La mayor incubadora de startups del mundo se encuentra en el interior de una antigua estación de carga, de casi cien años de antigüedad, donde tres mil alevines de empresarios se mueven a toda velocidad como hormigas hambrientas de dinero contante y sonante por los 34.000 m2 del recinto. Más de treinta empresas de capital de riesgo, desde Accel Partners hasta Index Ventures, pagan una cuota de 6.100 dólares al año por el privilegio de poder realizar inversiones in situ; Facebook y Microsoft dirigen programas para probar qué compañías podrían comprar; Amazon y Google se centran en rastrear talentos.
Dando una vuelta por ahí se ve una escultura de Jeff Koons valorada en 20 millones de dólares, cubos flotantes para reuniones y una ‘zona de relajación’ en penumbra, donde los agotados programadores dejan fuera sus zapatos. “La gente duerme aquí a veces”, dice Roxanne Varza, la californiana que dirige la incubadora, echando a un lado una cortina para mostrar a una joven que está haciendo exactamente eso.
La característica más impresionante, sin embargo, es el lugar en que se ubica este complejo, conocido como Estación F. Eso es, F, de Francia: el proyecto se encuentra en París, la capital de un país conocido –tanto o más que por la Torre Eiffel y la tarte tatin– por sus habituales huelgas, semana laboral de 35 horas de duración y su carísima mano de obra. En Francia el impuesto sobre la renta se sitúa en el 42%, con leyes laborales tan enrevesadas que figuran en un voluminoso tomo rojo de tres mil páginas llamado Code du Travail (Código del Trabajo). Visto con la perspectiva del tiempo, pocas democracias occidentales han demostrado ser menos ‘amigas’ del espíritu empresarial y el crecimiento.
La Estación F, que se inauguró hace un año, parece oler todavía a coche nuevo, si fuera un automóvil en vez de un enorme edificio, y representa lo opuesto a la idea que se suele tener del país. “La forma clásica que tenemos en Francia (desde hace tres o cuatro décadas) para reaccionar frente al cambio es afirmar que resistiremos al cambio”, dice el presidente francés, Emmanuel Macron, en una entrevista exclusiva para Forbes. El mundo conoció el año pasado a Macron cuando éste se convirtió, a los 39 años, en el presidente más joven jamás elegido en Francia. Pero su edad es menos importante que sus antecedentes: antes de la política, Macron pasó más de tres años como banquero de inversiones en Rothschild y trató también de desarrollar una startup de educación. Los políticos franceses, desde Chirac hasta Hollande, han hablado sin parar, durante décadas, de ‘reformas’… para terminar sucumbiendo a la presión que ejercen los pensionistas y los sindicatos miopes, contrarios al cambio. Macron también lo ha hecho, pero él se ha apostado su presidencia a que lo logrará. “Quizás algunos de ellos quieran planificar huelgas de semanas o meses. Tenemos que organizarnos –dice el presidente–. Pero ni abandonaré ni disminuiré la ambición de las reformas, porque no hay otra opción”.
Mediante decretos ley, puso en marcha rápidamente una serie de nuevas ordenanzas laborales para que resulte más fácil contratar (y despedir). Para endulzar un poco la medicina, también ha anunciado inversiones de 18.000 millones de dólares en formación profesional para nuevas generaciones, durante los próximos cinco años, incluida una polémica ampliación del seguro de desempleo para el creciente número de autónomos y propietarios de pequeñas empresas en Francia. Está también recortando los impuestos sobre la riqueza, las ganancias de capital y los seguros sociales de los trabajadores, y “simplificándolo todo”.
¿Hasta dónde está Macron dispuesto a llegar? Le revela a Forbes que el próximo año tiene la intención de poner fin definitivamente al tristemente célebre 30% de ‘impuesto de salida’ que impone Francia a los empresarios que tratan de sacar su dinero del país, un tremendo elemento disuasorio para que los extranjeros pongan negocios en marcha allí; y un fuerte incentivo, en cambio, para que los ciudadanos franceses los pongan en marcha en otra parte. Al hacer ese anuncio, Macron se está moviendo en la dirección opuesta al presidente Trump, que se regodea amenazando a las compañías estadounidenses que se expanden por el extranjero y prometiendo subvenciones para las que se queden. “Las personas son libres de invertir donde quieran –dice Macron–. Si quieres casarte, no debes decirle a tu pareja: ‘Si te casas conmigo, no podrás divorciarte’. No estoy seguro de que sea la mejor manera de que se pueda conseguir el amor de la dama o del hombre que amas. Así que estoy a favor de sentirme libre para casarme y divorciarme”.
Estas políticas liberales llegan justo a tiempo. Demográficamente, Francia sobrepasará a Alemania como país más poblado de Europa en esta misma generación, y se trata de una sociedad instruida, calificada como la más culta del continente, con un montón de escuelas de ingeniería de élite, para empezar. “Francia está extremadamente bien posicionada desde la perspectiva del crecimiento”, asegura Jonas Prizing, CEO de ManpowerGroup. Al mismo tiempo, sus competidores van por el camino equivocado: mientras tropieza con el brexit, el Reino Unido sigue haciendo cada vez más profunda la herida que se ha autoinfligido, la más grande en la historia económica moderna. Merkel sigue obstaculizada políticamente por su debilitado gobierno en coalición. Y mientras Trump se enorgullece de la fuerte economía de los EE UU, sus políticas comerciales proteccionistas tienen más en común con Smoot y Hawley (los senadores que propusieron el 17 de junio de 1930 la ley que elevaba unilateralmente los aranceles estadounidenses a los productos importados, para tratar de mitigar los efectos de la Gran Depresión de 1929) que con Reagan y Clinton.
La ‘Macronomía’ ya se está viendo impactada. En cuanto se presentaron en enero sus reformas laborales, el gigante francés de la venta minorista Carrefour y el consorcio PSA de fabricación de automóviles anunciaron recortes de 4.600 empleos. Se convocaron huelgas, naturellement. Pero en esa misma época, diversas entidades extranjeras anunciaron nuevas inversiones que ascenderían hasta los 12.200 millones de dólares, aseguran los asesores económicos de Macron. Disney está presupuestando 2.400 millones de dólares para expandir Disneyland París; la multinacional alemana de productos informáticos SAP está inyectando 2.400 millones de dólares en centros de I+D y aceleradoras de empresas emergentes; Facebook y Google están rastreando la capital francesa para contratar a 150 nuevos especialistas en Inteligencia Artificial.
La vida de las startups también está mejorando aquí. Mientras que la incertidumbre en torno al brexit socava el capital riesgo en Londres, los fondos franceses superaban el año pasado al resto de Europa, por primera vez en la historia, según los datos más recientes de la firma de investigación de mercado Dealroom. En enero, las startups francesas fueron la mayor representación extranjera en la Feria de Electrónica de Consumo de Las Vegas, con apenas seis menos que la representación de los EE UU.
Y las perspectivas siguen al alza. En 2018, Francia solo contaba con tres startups valoradas en, al menos, mil millones de dólares, frente a los 22 unicornios del Reino Unido y los 105 de los EE UU: décadas de cultura antiemprendedora no se pueden finiquitar en un instante. Pero los ingredientes para el cambio ya están aquí. “Los países que creíamos muy lentos se están moviendo ahora diez veces más rápido que nosotros”, dice John Chambers, exCEO de Cisco, que se vio obligado a invertir 200 millones de dólares en nuevas empresas tecnológicas francesas antes de dejar su cargo en 2015 y, añade ahora, que Francia tiene actualmente “el líder adecuado en el momento justo”. El inversor londinense Saul Klein –que recientemente invirtió en una filial de la exitosa empresa británica Deliveroo, surgida para aprovechar la pujanza del actual mercado francés– hace notar que, con el servicio ferroviario Eurostar, París se encuentra a muy poca distancia: “Está más cerca que Edimburgo o Dublín”.
En la era de la tecnología, Francia ha sufrido una serie de ‘generaciones perdidas’ sucesivas. Cuando los Gates, Jobs y Ellison ‘engendraron’ a los Musk, Bezos y Zuckerberg, las mejores mentes empresariales de Francia echaban un vistazo a las oportunidades que se les ofrecían en el mercado doméstico y, a continuación, reservaban un billete a California para trabajar para los estadounidenses. En la actualidad hay unos 60.000 ciudadanos franceses trabajando en Silicon Valley, más que del Reino Unido, Alemania o cualquier otro país de Europa.
La única gran excepción: Xavier Niel, el octavo hombre más rico de Francia, con una fortuna estimada en 8.100 millones de dólares. La riqueza de los cuarenta milmillonarios del país tiene dos orígenes predominantes: el sector del lujo y la venta minorista, o la herencia (o, en muchos casos, ambas). Niel es el único cuyas raíces se encuentran en internet. Como esto es Francia, en lo que se centró originalmente fue en l’amour. O, como se dice en el lenguaje de internet, el porno. Francia fue uno de los países que adoptó Minitel, un precursor de internet de los años ochenta promovido por el monopolio francés de las telecomunicaciones. Como si fuera un hacker de 17 años, Niel falsificó la firma de su padre para instalar una segunda línea telefónica en casa y así desarrollar un sistema de conversaciones tecnológicas anónimas centrado en el sexo. A los 24, había vendido una empresa editorial online por más de 300.000 dólares. Y en 1994, cuando estaba surgiendo la World Wide Web, Niel lanzó Worldnet, el primer servicio masivo de internet de Francia, regalando millones de kits de conexión en revistas, del mismo modo que Steve Case lo estaba haciendo con AOL en los EE UU. Al igual que sucedió con Case, la elección del momento justo fue impecable: vendió Worldnet por más de cincuenta millones de dólares en 2000, justo antes del colapso de las puntocom.
Pero mientras ese tipo de historia lo hubiera convertido en un héroe en Silicon Valley, Niel, con sus orígenes de clase media y su falta de educación reglada, fue rehuido por la élite empresarial francesa. “A la gente no le gustaban mucho los emprendedores”, dice Loïc Le Meur, fundador del foro LeWeb, que puso en marcha varias compañías tecnológicas en Francia antes de huir a Silicon Valley. “Si tenías éxito, no te lo valoraban. Te veían más bien como un problema”. Llamaban a Niel “el pornócrata” y los directivos se negaban a dejarse ver en público con él. No es un tema sobre el que le guste hablar a Niel. “Me he olvidado de todo lo malo”, dice de aquellos días. Pero en aquel entonces Niel se lanzó a la conquista del nuevo territorio y, finalmente, ha obtenido miles de millones con su empresa de telecomunicaciones Iliad, que ha logrado, con sus tarifas a mitad de precio, convertirse en la última década en uno de los gigantes de la esclerotizada industria de la telefonía móvil francesa.
Fabulosamente rico, en 2013 ganó 400 millones de dólares vendiendo el 3% de las acciones de Iliad y se propuso apoyar a más empresarios franceses como él. Si el cambio real en Francia es imposible sin el liderazgo político, es igualmente cierto que las políticas gubernamentales no van a provocar un cambio significativo si el sector privado no está a punto para dar su respuesta. Macron ha encontrado en Niel ese socio “a punto”. El primer gran desembolso de Niel fueron 57 millones de dólares para crear 42, una escuela gratuita, sin ánimo de lucro, establecida en París, y que ha enseñado ya programación a 3.500 estudiantes, el 40% de los cuales no había terminado la escuela secundaria. “42 ha sido una de las cosas más impresionantes que he visto”, dice Phil Libin, cofundador de la aplicación de productividad personal Evernote. En 2016, animado por su éxito, Niel lanzó una avanzadilla mucho más grande que 42 –llamado así por la broma del fallecido escritor Douglas Adams, que aseguraba que “la respuesta a las preguntas fundamentales de la vida, el universo y todo lo demás es 42”– cerca de San Francisco, en Fremont.
Desde ahí, Niel lanzó Kima Ventures para apoyar nuevas empresas tecnológicas, con uno de sus enfoques centrado en Francia, y contrató al exasesor de fusiones y adquisiciones Jean de La Rochebrochard para que lo dirigiera. Lo primero que sugirió De La Rochebrochard fue invertir más dinero en menos compañías y doblar la apuesta en los ganadores, una idea que Niel descartó sin pensárselo dos veces: “Yo no necesito más dinero. Estoy haciendo esto simplemente porque es emocionante, es útil y nadie lo está haciendo”. Kima asegura ser en la actualidad el “fondo ángel más activo” del mundo, con 518 inversiones en los últimos ocho años, según Pitchbook. De La Rochebrochard dice que él se reúne con Niel apenas una o dos veces al año, pero que tiene noticias suyas constantemente, pidiendo en ocasiones a los alumnos de la escuela de negocios que le envíen un correo electrónico a Niel para ver si responde en un plazo de dos horas. “Lo hace siempre”, asegura De La Rochebrochard.
La simple idea de contar con cientos de inversiones franceses habría sido inimaginable en el pasado, tratándose de un país plagado de leyes sobreprotectoras que salvaguardan a los “flojos”. El mero hecho de alquilar un apartamento en París se convierte en una lucha, debido, lamentablemente, a las inflexibles regulaciones de propiedad; si se carece del documento que demuestre que uno tiene uno de los sacrosantos contratos de empleo a jornada completa en Francia, emprendedores y empleados de startups de nueva creación se ven, por lo general, a la cola para conseguir una vivienda. Los empleados deben avisar con hasta dos meses de antelación que quieren renunciar, y los empleadores se ven atados a ellos.
Apenas unos meses antes de la toma de posesión de Macron, Francia puso en marcha una ley de “derecho a desconectar”, concediendo a los empleados la potestad –y el incentivo– legal de ignorar correos electrónicos fuera de la jornada laboral. Ni siquiera había un núcleo central para la nueva actividad empresarial. Lo más parecido a eso que existía en París era el distrito de Sentier, el barrio en el que tradicionalmente se asentaba la pequeña industria de la moda, donde las menguantes perspectivas para la venta minorista favorecían alquileres de corta duración. Los espacios estrechos y desvencijados ofrecían más una cierta personalidad que sinergias…
Por esa época, Niel conoció a Roxanne Varza, una joven californiana que dirigía en Francia BizSpark, el programa de emprendimiento joven de Microsoft. En julio de 2013 le envió a ella un correo electrónico, en cuya casilla de asunto decía simplemente “Bonjour Roxanne”, ofreciéndole hacerse cargo de todos los gastos si ella exploraba los mejores espacios de startups del mundo. Varza le envió a Niel, por correo electrónico, sus fotos y notas, que luego él reenviaba a su arquitecto, Jean-Michel Wilmotte, con las instrucciones de llevar aún más lejos las ideas más atractivas.
Niel es el único capitalista. Aportó más de 300 millones de dólares para construir la Estación F y los tres bloques de apartamentos adyacentes, que pueden albergar a 600 emprendedores, y añadió “unos cientos [de millones] más” para un hotel de cinco estrellas y otro económico que se están construyendo al lado. “Es completamente filantrópico”, dice, de pie, junto a la colorista obra de Jeff Koons que los empresarios residentes han apodado ‘la caca de unicornio’. “Esto es un regalo”.
Para tener acceso a la Estación F las nuevas empresas presentan solicitud para uno de los 32 programas temáticos: Microsoft tiene diez startups de Inteligencia Artificial; Facebook atrae quince en datos y así sucesivamente. “Ellos tuvieron acceso a una startup y nosotros tuvimos acceso a sus datos”, dice el empresario de seguros digitales de salud Jean-Charles Samuelian, que sacó partido del programa de Facebook para obtener una inversión de 28 millones de dólares que se anunció en abril. Para acceder al programa interno de la Estación F, se presentaron el año pasado aproximadamente 4.000 nuevas empresas de 50 países; 200 entraron.
En medio de toda esta actividad los inversionistas revolotean por ahí, los proveedores de servicios ofrecen de todo, desde servicios de paquetería hasta impresión en 3-D, y el gobierno francés ha creado algo así como un servicio de conserjería, con el que los nuevos empresarios pueden evitar la burocracia para conseguir su documentación comercial y los formularios de impuestos en una ventanilla única. “Es como uno de esos restaurantes estadounidenses en los que pides la comida sin bajarte del coche”, dice Tony Fadell, el legendario ejecutivo de Apple que ayudó a inventar el iPod. El mismo Fadell que, seguidamente, creó y vendió (por 3.200 millones de dólares) la compañía de termostatos Nest, y que en 2016 dio otro paso más trasladándose con toda su familia a París. Es un tipo completamente nuevo de ‘expatriado’, instalado en la Estación F e invirtiendo en startups, sin que le suponga ni el más mínimo problema su desconocimiento del francés. Del mismo modo, la Evernote de Libin ha decidido abrir su estudio europeo de startups en la Estación F: “Hay algo en esta cultura que hace que broten individuos realmente excepcionales”.
Mientras el ruido de las cámaras de fotos y las multitudes resonaban por toda la Estación F el día de su inauguración, Emmanuel Macron, vestido con un traje oscuro, le preguntó a Antoine Martin, uno de los empresarios más recientes y exitosos de Francia, cómo había creado el rastreador de localización Zenly, que acababa de vender a Snap por 213 millones de dólares. No fue fácil, le explicó Martin en francés. En un momento dado, tuvo que hacer pivotar todo el negocio. “¿Pivotar?” interrumpió el presidente.
Niel, que estaba cerca, intervino rápidamente para aclarar la cuestión, ya que “pivotar” en francés connota estrictamente movimiento físico, y no un cambio de estrategia comercial. Media hora más tarde, cuando Macron se puso frente a los cientos de ingenieros de software y fundadores de empresas que pululan por la Estación F, con sus teléfonos en alto, les contó la anécdota de cuando le prometió a su esposa, tres años atrás, que se convertiría en emprendedor. Pero las cosas habían cambiado. “Je pivote le business model”, dijo, provocando risas y aplausos.
Macron es claramente una persona que aprende rápido. Y él realmente sabe cómo pivotar, lo que le da la oportunidad de hacer lo que sus predecesores no pudieron hacer. Hijo de dos médicos y producto de las universidades de las que surge la élite gobernante de Francia, tiene el tipo de credibilidad ante el establishment que Niel nunca tuvo. Al principio de su carrera trabajó como asistente de Paul Ricoeur, un filósofo francés cuyo trabajo, durante toda su vida, fue encontrar el equilibrio entre puntos de vista extremadamente opuestos. Poniendo eso mismo en práctica, trabajó como banquero en Rothschild, donde, a los 34 años, ganó más de tres millones de dólares asesorando al gigante suizo de productos de consumo Nestlé, en su oferta para hacerse por 11.800 millones de dólares con la división de nutrición infantil de Pfizer, peleando incluso con la francesa Danone. Luego se unió al equipo ministerial del gobierno socialista dirigido por François Hollande.
Después de ser secretario general adjunto de la Presidencia, en agosto de 2014 fue nombrado ministro de Economía, encargado de impulsar las primeras versiones de las reformas que ahora se están viendo. Entre estos períodos, comenzó a desarrollar ideas para una startup de educación. “Creo que entiendo bastante bien a los empresarios y a los que afrontan riesgos”, dice el presidente.
Macron aprovechó su breve período de gobierno de manera efectiva. “Él se preguntaba qué es lo que hace que Silicon Valley tenga éxito”, dice Chambers, recordando una cena que organizó en Palo Alto para Macron y otros creadores franceses de startups. Hablaron de por qué el corredor tecnológico de la Ruta 128 de Boston perdió el cetro de las tecnologías frente al área de la bahía de San Francisco. “Él no solo estaba aprendiendo el método. Estaba absorbiéndolo”.
Macron fundó el partido político En Marche para eliminar los ‘bloqueos’ que han sido un lastre para Francia. En poco tiempo se encontró con que el azar le tenía preparada una mano increíblemente ganadora. Su plataforma de centro rompía parte de la parálisis política izquierda-derecha, lo que le permitía, por ejemplo, impulsar la reforma del mercado de trabajo al mismo tiempo que favorecía subsidios para los más vulnerables. Lo crucial, ya que tanto él como su mayoría parlamentaria están garantizadas hasta 2022, es que puede tomar decisiones a largo plazo de la misma manera en que tienden a hacerlo ese tipo de presidentes-de-por-vida representados por Xi Jinping en China o Vladimir Putin en Rusia, pero con los fundamentos democráticos y de libre mercado de un capitalista occidental.
Este último rasgo, como se hizo notar durante su reciente visita de estado a Washington, le da una relación de entendimiento con el presidente Trump. “Entiendo muy fácilmente a este tipo de persona –dice Macron–. Cuando lo ves como un negociante, lo que siempre ha sido, es muy consecuente. Es por eso por lo que me gusta… Ahí es donde mi experiencia empresarial me ha ayudado mucho”.
Pero esos antecedentes en los negocios también son bastante diferentes. Los negocios inmobiliarios de Trump siempre fueron más bien del tipo yo-gano-tú-pierdes, mientras que el banquero Macron necesitaba fomentar coaliciones. “Tenemos diferencias en cuanto a nuestras filosofías e ideas con respecto a la globalización actual”, dice Macron. Y lo está usando para su ventaja. Después de que Trump comenzara a darle la espalda a las energías renovables el año pasado, Macron saltó públicamente, pidiendo a los empresarios y teóricos de las tecnologías verdes que acudieran a Francia para, irónica pero firmemente, “Make Our Planet Great Again” [referencia a la frase de Trump “Make America Great Again” (“hagamos de nuevo grande a EE UU”), sustituyendo EE UU por el planeta Tierra en la frase]. Dos tercios de las 1.822 solicitudes de becas llegadas procedían de los EE UU. “Si estás en un país en el que la estrategia con respecto al cambio climático no está clara, eso resulta un gran problema para muchas nuevas empresas”, dice Macron, que se ha mostrado igualmente efusivo acerca de atraer a las firmas financieras británicas. En estas áreas, Francia tiene la intención de jugar al ataque.
Si la Estación F representa un renacimiento del espíritu empresarial francés, la hora de la cena en dicha Estación representa los obstáculos por llegar. El lugar “se vacía a las 7 de la tarde”, dice Karen Ko, que llegó a París para realizar su máster en Administración de Empresas y ahora ayuda a dirigir una startup de análisis de datos para el cuidado del hogar en la gigantesca incubadora de Niel. “A las 8, es casi un pueblo fantasma”. Mientras tanto, David Chermont, de Inbound Capital en París, es seguramente el único consejero de startups que dice esto: “La gente debería dejar de hacerse ilusiones sobre las startups. Todo es difícil: te vas a la cama pensando en el trabajo”.
Pregúntale a cualquiera en una startup francesa: los hábitos culturales y gubernamentales están muy enraizados. Al principio todo parecía pan comido, cuando Anton Soulier constituyó Mission Food en París el año pasado. Pero luego llegó una factura por correo. Su nueva empresa de entrega de comida tuvo que pagar casi 2.000 dólares en impuestos sobre el empleo (antes de haber contratado a un solo empleado). “Es de locos”, dice. En Francia existe un impuesto legal de facto, por el que cada nueva empresa necesita contar con un buen abogado –que le cuesta unos 30.000 dólares al año– solo para vérselas con todo tipo de regulaciones bizantinas. Cuando las compañías emergentes contratan, finalmente, personal, los costes salariales de cada empleado se duplicarán debido a varias contribuciones obligatorias. ¡Y buena suerte si quieres descifrar las nóminas, que tienen veinticinco líneas de números y deducciones.
El presidente Macron dice que está trabajando en eso. “Básicamente estamos eliminando un montón de pequeños impuestos que tenían que pagar nuestros empresarios”, dice. Pero algunos empresarios se muestran escépticos sobre los cambios que vendrán una vez que todo el despliegue publicitario se haya agotado. Las reformas de Macron no han tenido efecto sobre Mission Food, dice Soulier, y señala que algunos cambios en la legislación laboral aprobados en 2002 están entrando en vigor recién ahora, más de quince años después.
Los pasados gobiernos de Francia también han sido tristemente célebres por alinearse con sistemas heredados, como el negocio del taxi, y en contra de los modelos comerciales más nuevos, como el uso compartido. “Quiero que este país esté abierto a ideas revolucionarias y a estos nuevos modelos –dice Macron, quien señala idealistamente, a continuación, que la respuesta es el compromiso–. Mis startups pueden crear algunos problemas a grandes compañías como EDF –dice, respecto a la empresa de suministro eléctrico Électricité de France–. Pero no me preocupa. De hecho, les dije a los responsables de EDF: ‘Deberíais invertir en esta compañía. Puede que os terminen perturbando. Así que la mejor manera de proceder es que seáis socios”.
Es una idea sensata, pero resulta difícil para un gobierno guiar la estrategia de los antiguos monopolios. “[Macron] no ha hecho lo que predica”, dice el decepcionado seguidor Yan Hascoet, cofundador del competidor de Uber, Chauffeur Privé. Su empresa perdió casi un tercio de sus quince mil conductores en 2018 cuando los reguladores implantaron un examen teórico extremadamente difícil en un movimiento obvio para proteger al veterano sector del taxi, que había colapsado París con sus protestas. “Eligió no tocar este asunto”.
El problema más complejo para Macron es conseguir que el resto de su gobierno –y el bolsillo de un sector bien consolidado para quienes lo integran, como es el del taxi– se suba a bordo. El cínico Niel, que proclama que no vota, ni siquiera por Macron, piensa comprensiblemente que la verdadera reforma vendrá de los empresarios. Pero las reformas hacen ruido y a los empresarios franceses no siempre les gusta hacerlo. El dinero sigue “teniendo aquí connotaciones negativas”, dice Martin, de Zenly, quien dice que él y el socio con quien lo fundó permanecen “fuera de los focos” después de su venta a Snap. En los últimos tres años, Nicolas Steegmann vendió su empresa Stupeflix a GoPro; Pierre Valade vendió Sunrise a Microsoft; y Jean-Daniel Guyot vendió Captain Train a Trainline. Todos ellos son “totalmente desconocidos para el público en general”, dice Martin. Y “todos han llegado a acuerdos de nueve cifras”.
Los extranjeros se sienten más cómodos siendo el centro de la atención y ven los progresos. “Aquí hay escaso protocolo –dice Ko, sentada en un banco acolchado de color verde lima en medio de la Estación F–. Eso resulta muy poco francés. Aquí puedes dar una vuelta, iniciar una conversación y presentarte. Me gusta, porque me hace sentir como si estuviera en casa”.
Silicon Valley se convirtió en un motor porque sus exalumnos ayudaron a crecer a las siguientes generaciones, dice Fadell. “La Estación F y París experimentarán el mismo efecto multiplicador”. Entre los nuevos ‘exalumnos’ están los fundadores estrella de Criteo (un gigante de la tecnología publicitaria que salió a bolsa en 2013 y ahora está valorada en 1.900 millones de dólares) y la aplicación de viajes en coche compartido BlaBlaCar (que aún no ha salido a bolsa, pero está valorada en 1.400 millones de dólares), que ya se han convertido en inversores ángel de la próxima generación de startups parisienses. Y están llegando más: los solicitantes internacionales de Estación F mencionan los costes de Silicon Valley, Donald Trump y el brexit como principales motivos de su solicitud, y los tres parecen inamovibles por el momento. Históricamente, Francia desaprovecharía tales regalos; es por eso por lo que Macron se está moviendo con tanta urgencia. “La mayoría de las veces, los líderes deciden reformar al final de su mandato –dice. En vez de eso, él ha centrado sus principales iniciativas al principio–. Lo que tenemos que entregar hoy no se aprobaría mañana –afirma–. Llegar tarde sería hacerlo demasiado tarde”.