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Tres reflexiones tras el fiasco de Banco Popular


Mucho se ha escrito sobre el Banco Popular desde su quiebra en los primeros días de junio. En estas líneas me gustaría destacar tres aspectos que, quizás, no han sido suficientemente ponderados: la importancia de la comunicación en una entidad financiera; el maltrato al pequeño accionista cuando tanto nos hace falta el ahorro; y la magnífica operación que ha llevado a cabo el Banco Santander.

1. La política de comunicación es fundamental

Obviamente, la razón última de la caída del Popular es el problema de fondo de falta de provisiones para los activos adjudicados. Pero los pasivos no eran un monto mayor que los activos –incluso saneados– al menos mientras otros problemas no generaran pérdidas nuevas y sobrevenidas. Ello redundaba en una insuficiencia de capital regulatorio a futuro, pero no tenía por qué implicar su caída inminente. De hecho, llevaba años así y el supervisor, aun señalando su debilidad, toleraba la situación e incluso le había aprobado las últimas pruebas de estrés. Lo que ha tumbado a la entidad ha sido la liquidez, como suele ocurrir siempre en banca. Y la crisis de liquidez ha sido detonada por la mala comunicación, por la falta de confianza que se ha generado debido a la proliferación de informaciones descontroladas sobre la entidad, y por la caída continua de la cotización, intensísima en los últimos días.

El anterior equipo directivo del Popular incurrió, entre sus muchos errores –sobre todo al final y especialmente en 2016–, en el ocultismo financiero informativo. Comenzó a restringir la información financiera que se facilitaba a los analistas y a los medios de comunicación y ello resultó absolutamente contraproducente.
El nuevo equipo quiso actuar de manera radicalmente distinta, lo que en principio era muy acertado, pero la comunicación hay que administrarla con sumo cuidado y evitar que la entidad esté en los medios todos los días y que se digan a veces graves inexactitudes. Comunicar adecuadamente y evitar alarmismos es fundamental.

2.- Al pequeño accionista se le maltrata y luego queremos que haya ahorro

La valoración del banco se hizo de manera rápida pero opaca, con un experto y metodología secretos.Sin apenas tiempo se detectó lo que no era evidente para otros revisores de cuentas, y se ha justificado la estimación del valor de la entidad (entre -2.000 y -8.000 millones) y reducido el capital a cero con un informe que no pasaba de provisional.

Todo ello a pesar de que, como decíamos, las provisiones por dotar eran menores que los fondos propios contables del Popular (Santander ha dotado menos de 8.000 millones –cifra quizás inflada– para lograr una tasa de cobertura récord y los FFPP más CoCos y subordinadas alcanzaban 13.000 millones). Aunque el valor de mercado es un concepto diferente del valor contable, la impresión es que algo no encaja, máxime cuando la base de clientela de POP tiene un valor evidente (un fondo de comercio) y cuando parece claro que el problema de liquidez se cortaría en cuanto se ofreciera confianza. Pero es que, además, los auditores, supervisores y reguladores han aceptado las cuentas del Popular durante años y, específicamente, en la última ampliación.

Estamos de acuerdo en que las inversiones de riesgo deben estar sujetas a éste, pero ello no obsta para que deba haber información veraz y procedimientos adecuados. Si no, estaremos dificultando la generación del ya escaso ahorro de las familias en España.

3.- El Santander ha hecho una magnífica operación

Porque ha adquirido una entidad saneada con el propio patrimonio del Popular y con un valor de clientela enorme –aunque haya perdido algo de negocio en los últimos tiempos– para situarse como líder español tras la fuerte pérdida de cuota de mercado (continua desde la fusión con el Central Hispano). Lo mismo le ocurrió al BBVA, y ambos fueron rebasados por Caixabank.

Y, además, apuntala su franquicia en España cuya rentabilidad era mejorable, como lo prueba el que el margen de intereses fuera inferior a un punto porcentual, o que la ratio de eficiencia recurrente (ex ROF) fuera en España del orden del 60%.