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Krusty, el payaso lo vende todo

Hay varios buenos ejemplos en ‘Los Simpsons’ que destacan el fervor de Krusty (cuyo nombre real es Herschel Shmoikel Pinkus Yerocham Krustofsky) por la venta de merchandising, pero sin duda es La última tentación de Krusty (5F10) el episodio que mejor lo representa. En él, el famoso payaso decide cambiar su forma de hacer humor después de haberse visto desplazado en una gala benéfica con más humoristas. Era demasiado infantil y previsible. “En vez de perfeccionar mis actuaciones, durante estos años me dediqué a venderme”, se lamenta con Bart antes de darse cuenta de que es un viejo bufón cansado.

¿Cambiar de público para abarcar otros terrenos? Desde luego, ése era el camino a seguir. “Hoy, a la gente, le gusta el humor sarcástico sobre cosas de su vida cotidiana”, le aconseja el televisivo Jay Leno. Para empezar, Krusty iba a modificar su estética por algo más serio y se centraría en los monólogos de cierta carga crítica, atacando directamente a las empresas de publicidad. “Hoy me puse un rato a ver la tele y solo vi a personajes muertos anunciando productos: al pobre Vincent Price lo han puesto flotando sobre un ambientador de váter hablando de los olores de un inodoro. Y les diré otra cosa: ¡dudo mucho que a Winston Churchill le gustase comer en un alemán!”, cuenta en un espectáculo en el bar de Moe antes de azuzar al público: “¡Esos ladrones de tumbas de Madison Avenue son capaces de todo con tal de que les compremos!”.

Sin embargo, en Homie, el payaso (2F12), el contable de Krusty le advierte de su posible bancarrota al derrochar tanto dinero, por lo que idean un nuevo producto. “Comercializa algún artículo absurdo”, le contesta el ídolo juvenil.

Pósters, colchas, relojes, muñecos, teléfonos, lámparas, tazas, detectores de radón, alfombras, banderines, cajas sorpresa, calendarios, bastoncillos, colirios, camisetas, cajas de herramientas, peluches, walkie talkies, sucedáneo de gachas, contadores geiger, polvos de talco, un Monopoly temático, barreras de control de masas, chicles, vodka, jarabe infantil, juegos de mesa, colonias y perfumes, salsas, pruebas de embarazo, documentos legales, platos, papeleras, academias de payasos, cromos, máquinas para depilar el bigote (Línea Lady Krusty), pornografía, calcomanías, videojuegos, puzzles, tónicos, calculadoras, lápices, fiambreras, ácido sulfúrico, zapatillas, cepillos de dientes, batidos, tests de personalidad, globos, mantequilla, tabaco, discos (Krustophenia) teléfonos, cereales (Krusty-O’s), parques temáticos (Krustyland, Salpicamás), hamburgueserías (Krusty Burger), y hasta campamentos de verano (Kamp Krusty). Todo bajo el sello de aprobación del payaso, pero, como añade el contable, “no se vende nada”.

En diversas ocasiones, en la serie se ha mostrado a un Krusty ambicioso, pero rara vez firme en sus decisiones altruistas, como cuando dos ejecutivos tratan de convencerlo para que sea la cara comercial del nuevo Cañonero, un potente 4 x 4. “Si tú lo promocionas todo. Es más, el contrato ha sido redactado en uno de tus formularios legales”. Pero todo eso ha quedado atrás. Él ya no haría propaganda por nada: “¡¡Las comadrejas de Wall Street aún no se enteran!! ¡¡Krusty no está en venta!!”. Al final, Krusty acaba cediendo y accede a promocionar el Cañonero, un todoterreno que es “el Cadillac dorado de los automóviles”.

El comportamiento del personaje creado por Matt Groening no es casualidad. Krusty está basado en Rusty Nails, un afamado payaso de Pórtland, aunque la voz es un guiño a otro payaso: Bozo, interpretado por Bob Bell. “Crecí viendo a Bozo en Chicago. Bob Bell, el actor que lo encarnaba, tenía una especie de voz grave”, explicaba Dan Castellaneta, encargado del doblaje de Homer Simpson, Joe Quimby, Abe Simpson, Willie, el actor secundario Mel, Hans Topo, Barney Gumble y por supuesto Krusty. “Tenía que tener una voz ronca -por su adicción al tabaco- y ser un tipo cutre”, además de odiar a los niños y anteponer el dinero y la publicidad por encima de todo. De hecho, Groening tenía miedo a los payasos. “Tal vez no pueda hablar demasiado alto sobre la calidad de mi niñez, pero algunos de mis recuerdos más felices y aterrorizadores son de estar sentado ante la tele mirando programas infantiles”, recuerda Matt, que va directamente al grano para hablar de la relación de Krusty con sus terrores. “Creo que mi problema personal con los payasos se reduce a esto: puedo sentir su dolor bajo su alegre, estúpido, chillón y fantasmal maquillaje de payaso. Puedo ver sus arrugas, sus magulladuras, sus ojos cansados, sus articulaciones doloridas, su frustración por tener que inflar otro globo en forma de animal porque el último que casi tenían acabado ha sido reventado por un gamberrete de cinco años”.

La realidad es que Matt Groening temía convertirse en un payaso, más bien en un adulto de comportamiento extravagante que rozaba lo pueril y lo ridículo. “Había un payaso que me consolaba. Era el protagonista de un programa infantil que se emitía todas las tardes de la semana en Pórtland, Oregón, a principios de los años sesenta. Ese payaso anunciaba leche de una lechería local y pasaba viejos episodios de dibujos animados. El payaso se hacía llamar Rusty Nails y, pese a su horrible nombre, era el tío más amable que te podías imaginar”. Más tarde, cuando creció, el dibujante conoció más payasos que ayudaron a cimentar lo que décadas después se convertiría en Krusty, el payaso. “A los siete años, fui atormentado por un disco hablado de Bozo. Cuando tenía diecinueve años, un payaso callejero me siguió durante media manzana. Imitaba, exagerándolos para darles un aire simiesco, mis movimientos, mientras otros se mofaban”. Pero el momento clave donde la meditación se volvió creativa, y la meditación creativa se volvió venganza, fue de adulto, en un circo de Los Ángeles. “Uno de los payasos del circo ayudaba a los acomodadores, y cogió mi entrada y dijo: ‘¡Oh, Dios! ¡Esta es una entrada excelente!’. Después me tomó de la mano y me llevó al centro de la pista del circo, donde se detuvo. Con un brillo cruel en los ojos, me agarró por los hombros y empujó hasta que entendí que quería que me sentara allí mismo –en el centro de la pista-, de modo que me senté sobre el serrín. El payaso cogió mi entrada, la rompió y se alejó contoneándose mientras el público vociferaba y me abucheaba. Fui humillado”, concluye para aclarar la procedencia del personaje.

¿Qué es Krusty, el payaso? A fin de cuentas, Krusty es una venganza, el paradigma de la sordidez disfrazado de maquillaje con el fin de ser un hombre-anuncio capaz de vender cualquier cosa al público más influenciable: los niños. Un tipo sin escrúpulos que se aproxima a la imagen del empresario falto de ética cuya necesidad radica en llenar su cuenta corriente de ceros. Y cuantos más, mejor.