Respecto a la primera pregunta lo más probable es que te vengan a la cabeza cifras estratosféricas, y ante la segunda, la mayoría de nosotros correría sin pensarlo a coger los 1.000 euros diarios. Pues no. De ser posible, solamente tendríamos que doblar cuarenta y dos veces la hoja de papel sobre sí misma para alcanzar un grosor equivalente a la distancia de aquí a la luna. Y, mientras los 1.000 euros diarios te permitirían acumular sólo 30.000 euros a final de mes, el céntimo diario que dobla su valor se convertiría en 5 millones. Increíble, ¿verdad? ¡Abracadabra, pata de cabra! Es la magia del interés compuesto – a la que Einstein denominó “la fuerza más poderosa del universo – , y la respuesta a la pregunta de por qué interesa empezar a invertir cuando eres joven.
“¿Empezar a invertir ya? Si no gano casi nada, ya lo haré cuando tenga más dinero”. Estas palabras resumen lo que probablemente sea el mayor error de los jóvenes a la hora de gestionar su dinero, y un claro ejemplo de las grandes carencias de la educación financiera en nuestro país. Y es que precisamente la mejor forma de “tener mucho dinero” consiste en empezar a invertir cuanto antes, por poco que sea.
Es evidente que esta forma de pensar tan a largo plazo no casa con la mentalidad de los jóvenes, acostumbrados a vivir al día. ¿Si no sé qué voy a hacer mañana cómo voy a pensar en ahorrar para cuando tenga hijos o para mi jubilación? Es curioso, sin embargo, como a los veintitantos todos los esfuerzos, preocupaciones y noches en vela se centran en estudiar una carrera con salidas, en entrar en un buen máster para conseguir unas buenas prácticas que a su vez te permitan acceder a un buen puesto en una buena empresa. Y todo esto, ¿para qué? ¿cuál es el fin último? Terminar teniendo un buen sueldo que te permita vivir de manera desahogada. Pero, ¿hay algo más desahogado que saber que, simplemente ahorrando un poquito cada mes cuando eres joven te ahorrarás muchas preocupaciones en el futuro?
El resumen de todo esto es que todos, y muy en especial los jóvenes, hacemos grandes esfuerzos dejando que nuestra vida gire en torno a ganar dinero, pero después nos preocupamos muy poco por cómo gestionamos ese dinero que tanto nos costó ganar. Cambiar esta mentalidad es el primer paso para que nuestra tranquilidad financiera deje de depender de un puesto de trabajo. Los desconfiados, los que creen que es mejor dejar el dinero en la pata de la cama o en una cuenta corriente porque allí está más seguro, deben saber que su mayor aliado es precisamente el tiempo.
Veamos un ejemplo. Imaginemos a dos amigos, Miguel y Alejandro, ambos de 24 años. Es viernes por la tarde y están tomando unas cervezas mientras hablan de lo maravilloso que sería poder jubilarse con un millón de euros ahorrados.
Miguel se queda con la copla y al llegar a su casa comienza a hacer cálculos. No gana mucho, pero cree que con algo de esfuerzo podría ahorrar 2.000 euros al año (aproximadamente 166 al mes). Empieza a hacerlo al día siguiente y continúa durante los siguientes seis años logrando una rentabilidad del 12% neto. Al cumplir 30 años pierde su trabajo y deja de aportar, aunque deja el dinero invertido , donde continúa ganando un 12% anual hasta que se retira a los 65.
Por su parte, Alejandro hace justo lo contrario: comienza a invertir esos 2.000 euros anuales al cumplir 30 años, también consiguiendo un 12% neto, y continúa aportando esa misma cantidad hasta que se retira a los 65 años.
Los dos lograron su objetivo de llegar jubilarse habiendo ahorrado un millón de euros, aunque con una diferencia importante: Miguel en total invirtió sólo 12.000 euros en total (2.000 euros anuales durante 6 años), y Alejandro invirtió 72.000 (2.000 euros durante 36 años), es decir seis veces lo que invirtió Miguel. Es decir, que esperar esos seis años le costó a Alejandro la friolera 60.000 euros.
¿Cuál es la moraleja de la historia de Miguel y Alejandro? Que lo que muchos pensamos acerca de que lo que hagamos con nuestro dinero a los veintipico no tiene ninguna importancia es una falacia. Esta es la verdadera magia del interés compuesto.