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Margallo: “Hay que demostrar que la salida del Reino Unido no es el principio del fin”

En 1968 ganó las oposiciones a inspector técnico fiscal del Estado y en 1972 completó el International Tax Program y el Master of Laws de la Harvard Law School. Desde 1977 es diputado, y fue precisamente el 23-F de 1981, cuando minutos antes de que el teniente coronel Antonio Tejero entrara a tiros en el Congreso de los Diputados, Margallo, que en esa época era un joven diputado de UCD, acababa de abrir la votación de investidura del presidente Leopoldo Calvo Sotelo. Desde entonces, su carrera ha sido supersónica, desempeñando puestos muy relevantes en la política española, hasta que Mariano Rajoy le nombró ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación en diciembre de 2011, cargo que dejó en noviembre de 2016. Actualmente es presidente de la Comisión Mixta de Seguridad Nacional en el Congreso.

En su último libro: ‘Europa y el porvenir’ (Ediciones Península) analiza el futuro del mercado laboral europeo y explica el momento en el que el ‘brexit’ ha vuelto a poner sobre la mesa la continuidad del proyecto europeo. A su modo de ver, ¿cómo va a afectar a Europa la salida de Gran Bretaña, y quién tiene más que perder?

Desde el punto de vista económico, dependerá de cual sea el modelo de relaciones que se establezcan entre el Reino Unido y la Unión Europea. En principio, las fórmulas posibles son las siguientes: la primera, es el ingreso del Reino Unido en el espacio económico europeo junto a Noruega, Islandia y Liechtenstein; la segunda, una solución similar a la que tiene la confederación helvética; y finalmente, una solución similar a la que se ha establecido entre Canadá y la Unión Europea, el llamado Ceta, (Comprehensive Economic and Trade Agreement). La solución noruega, para entendernos, supone que se mantienen las cuatro libertades: la libertad de circulación de mercancías, de capitales, de servicios y de personas, más una aportación al presupuesto comunitario. Entiendo que eso no va a ser la solución que proponga el Reino Unido, precisamente porque mantiene la libertad de circulación de personas, es decir, no responde al deseo de los electores británicos de recuperar el control de las fronteras para controlar la emigración o la entrada de ciudadanos europeos en el Reino Unido. La solución suiza es similar a la noruega, con una sola diferencia, no hay aportación presupuestaria, pero dado que mantiene como la solución noruega la entrada libre de ciudadanos europeos, tampoco entiendo que va a ser satisfactoria para el Reino Unido. Así que solo queda el acuerdo comercial, el denominado Ceta, que es un acuerdo de libre comercio con exención prácticamente en los aranceles que afectan a todos los bienes que son objeto de comercio. Si es así, en principio las corrientes comerciales de importaciones y exportaciones no deben de sufrir una alteración significativa puesto que hay exención arancelaria; tampoco los flujos turísticos, que es algo que afecta enormemente a España siempre que resolvamos la cuestión de las prestaciones sanitarias de acceso a la salud, pasándole la factura al Reino Unido. Lo que sí puede afectar es la pérdida de dimensión y profundidad del Reino Unido, que se verá reflejada en la caída de la libra y, por tanto, pueden reducirse las exportaciones e importaciones, o los flujos del turismo. Y desde el punto de vista político, es obvio que la salida de un socio del club por primera vez en la historia, puede tener consecuencias políticas siempre que la UE no reaccione con prontitud. En mi opinión, lo que tendríamos que hacer para convencer a la opinión pública europea y a la exterior, es dar un salto hacia adelante para demostrar que la salida del Reino Unido no es el principio del fin, sino una oportunidad para avanzar en aquellos capítulos a los que los británicos han mostrado mayor resistencia: como es el caso de la política de defensa europea, en una política común de asilo y emigración, y en resolver aquellos problemas que no han sido resueltos desde el punto de vista de la gobernanza europea.

Usted tenía una dilatada carrera política antes de entrar en el Gobierno de Rajoy como ministro de Exteriores, en el que ha estado casi cinco años. ¿Cómo definiría su paso por Exteriores en este lustro?

Muy positivo. Creo que he podido hacer muchas de las cosas que me había propuesto llevar a cabo, aunque ha habido otras que se me han quedado en el tintero. Lo primero que hice al llegar, fue diseñar un cuadro normativo que no existía, y aprobar la Ley de Acción y de Servicio Exterior del Estado, de las cuales había cuatro intentos anteriores y todos fallidos; en segundo lugar, la ley de tratados, porque los acuerdos internacionales están sujetos a un decreto franquista de 1972, es decir, a una norma inferior a la ley y una norma preconstitucional. Junto a esta definición de un cuadro normativo, ha habido una definición de una estrategia de acción exterior a cuatro años, en que se establecen también por primera vez en nuestra historia de forma escrita y meditada, los principios que deben regir la política exterior, nuestros objetivos prioritarios, las acciones a adoptar y los escenarios en los que nuestra política exterior debe celebrarse. Desde un punto de vista más práctico, lo que me propuse y creo que he conseguido, es apuntalar los dos pilares en los que se debe basar la política exterior: La UE y la relación trasatlántica. A partir de ahí, y con estos dos anclajes firmes, hemos transitado con más comodidad y más eficacia por los que han sido los escenarios de la política exterior española desde hace muchísimo tiempo: el Magreb, África subsahariana, Latinoamérica y Oriente Medio. Y hemos empezado a abrirnos a Asia-Pacífico en donde hemos avanzado mucho, ya que arrancamos con un retraso más que notable. En resumen, nuestra política de exteriores no ha sido objeto de impugnación alguna por parte de ningún partido político. Y todo esto lo conseguimos con unos recursos muy limitados. Por ejemplo, con Turquía en una ocasión tuvimos que pelear en una campaña para el Consejo de Seguridad en unas condiciones de clara desventaja. Ellos contaban con un presupuesto de 250 millones de euros, y nosotros con uno.

De los temas que se le han quedado en el tintero, ¿cuál es el que le hubiera gustado acabar?

Me hubiese gustado reordenar el servicio de exteriores español que responde a una visión del mundo de principios del siglo XX y adaptarlo al siglo XXI, sobre todo teniendo en cuenta que otra de las prioridades de mi mandato ha sido la diplomacia económica, es decir, apoyar a las empresas españolas que operan en España a incrementar sus exportaciones; y sobre todo ayudar a las que se establecen fuera, facilitarles su implantación, su desempeño empresarial y ayudarles en los momentos de conflictos que se producen siempre en este tipo de relaciones. Por ejemplo, España tiene 10 consulados en Francia, y solo 2 en la India, lo que responde a una visión de hace muchísimos años, y eso habría que haberlo adaptado al momento actual. Tenemos hecho un estudio país por país en el que se ponderan las diferentes variables que hay que tener en cuenta al estudiar la intensidad de nuestra presencia allí. Eso no se ha podido hacer, no había recursos presupuestarios, y lo que hemos hecho es avanzar dos vías bastantes revolucionarias para tener presencia allí sin gastar demasiado dinero; una es la de que en algunos países hemos incorporado nuestros funcionarios a las delegaciones de la UE allí; y otra, es una vía de colaboración con países latinoamericanos para intercambiar ofertas de presencia en determinados países.

Ha sido uno de los ministros mejor valorados del Gobierno de Rajoy. Sin embargo, el presidente decidió prescindir de sus servicios en esta nueva legislatura, ¿cómo le sentó?

Esto no fue ninguna sorpresa, conociendo cómo funciona el mundo al que usted pertenece, el de los medios de comunicación, y habiendo leído algunos confidenciales inspirados claramente desde fuentes que tengo muy identificadas. Yo en broma decía que esos confidenciales me daban siempre en situación terminal, y todas las mañanas me levantaba mirando en el ABC las esquelas a ver si aparecía ya, hasta que por fin un día aparecí.

¿Quiere decir que los medios de comunicación han sido los que han provocado que no siguiera en el Ejecutivo?

Evidentemente no, ya que los medios son, si me permite la redundancia, los medios a través de los cuales se instrumenta esa campaña, pero usted pregunte a cualquier periodista de esos medios y hallará una respuesta inmediata y unánime.

Al nuevo ministro de Exteriores, Alfonso Dastiz, lo conoce bien, porque le nombró embajador permanente de España ante la Unión Europea. ¿Qué consejo le dio cuando le entregó la cartera?

Él no me pidió ningún consejo, por lo tanto no le di ninguno, pero sí que le dije: Mira, el cuadro normativo lo tienes completo, la estrategia de exteriores está ahí, y ya tienes redactado el informe anual que la estrategia prevé para ir adaptándolo a los cambios que se producen periódicamente. Lo que sí le pedí en primer lugar fue, que prestase especial atención a la Marca España, que por cierto, ha tenido un éxito notable en la última evaluación y ha subido en cuatro años del puesto 18 al 13, por lo que ha tenido la subida más rápida que ningún país ha experimentado nunca; en segundo lugar, que no descuidase la acción exterior para explicar cuáles eran las razones de España en relación con el conflicto territorial de Cataluña; y en tercer lugar, que no desaprovechase la ocasión histórica que se da con la salida del Reino Unido de Europa por el brexit, para recuperar Gibraltar a través de la fórmula cosoberanía que yo he propuesto. Hay que tener en cuenta que su territorio es la cuarta economía del mundo en términos de renta per cápita.

Actualmente es presidente de la Comisión Mixta de Seguridad Nacional en la Cámara Baja, en la que fue elegido sin problema alguno con 36 votos a favor y uno en blanco, mientras que por ejemplo, su ex colega de gobierno, Jorge Fernández Díaz, fue elegido presidente de la Comisión de Asuntos del Congreso por imposición de su partido. ¿Cómo lo interpreta?

Fernández Díaz ha tenido problemas. En mi opinión, fue reprobado por el Congreso de forma absolutamente injusta. La verdad es que yo no tuve ningún problema, soy un hombre de la transición y estoy más que acostumbrado al consenso con los otros partidos, ya que he tenido reuniones periódicas con todos los Ministros de Exteriores de los gobiernos anteriores, y he practicado y diseñado siempre la política y la acción exterior, intentando buscar el acuerdo con el resto de las fuerzas políticas. Así que a lo largo de estos cinco años, como usted puede comprobar, no ha habido ni un solo problema en el Parlamento, y hemos adoptado medidas tan difíciles como enviar soldados nuestros a Irak, hemos aprobado una postura común respecto a Palestina, y hemos actuado también de común acuerdo con las otras fuerzas políticas cuando se ha tratado de derogar la posición común sobre Cuba y sustituirla por un acuerdo de diálogo y cooperación. Creo que ese talante y esa forma de interpretar la política exterior como un asunto de estado me ha facilitado el ser elegido para este cargo sin ningún problema.

¿Cómo definiría el nuevo ejecutivo de Rajoy?

Digamos que es muy diferente al primero, en el que estaban ministros que nos conocíamos desde antes: Miguel Ángel Cañete, José Ignacio Wert, José Manuel Soria, Ana Pastor, Ruiz Gallardón, Jorge Fernández, Ana Mato, yo… Gente con experiencias vitales y efectos compartidos. Estas personas ya no están y han sido sustituidas por otras, algunas de las cuales no conozco suficientemente, pero la composición personal es distinta. Digamos que el perfil político de los que han salido era muy acentuado y muy definido, pero en este nuevo ejecutivo no es tan evidente, y creo que hay una mayor carga técnica que dimensión política.

¿Cree que el Gobierno de Rajoy cumplirá los cuatros años de mandato?

No sé si los cumplirá, pero sí creo que la legislación va a ser larga. En estos momentos no hay ningún partido político al que le interesen unas elecciones. El PSOE necesita tiempo para culminar su reflexión interna; Ciudadanos tiene que redefinir su papel en la escena internacional; e incluso Podemos, que sería en principio el más interesado, está sometido a un proceso de redefinición importante y también necesita un determinado periodo de tiempo para consolidarse.

¿Entiende que el rival del PP de cara a las próximas elecciones será Podemos antes que el PSOE?

Todo dependerá de cómo esté la situación interna en el PSOE, y de cómo termine su proceso de refundación. A mi entender el PSOE hará bien en utilizar una buena parte de sus energías en redefinir un proyecto político que sea atractivo para su electorado. Si usted observa lo que ocurrió en la Europa de entreguerras, entre 1918 y 1939, los populistas que tuvieron un auge extraordinario en los primeros años de la postguerra como reacción al temor al fantasma de la extensión del comunismo, bajan a medida que la situación se calma, pero cuando llega a Europa la crisis del 29, emergen con una enorme fuerza. Por lo tanto, dependerá de cual sea la situación, del grado de insatisfacción de la ciudadanía, de la redefinición del PSOE, y de la propia evolución de Podemos, que creo que se va a convertir en una especie de confederación de partidos muy izquierdistas con componentes nacionalistas, que les puede dar votos, aunque luego dificulte la definición de un proyecto en común.

¿Qué opina de la clase política que tenemos en España?

El problema que ha tenido la clase política desde hace mucho tiempo ha sido el de las incompatibilidades que ha impedido a muchos profesionales poder dedicar unos años de su vida al servicio de la causa pública, les ha aconsejado a no hacerlo; primero, porque dificultan enormemente sus actividades privadas; y luego, les imposibilita el reingreso al ejercicio de su profesión. Un abogado que cierra su despacho durante cuatro años, tiene enormes dificultades para volver a abrirlo de nuevo. En el Parlamento Europeo lo que había era una declaración de actividades que pudiesen ser incompatibles con el desempeño del acuerdo parlamentario y que llevaba a que no votasen aquellos asuntos en los que podían tener intereses contrapuestos. Creo que esa es la fórmula para atraer profesionales de prestigio a la vida pública. Por otro lado, en estos momentos la actividad política está mal pagada en relación a puestos similares en la actividad privada, y si añadimos el desprestigio que tenemos los políticos, no hace muy atractivo entrar en estas aventuras, lo que ha desencadenado en un empobrecimiento del Parlamento. Esto se ha traducido en que haya perdido peso como centro del debate nacional incluso para la prensa, y que haya sido sustituido por las tertulias televisivas. Una democracia es tanto más prestigiosa cuanto más vivas y más reconocidas sean las instituciones que la materializan.

Cuando salen esas encuestas en las que dicen que los políticos son uno de los sectores peores valorados por los ciudadanos, ¿qué piensa?

Esto me produce una enorme tristeza, ya que yo trabajé mucho tiempo en la oposición a la dictadura para lograr una democracia representativa que por definición se basa en el parlamento elegido por la ciudadanía, y realmente creo que algo estamos haciendo mal, cuando ese parlamento no parece representar a la gente. De hecho, el grito de los “indignados” era el de “No nos representan”, y cuando la ciudadanía no se siente representada por sus representantes en el parlamento, busca otros cauces de expresión, y eso explica que Podemos esté diciendo que tiene que combinar su acción en el parlamento con acciones en la calle. Todo ello se traduce, en la proliferación de manifestaciones de indignación que no se canalizan a través de las instituciones democráticas.

Uno de los personajes que tuvo que tratar fue Fidel Castro. ¿Qué impresión le causo el líder cubano?

Fidel Castro era una persona absolutamente impresionante. Te recibía en el Palacio de la Revolución, donde su decoración recordaba a Sierra Maestra, con rocas y vegetación de la época. Era un hombre muy alto que siempre vestía de uniforme verde oliva, y destacaba por ser un gran conversador. Nuestro encuentro duró aproximadamente 11 horas, y una vez que entramos en materia, yo le intenté explicar en términos marxistas que cuando cambian las estructuras económicas, hay que hacerlo también en las estructuras políticas. Así que le dije: El mundo está cambiando, ¿qué vas a hacer con Cuba? Fidel tenía, sobretodo, dos obsesiones: en primer lugar, que no se produjese un desplome, como se había producido en la Rusia soviética de Gorvachov; y en segundo lugar, la comparación con Honduras. Yo le dije que esa comparación no era exacta ya que Cuba, cuando él entró en La Habana, era la economía más próspera de América, después de Argentina. Así que mientras iba avanzando la noche, le insistí en cuál era la respuesta al cambio del socialismo, y me respondió: “Más socialismo”. Entonces le pregunté en qué consistía eso, pero él no supo explicarme más.

Los problemas que entonces había, aún continúan, ya que es verdad que no ha logrado restablecer las libertades ciudadanas, que son inexistentes, y tampoco el cambio de modelo, porque Cuba ha sido siempre una economía dependiente: de España, de Estados Unidos, subvencionada por la Unión Soviética y más tarde por Venezuela. Cuando esa subvención se acabó, yo tuve la convicción de que iban a virar hacia Estados Unidos, y en la primera conversación que tuve con Hilary Clinton, en febrero del 2012, donde restauramos unas relaciones entre los dos países que estaban deterioradas por algunos gestos de Rodríguez Zapatero, acordamos tener un intercambio fluido de opiniones sobre Latinoamérica, y muy especialmente sobre Cuba. Así lo hemos hecho, desempeñando un papel de pivote en las relaciones entre la Unión Europea, EE UU, Vaticano y Cuba, que culminaron el pasado 12 de diciembre con el acuerdo de diálogo y cooperación con Cuba, que supera al de la fase anterior, que data de 1996. Cuando llegamos a la Moncloa, Cuba presidía la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), y estaba apoyada por Brasil, Argentina…, y si hubiésemos seguido una política de confrontación con la isla, habríamos deteriorado todo el dossier latinoamericano. Es por eso que quise ir a Cuba mucho antes de lo que en realidad pude ir.

De todos los presidentes de Gobierno que hemos tenido en democracia, ¿a quién destacaría?

Quitando a Mariano Rajoy, que me hizo ministro y, por lo tanto, sería una opinión sesgada, el gran presidente fue Adolfo Suárez. Y le digo por qué: yo siempre he entendido que la política no consiste en adecuarse a la última encuesta de opinión, sino anticiparse a los problemas, y Adolfo Suárez si lo hizo, y con un coste político elevado, ya que cuando te anticipas a los problemas te alejas, por definición, de lo que el común piensa en ese momento. Lo que Suárez hizo fue política de estado, es decir, gobernar para las generaciones futuras y no para ganar unas elecciones, e impulsó la gran transformación de España en términos no solo políticos, sino también económicos y sociales, y eso no fue demasiado bien comprendido, ya que cuando se presentó a las elecciones de 1982 con su partido, CDS, solo obtuvo dos escaños. Resumiendo, para mí ha sido el mejor.

De todas las cumbres internacionales a las que asistió como ministro de exteriores, ¿cuál recuerda que fuera la más tensa de todas?

Probablemente fue una de las últimas, en la que se reunía el grupo internacional de apoyo a Siria, y que tuvo lugar en la Asamblea General de las Naciones Unidas. En ella, los desacuerdos entre Sergey Lavrov y John Kerry fueron más que notables y públicos, porque hace tiempo iniciaron en Ginebra un acuerdo sobre la acción tanto política como militar en Siria, y ese acuerdo aún continúa estancado. Pero seguramente, con el nuevo Gobierno americano, las cosas cambiarán.

Usted que se ha reunido varias veces con Hillary Clinton y la conoce muy bien, ¿cómo entiende que el pueblo americano no la haya votado, y si lo ha hecho por Donald Trump, que ni si quiera tenía el apoyo total de su partido?

Le voy a contar una cosa: yo pronostiqué el triunfo de Trump y del brexit. Está claro que la globalización ha resucitado, como ya ocurrió en la Europa de entreguerras, con dos miedos ancestrales; el temor a perder puestos de trabajo y el nivel de vida, y el miedo a perder la identidad cultural. Esos miedos se han materializado en el rechazo a las políticas de inmigración del presidente Obama, que había apostado por permisos temporales de trabajo y residencia para los emigrantes, los acuerdos de libre comercio… Lo que explica que el nuevo presidente hablase de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), de paralizar el transpacífico, de no avanzar en el acuerdo de comercio e inversión con los EE UU e, incluso, establecer aranceles disuasorios para los productos procedentes de países como China y México. Estos miedos se han traducido en la campaña de Hilary Clinton y lo que representa su partido, que abanderaba esas propuestas, y se hayan echado en brazos de un personaje tan peligroso como que no responde al establishment. Su triunfo no es más que un síntoma de una enfermedad que venía incubándose desde hace tiempo, y si no se remedia, puede marcar un cambio en las ideas políticas. Paul Ryan, que no respaldó a Trump, lo explicó muy bien en un artículo: “Había una voz silenciosa que nadie había oído, y el que la oyó fue Trump, que tuvo la capacidad de convertir esa voz silenciosa en promesas electorales”. Es un poco lo que está pasando también en Francia con Le Pen, que ha sabido captar ese voto, y lo que pasó con Podemos, que convirtió una indignación ciudadana ante determinadas políticas en un resultado electoral brillante.

¿Cómo cree que nos va a afectar a España y a Europa la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca?

Trump, tiene una política prácticamente keynesiana en materia económica, de reducción de impuestos, de aumento del gasto militar, y de un gigantesco programa de infraestructuras que se traducirán en un aumento de la deuda pública, mientras que el Partido Republicano, por el contrario, siempre ha sido partidario de la disciplina fiscal y del control presupuestario. Por lo tanto, hay que ver como se armoniza sus acciones políticas con el ideario de su partido. Pero respondiendo a su pregunta concreta, nos afecta el que no se apruebe el Tratado de Comercio e inversiones de los EE UU porque eso va a dificultar las corrientes comerciales y de inversiones; su postura respecto a la Alianza Atlántica nos puede afectar también, porque obligaría a Europa a aumentar su esfuerzo militar para proteger sus dos fronteras amenazadas: Ucrania y la del Mediterráneo; y por último, vamos a ver como soluciona los problemas de Oriente Medio, que nos afecta de una manera muy directa a Europa en términos de seguridad y de asilo de emigración.

Fotografías: Nani Gutiérrez