El mayor problema de los Bitcoin es su naturaleza virtual. Al tener naturaleza virtual y no haber una representación física palpable, es necesario asegurar por ejemplo, que los mismo bitcoins no se utilizan en dos intercambios diferentes, o lo que es lo mismo, que no se hace una “copia” de los bitcoins. Este problema no ocurre con las monedas físicas tradicionales porque evidentemente no se pueden utilizar en dos intercambios simultáneos. Para hacer frente a este problema, se necesita tener un registro virtual de cada bitcoin y a alguien que lo maneje.
Aquí viene el segundo y tercer problema: por un lado, ¿qué pasa si aquella persona que maneja el registro decide crear más bitcoins para su uso personal? Y, por otro lado, ¿por qué tiene que haber alguien que controle la moneda y no podemos realizar intercambios de la misma forma que se intercambiaban herramientas mediante el trueque?
Para abordar estos problemas, Bitcoin propuso que el libro de cuentas o el registro estuviese abierto a todo el mundo. Todas las transacciones que tengan lugar en el mundo estarán registradas en ese libro y al alcance de todos. Haciendo esto se resuelven los dos problemas que comentábamos antes: No hay un responsable de los registros, somos todos indirectamente y nadie puede engañar al resto creando más bitcoins porque entonces los libros de cuenta de cada usuario no cuadrarían, lo que quiere decir que habría que engañar o hackear los registros de toda la red. De esta forma, la red se vuelve más fiable cuanto más extensa es.
Además, cada bitcoin queda registrado y es único por lo que en todo momento se puede saber dónde está y en que transacciones ha estado envuelto. Cuando se hace una operación, el usuario conoce perfectamente los bitcoins que salen de su cuenta y los que entran, y no hay mucho espacio para la manipulación por la extensión de la red.
Todo esto es lo que se conoce como protocolo bitcoin, creado en 2008 y distribuido en 2009 como software de acceso libre por Satoshi Nakamoto.