percepción de cómo recibimos el mensaje de alguien, su expresión corporal, su tono de voz, etc. En este paradigma Hillary Clinton durante la campaña a la presidencia de Estados Unidos trasmitía más frialdad en comparación que cuando se presentó su marido, Bill Clinton o la vehemencia del mismo Trump.