1. Las primeras impresiones cuentan mucho. Los nervios se apoderan de ti y hacen que no te expliques con claridad. Tu voz empieza a temblar y no demuestras realmente lo que quieres.
2. La puntualidad es muy valorada por las empresas. Te permites el lujo de llegar tarde a tu entrevista y no tienes ningún argumento coherente para justificarte. ¡Has empezado con mal pie!
3. Eliges una vestimenta demasiado informal que desentona con la empresa. Aunque parezca una tontería, los detalles cuentan demasiado cuando te presentas ante una persona por primera vez.
4. No te documentas sobre la empresa y cada pregunta supone un reto para ti. No tienes confianza en tus palabras porque no te has preparado nada de lo que ibas a decir, ni cuentas con información para ello.
5. Las preguntas de los reclutadores buscan respuestas concretas. En cambio, tiendes a divagar y hablar durante varios minutos sobre algo que realmente no interesa.
6. No tienes el control sobre tu cuerpo, por lo tanto, tu comunicación corporal no tiene fuerza. No muestra seguridad en tus movimientos y evitas tener contacto visual con el que podría ser tu futuro jefe.
7. Tu miedo a no ser seleccionado y tu negatividad oculta tu entusiasmo por conseguir el trabajo. No eres capaz de mostrar tus ganas por formar parte del equipo y todo tu potencial para ello.
8. Desechas la oportunidad de hacer preguntas donde dejes claro tu interés por la empresa. Da sensación de pasotismo y de falta de expectativas laborales.
9. No consigues estar concentrado en la entrevista y, por lo tanto, dudas cuando se te plantea cualquier tipo de problema. Nos muestras autoridad en la toma de decisiones y tus capacidades no llegan a hacerse visibles.
10. No consigues destacar ni con tus habilidades, ni con tus logros, ni con tu carisma. Te has olvidado de marcar la diferencia ante el resto y te limitas a seguir la entrevista que ha diseñado el reclutador. Eres uno más entre miles de candidatos.