En el caso de España, podemos hablar de una previsión de crecimiento de entre uno y dos puntos del PIB anual hasta el 2025, según el informe ‘La reinvención digital: una oportunidad para España’, elaborado por McKinsey y la Fundación Cotec. Una de las palancas de este crecimiento a través de la digitalización se encuentra en la gestión de recursos e innovación de ecosistemas ciudadanos.
El avance de las smart cities está directamente relacionado con el desarrollo de las infraestructuras tecnológicas de las ciudades con una implicación muy relevante del sector energético, infraestructuras y público. La sintonía entre ellos se refleja en mejoras relevantes a nivel de productividad, seguridad, compliance, experiencia del usuario/ciudadano y gestión de ingresos, además de las contundentes ventajas de convertir las ciudades en verdaderos hubs de innovación de un país.
La revolución digital para la industria de la energía llega en forma de nuevas capacidades que reclama el uso de las renovables, generación distribuida o smart grids (redes tecnológicas de distribución inteligente).
Este cambio desencadenará la aparición de nuevos modelos de negocio y un marco regulatorio que posibilite la reinvención digital de las ciudades. Las smart cities aglutinan ya importantes inversiones alrededor de las infraestructuras y la energía. La maduración de los modelos de ciudades inteligentes exige, sin embargo, una reinvención total de los prototipos existentes trayendo consigo la oportunidad que reside en la capacidad de generación de nuevos servicios de alto valor añadido que mejoren la competitividad y fortalezcan la economía que está detrás del concepto de smart cities.
En este sentido, el mayor reto para las industrias energética y de infraestructuras consiste en sumergirse en la oleada de transformación actual cuyo epicentro es triple y comprende el impacto del big data (advanced analytics), la aplicación de internet de las cosas (IOT) e investigación y desarrollo de productos nuevos (I+D). Se trata de un enfoque centrado en la mejora de productividad y eficiencia capaces de transformar la cadena de valor de estas industrias desde la flexibilidad de sus operaciones.
Se estima, en base a casos reales de transformación a nivel global que la optimización digital de la cadena de valor puede disparar la rentabilidad entre un 20 y 30%. Para aprovechar este potencial, la industria energética, por ejemplo, tiene que poner su foco en el desarrollo de las redes inteligentes de distribución, apostar por las herramientas digitales de productividad aplicadas a las operaciones y automatizar los procesos de back office.
El reto de esta triple hoja de ruta está en el tiempo y en la agilidad. La oportunidad de convertirse en líder digital no es eterna, hay que actuar con cierto aplomo e inmediatez y manejar una hoja de ruta cuya implementación tiene que contemplar necesariamente acciones a corto plazo. Solo de esta forma las empresas podrán aprovecharse de la carrera digital.
LUIS FERRÁNDIZ, Socio de Digital McKinsey Iberia.